Adicto su abuelo, que se picaba con Glostora y se iba a bardear a la tienda Gath & Chaves. Adicta toda su progenie, si de adictos hablamos. Usted me ofendió primero. Usted me trató de enfermo. Lo insulto, sí, y ni siquiera lo miro a los ojos. ¿Le molesta? No lo miro, porque me divierto viendo en la pantalla de mi fono las piruetas de un osito de Wichita. Mire, mire cómo revolea las patitas. Lo que yo pienso es que los buscadores de la red son la nueva biblioteca de Alejandría. Una versión mejorada, superadora de la colección de los Ptolomeos. Allí está todo, todo el conocimiento humano. Mire: el sobretodo intrauterino de Sarmiento. Sarmiento, nuestro Sacher Masoch: el mal que aqueja a la Argentina es su extensión, la pampa, el desierto, pero con Masoch, me enseñó Google, el canto de la llanura es el balbuceo, el “no sé”, el “ab alio” de los abalietas. En cambio, en Sarmiento es “regad con sangre”. Lo que en Masoch es el balbuceo, en Sarmiento es sobretodo intrauterino, el castrense gabán que anuncia el exterminio del pueblo en el desierto-tumba. Todo está en Internet. Todo lo hecho y también, y esto es lo más importante, lo por venir. Por eso la tecnología ya superó la antigua biblioteca de Alejandría. Por otra parte, las nuevas tecnologías no solo nos permiten conocer, sino que también somos conocidos y reconocidos por ellas. Superan todo lo anterior. Nosotros conocemos gracias a Internet, pero también Internet, y las tecnologías en general, nos conocen a nosotros. Es un diálogo. Un ida y vuelta. Es mucho más humano. Más democrático. Más justo. Conocemos, nos conocen, nos damos a conocer, y todo con un simple click. O con una simple caricia sobre la suave superficie de una pantalla. La caricia, gracias a la informática, recuperó su centralidad en la historia humana. El toque, el sentido del tacto, durante tantos siglos despreciado, es hoy el gran Ábrete Sésamo. Tocamos, lo tocamos todo, y entonces el conocimiento, la historia, los hechos del pasado y el futuro adquieren corporeidad, sensualidad, goce. Me toco Egipto. Me palpo la Guerra del Peloponeso. Con solo utilizar la punta de los dedos, accedemos a todos los mundos posibles e imposibles, a lo inimaginable. Faltriqueras de Merlo el Ronco, Perramus, tramoyas, el galpón suave de Euterpe. Allí va Simplicio de Cilicia y Damascio, lo toqueteo a gusto, ahí va el edicto de Justiniano que lo abruma, apesta y atosiga, el último escolarca guarda y carga carros, fletes de odres de pus, carro nalgado de carros y enseres calvatruenos, Volsköper para el Gran Cernidor de plumón, stevia y pum, fardo habitado, cochambre, rey y milanesa última de todas las cosas. Las apps son superadoras de las polémicas medievales y renacentistas sobre la superioridad de la vista o el oído. Es el tacto. La pantalla es piel. Porque la puerta al saber es la carne, la piel, el goce exacerbado de los sentidos. Carne digital. Esta nueva forma de sensualidad digital nos conduce al conocimiento. El conocimiento es concupiscente, carnal, sensual. Toda sabiduría es salaz, no hay conocimiento sin lujuria. Solo Robert Fludd, en el Renacimiento, con la invención del ungüento de defensa, se anticipó a la carne digital. El conocimiento es ahora sensible, se toca, se palpa y se comparte, nos llega ya compartido, es con otros. Y usted doctor, qué toca usted eh, solo bolígrafos. Pero bueno, recete nomás, recete y llene formularios, que no hay receta alguna, mi muy mini-galeno del trasto y el ajado rostro, no hay receta de usted que no figure en la red, recéteseme anillo bencénico, iboga, serviamis illi, entactogena, turbina corymbosa, y déseme, y que se me arroje tal mejunje en el garguero como el cóctel bravo que me salvará de sus rostros, sus preguntas y sus silentes miedos, doctorete. O sea, las plataformas, los programas, los entornos, las aplicaciones, las apps, como ya le dije, lejos de ser adicciones, nos acompañan, a cada momento, como una parte importante, imprescindible de nuestra cotidianeidad, como compañeras sabias. Convivimos con ellas. Y ellas nos conocen. Saben de nuestros gustos, nuestros sueños, nuestros proyectos, nuestros deseos. Saben quiénes somos, quiénes fuimos, quiénes queremos ser. Nos conocen mucho y bien. Nos conocen mucho más y mejor, y más desinteresadamente, que los amigos y las amigas. Más que nuestras parejas, ni hablar. Y más que la familia, por supuesto, esa vieja institución que no se actualiza automáticamente como las apps. No se bajan nuevas versiones, no. Las apps están con nosotros en las buenas y en las malas. Muchos ideales románticos, ingenuos, sobre el amor, la amistad y las relaciones humanas se hicieron por fin realidad en la relación perfecta, justa, simétrica, todo placer y lujuria, que establecemos con nuestros dispositivos, siempre dispuestos a darnos felicidad a cambio de nada o casi nada. Por eso lo son todo para mí. Cumplen todas las funciones. Son jugadores de toda la cancha. Agenda, reloj, correo, cámara de fotos, baúl de los recuerdos, cartas amarillas de Nino Bravo, las pequeñas cosas de Serrat, archivo, Chiquilín de Bachín, Summa de todas las Summas, faro, canil, horno de barro, medidor del nivel de elefantiasis, visor crepuscular de Osaka, bailaor, carrusel, hisopo digital, televisor, cine, oráculo, sala de estar, el famoso cuarto propio de la Woolf, el mar, casino, zaguán de zaguaneo, noches blancas, postín, flor, plaza, memoria personal y colectiva, madreselva. Todo está allí, resumido, sintetizado, como por arte de magia. Edificios enormes, aparatos gigantescos, muchedumbres, Zeus, todo llevado a una escala Lilliput pero con poderío y alcance mayor. Un mundo en unos pocos gramos. YouTube es mi mejor amigo, doctor. ¿Imaginario? Imaginario usted, docterete, su consultorio, sus libros, sus diplomas. Imaginario su mundo de silencio y rostros de silencio. YouTube sabe lo que me gusta y lo que me va a gustar en el futuro y nunca se equivoca y me acompaña siempre. Y me conduce, como un buen maestro, como un maestro perfecto, un mago, un adivino, por el mundo de la música, la historia, las artes y los deleites más extremos. Allí dentro hay amor, hay algo profundo. Solo el amor nos abre puertas a nuevos mundos. El “home” de YouTube es mi casa. Sí, el nombre en inglés es preciso, porque es mi hogar, un lugar donde me siento pleno. Allí está todo mi deseo, corporizado, mi deseo, esperando que yo lo toque, esperando el roce de mis dedos, de mi piel, esperando la caricia de mi carne para hacerse carne. Mire doc, mire y aprenda. ¿Conoce la Oda a Luis Landriscina, nombre artístico de Luigi Landriscina?:
Mercurio de las pampas nuestras,
poseedor de la gracia de los prados y sus gentes,
auriga del ágora,
decidor de historias vivas,
Séneca de los bosques encantados,
bardo de los quebrachales,
chamán que habla con los árboles,
maestro sagrado de los bosques,
druida rex.
Veni, Creator Spiritus, mentes tuorum visita, imple superna gratia quae tu creasti pectora. Qui diceris Paraclitus, altissimi donum Dei, fons vivus, ignis, caritas, et spiritalis unctio. Tu, septiformis munere, digitus paternae dexterae, Tu rite promissum Patris, sermone ditans guttura. Ah, se vienen en patota los doctoretes, buscan refuerzos, no se bancan el arte. No les tengo miedo. Vengan con lingas, sacos de cueros fieros, trenzas de prender, vengan al humo, no les temo, a mí no me asustan sombras ni bultos que se menean. Yo soy el adicto, mírense un poco, mírense temblar ahítos de té de tilo, vengan, vengan a prenderme. Adictos al bajo estupor de los quebrados.