Nanas, arrullos, cantos, versos, poemas. Chamamés, huaynos, vidalas, también aires de bossa nova o algún joropo. Todo eso suena con belleza en Bordando nanas (con hilos de amor), el libro-disco de Verónica Parodi, con ilustraciones de Fernanda Bragone y canciones interpretadas por León Gieco, Teresa Parodi, Liliana Herrero, Ligia Piro, Chango Spasiuk, Los Musiqueros, Mariana Carrizo, Chiqui Ledesma, la venezolana Cecilia Todd, el paraguayo Ricardo Flecha y Nora Sarmoria, encargada también de la dirección musical y de los arreglos, junto con Emilia Parodi. Lo que se lee y se escucha son poemas y canciones de cuna, portadoras de ese vínculo primero y poderoso que aquí aparece ensanchado, en la poesía de Parodi y en las canciones en las que es posible escuchar ríos y montes, texturas y juegos, climas y olores. Mañana a las 17, Bordando nanas será presentado en el teatro El Alambique (Griveo 2350). No será una presentación de libro convencional: Teresa Parodi, Liliana Herrero, el grupo Los Musiqueros y Chiqui Ledesma, más invitados sorpresa, harán suyas estas nanas bordadas con hilos de amor. Será un concierto de canciones de cuna, dirigido tanto a niños como a adultos.
“A las canciones de cuna las cantan las mamás, los papás, las abuelas, las tías, los tíos, las hermanas mayores, los hermanos, los amigos, las vecinas y los vecinos. En la esquina de mi casa, en el Cerro de los Siete Colores, a orillita del río Paraná, en el monte o en la ciudad. Todos cantan, todos cuentan, todos mecen, todos abrazan”, dice Parodi en el prólogo de su libro. Lo que la autora pone en primer plano (o, más bien, ponen en primer plano estas canciones y estos poemas) es la potencia de la canción de cuna, en su belleza y en lo que tiene de portadora de identidad, de transmisora de sentidos. “Casi sin darnos cuenta, cada vez que cantamos una nana estamos transmitiendo toda una manera de ser y de ver el mundo, que tiene que ver a su vez con lo que nos transmitieron a nosotros. Estamos dándole a ese niño la posibilidad de pensarse como un ser poético, le estamos haciendo la vida más bella”, dice Parodi.
El libro, publicado por Del Naranjo, se destaca por su edición (tapa dura y formato cuadrado, ni grande ni pequeño, que acompaña la delicadeza de la propuesta). Y, sobre todo, por las ilustraciones de Fernanda Bragone, tan tiernas y evocativas, trabajadas en tonos pastel, y sobre diferentes tejidos que completan el sentido de una propuesta como Bordando nanas. En el disco, la música abre otros horizontes. Al ritmo contagioso de un chamamé como “Cambacito”, con la voz de León Gieco y el acordeón de Chango Spasiuk (que, mientras va en su canoa por el río Paraná, parece todo un hijo de aquel “Pedro canoero”), se suma el canto estremecedor de Liliana Herrero en la vidala “Ya duerme mi niño en su cuna”. Y el joropo “Luna morena”, tan dulcemente cantado por Cecilia Todd, o “Nana para Isabel”, cerca de la bossa nova, que calza tan bien en la voz de Ligia Piro. O “Chililkuti”, marcado por la caja de la coplera salteña Mariana Carrizo, o “Irupé”, que Ricardo Flecha canta en guaraní.
La escritora (y también compositora de algunos de estos temas) fue docente de nivel inicial durante más de veinte años, y hace ocho que está a cargo del área socio educativa del Espacio Cultural Nuestros Hijos, que las Madres de Plaza de Mayo crearon en la ex Esma. Es desde esa práctica, con esa mirada, cuenta en diálogo con PáginaI12, que fue “tejiendo” estas nanas. Pero sobre todo desde la experiencia de haber sido mamá de un niño que hoy tiene 15 años, y que cuando nació comenzó a “hacer nacer” muchos de estos ritmos y estos versos, mientras era acunado.
–¿Cómo nacieron estas canciones de cuna?
–El proyecto empezó hace seis años, pero en realidad los poemas nacieron cuando nació mi hijo Francisco, que hoy es un adolescente. Fueron pensados para él, en ese encuentro tan único de amor, el acunarle susurrándole palabras y poemas... En aquel momento fueron las palabras que salían del alma, las que nacieron del amor. Y luego, seis años atrás, apareció la idea de darles una forma más acabada de canción. Primero, en el encuentro con mi sobrina Emilia Parodi, que es música y docente de música. Nos encontrábamos los lunes, compartíamos mates, experiencias e ideas, y así empezaron a nacer algunas de las canciones de cuna. Con el tiempo conocí a Nora Sarmoria, compartimos una experiencia pedagógica en el ECuNHi, y le conté esta idea de transformar los poemas en canciones y en un libro. Ella enseguida se subió a este sueño y empezó a componer para muchos de estos poemas.
–Es decir que son canciones que han caminado mucho antes de salir a la luz...
–¡Mucho! En algún momento hasta estuvieron a punto de ser micros para el canal Pakapaka, pero eso después no se pudo concretar. Yo se lo contaba a todo el mundo, pedía opiniones, tenía esa necesidad de compartirlo. Y en el medio pasaba la vida... (risas). Buscando apoyos para grabar el disco, me presenté a la convocatoria del Instituto Nacional de la Música y gané. Ahí se abrió una gran puerta, empezamos a hacerlo con Nora y Emilia. Claro que mi sueño era ambicioso: quería que estas canciones de cuna fueran cantadas por grandes referentes de la música popular de la Argentina y de Latinoamérica, de la Patria Grande. Y me imaginaba quiénes tenían que ser. Si era por soñar, soñaba en grande... (risas). Todos los artistas aceptaron con entusiasmo y con un gran compromiso, fueron muy generosos. El sueño fue completo también por el apoyo inmenso y hermoso de todos esos grandes artistas que forman parte de este disco.
–¿Cómo fue el trabajo con ellos?
–Ellos no sólo cantaron o tocaron un instrumento: sentí que cada artista acunó y se apropió de su canción. Cada uno, de una manera diferente, le aportó desde su arte más belleza. Los Musiqueros construyeron especialmente un instrumento para interpretar “Juanito”, una marimba de vidrio que es una creación de Julio Calvo y Gabriel Estarque. El Chango Spasiuk estuvo en cada detalle, grabó muchísimas tomas, se tomó todo su tiempo y lo hizo con mucho cuidado, casi acunando. Lo mismo León Gieco, él me decía: “No, quiero que salga bien”, y volvía a cantar porque no estaba conforme. Cada toma era más bella que la otra ¡y para mí estaban todas bien! (risas). Liliana Herrero me dijo: “Si es una canción de cuna, quiero transmitir ese contacto de amor”. Así que me pidió tiempo para estudiarla y pensarla mucho antes. Y la verdad es que lo que hizo es conmovedor, cuando la grabó terminamos todos llorando. Con el mismo cuidado y cariño trabajaron todos, Cecilia (Todd), mi madre... En su caso, claro, es un doble orgullo tenerla.
–Hay una canción en guaraní, “Irupé”. ¿Por qué incluyó esta lengua?
–Si bien es muy literal, acercarme a ese idioma fue todo un desafío. Son palabras que escuchaba mucho en Corrientes, donde el guaraní está muy mezclado en todas las palabras, y quería acercar esa experiencia desde mi infancia. La grabó Ricardo Flecha en Paraguay, con Mauricio Cardozo Ocampo, y también hizo los arreglos. El también terminó haciendo más que el pedido original. Igual que Mariana Carrizo: antes de grabar “Chililkuti”, ella empezó tarareando con su caja unos versos suyos, como para ir calentando su voz. Con Nora nos quedamos fascinadas y le pedimos permiso para dejarlo como introducción a la canción, y así quedó. Cada trabajo fue valioso, cambió y ensanchó cada canción. También me gustó que Ezequiel y Lautaro Parodi, mis sobrinos, pudieran participar. Nuevas generaciones de músicos están sonando junto a estos enormes artistas.
–¿ Y cómo se transformaron estas canciones y poemas en libro?
–Como dije, en estos años le hablaba a todos sobre este proyecto, ¡era la loca de las nanas! (risas). Hablando en serio, conté con el apoyo de mucha gente que me impulsó en el camino, por supuesto de mi madre, y de mi compañero Martín. Un amigo querido, el escritor Mario Méndez, me contactó con Alejo Avila de Del Naranjo, él imaginaba el libro en esa editorial. Y así fue: en el primer encuentro en el que le presenté el proyecto, la respuesta fue “vamos a hacerlo”. Y encima tuve el lujo de tener como editora a Norma Huidobro, una gran autora de la literatura infantil y juvenil.
–¿Cuál es la potencia de una canción de cuna? ¿Por qué son importantes las nanas?
–Porque nos permiten conectarnos con los niños a través del arte, la poesía y la música, la sonoridad de las palabras y de los distintos ritmos. Gran parte de la transmisión de la música popular aparece a través de las nanas. Cantar una nana o decir un poema es todo un desafío en estos tiempos. La canción de cuna también es una forma de resistencia, de construcción de identidad, de transmisión de los sentidos: casi sin darnos cuenta, estamos transmitiendo toda una manera de ser y de ver el mundo, que tiene que ver a su vez con lo que nos transmitieron a nosotros. Y estamos dándole a ese niño la posibilidad de pensarse como un ser poético, le estamos haciendo la vida más bella. ¡Vaya entonces si son necesarias las canciones de cuna en estos tiempos difíciles!
–El único destinatario no es, entonces, el niño o la niña...
– Nadie es el mismo después de cantar una canción de cuna, de decir unos versos o de tararear en ese acto tan íntimo de amor que es acunar: ni el niño, ni el adulto. La voz susurrada, cantada, va dejando huellas en ese niño, que entonces puede enfrentar el sueño de otra manera. Pero también en el adulto, todo su cuerpo se prepara para acunar, para sostener, para acompañar. La canción de cuna es apego, crea un vínculo perdurable, hace huella en la memoria emotiva de cada uno. Por eso los adultos, llegado el momento, cuando tenemos que acunar, nos acordamos de la canción que nos cantaban de chicos. A veces la creíamos olvidada, pero comprobamos que estaba ahí, todavía acompañándonos...
–¿Por qué suenan tantos ritmos musicales litoraleños?
–Tiene que ver con mi región, yo soy correntina y en mi memoria emotiva están estos ritmos, crecí con ellos. Estoy convencida de que es necesario volver a esa transmisión cultural de lo propio, de lo identitario, desde la belleza, desde la palabra poética, en nuestras casas, en las escuelas, como lugares para recuperar los sueños y las ideas. Y en este tiempo en donde la tecnología es tan abrumadora, donde todo parece frenético, se hace imperioso encontrar el tiempo de un cuento, de una canción de cuna, de un poema, de jugar y reírnos con los chicos. Lo bello se hace necesario para habitar este mundo y mejorarlo.
–¿Y cómo trabajó con Fernanda Bragone las ilustraciones, que tienen sus tejidos?
–En el recorrido para llegar a libro la convoqué a Fernanda, que es una ilustradora con la que también trabajé desde lo pedagógico en el ECuNHi, y cuyo trabajo admiro. Los tejidos tienen que ver con las regiones de estas músicas, y también conmigo, con mi historia. Cada ilustración tiene un detalle de esos tejidos. Está el tejido característico del Litoral, ñandutí. En la ilustración de “Nana para Isabel” se ve un vestidito mío de cuando era bebé, el primero que me hizo mi bisabuela Emilia, con el punto arroz que se hacía entonces. También está el aguayo, del norte, y los tejidos de las distintas regiones. También en esos puntos hay transmisión de identidad, de cultura, y hay un trabajo paciente de quienes tejieron punto por punto.
–¿Qué imagina para el libro y el disco, adónde le gustaría que lleguen?
–Me lo imagino en las casas pero también en la escuelas, en los jardines, en los espacios para pensar la infancia. Muchos docentes me escriben para tenerlo como material para llevarlo al aula o a la sala. Evidentemente, hay una impronta mía docente ahí, mi mirada también es muy fuerte hacia ese lugar porque por más de veinte años fui maestra de nivel inicial, lo llevo conmigo. Así que estos primeros pasos los está dando como yo esperaba. Quiero poder transmitir que un poema y una canción de cuna nos pueden ayudar a mirar el mundo de otro modo.