Un polaco entre tantos polacos me dice a los gritos y con aliento a cerveza en el medio del metro que acaba de partir de la estación Ulitsa 1905 Goda que, aunque son ellos una cultura de gente callada, la cancha los libera, los vuelve otros, los saca de su habitual rectitud y los exorciza. “Allí somos más parecidos a ustedes, los latinos. Después, no nos parecemos en casi nada”, me escupe con un vaso que hace luces en la mano, mientras sus amigos se rompen las gargantas por el sueño de Mundial. Este polaco, como otros tantos polacos, enseña que el fútbol es un lugar en el que las etnias se universalizan porque la pelota, al cabo, es un idioma para todos.
Un polaco entre otros tantos polacos intenta bajar la pelota a unos diez metros de mí ante la bestia senegalesa de 1.95 llamada Kalidou Koulibaly. El hombre que pierde ante el defensor del Nápoli en el estadio del Spartak podría no haber nunca llegado hasta aquí, ya que en el 2006, el Legia Varsovia le llegó a decir que nunca volvería a jugar en alto nivel debido a una dura lesión que casi lo saca de las canchas para siempre. Este polaco, que para la cuestión no es otro que Robert Lewandowski, demuestra que el fútbol siempre es un argumento que tiene razón, incluso ante el ciego más ciego de toda una nación.
Un polaco entre otros tantos polacos va corriendo como un tiro por la banda y, aunque parece un futbolista normal como aquellos que lo rodean, lleva en la retina de sus ojos una imagen de la que jamás se olvidará. Una noche de 1996, Jakub Błaszczykowski, el 16 de Polonia, vio cómo su padre, Zygmunt, apuñalaba a su madre, Anna, hasta matarla. Luego de una huelga de hambre y de silencio de cinco días, Kuba decidió seguir su vida. Unos años después se probó en el Wisla Cracovia por insistencia de su tío, quien lo adoptó después del terrible femicidio de su progenitor. Este polaco está diciendo que el fútbol no cura las heridas más profundas, pero que ayuda a vivir con ellas.
Un polaco entre otros tantos polacos le dice al conductor del micro que pare ahí, pero que no intente estacionar, que ellos se bajan donde los deja, que no hace falta que acomode el automóvil y que no le importan las medidas de seguridad ni nada parecido. Si no hace caso, no descenderán del autobús. Adam Nawalka, entrenador del equipo europeo, prohíbe que los vehículos en los que van sus jugadores den marcha atrás, ya que dice creer los suyos deben marchar siempre hacia adelante y que, además, aquello les trae suerte. Este polaco pone en claro que el fútbol es la religión más popular del planeta y que su mitología de santificaciones y cábalas puede cooptar hasta a más ateo de los hombres.
Un polaco entre otros tantos polacos me detecta argentino en el palco de prensa y me asegura que el mejor partido que vio en su vida fue el 6 a 0 de Argentina a Serbia en el Mundial 2006. “Tu país es mi gran amor”, asegura, mientras busca en su computadora una foto del once que ese día José Pekerman puso en la cancha. “Abbondanzieri; Burdisso, Ayala, Heinze, Sorín; Lucho González, Mascherano, Maxi Rodríguez; Riquelme; Saviola y Crespo”, me relata. Luego, recuerda el gol de Cambiasso y responsabiliza al entrenador por la caída en esa Copa: “Sacar a Riquelme fue una locura. Es mi jugador preferido después de Maradona”. Este polaco pinta en dos jugadas que el potrero es el potrero, hayas nacido en Don Torcuato o en Cracovia.
Un polaco entre otros tantos polacos explica en el fondo de su casa en 1994 que la rabona es una jugada en la que un futbolista pasa su pierna por detrás de la otra para impactar la pelota con potencia y pericia. Lo intenta una y otra vez. Lo hace. Va a buscar la pelota. La tira a mis pies. Me hace repetir su acción. Un rato después, ya me sale. “¿Y para qué sirve esta jugada?”, le pregunto. “Para divertirse, como todo en el fútbol, Sebín. ¿Para qué va a servir?”, me contesta. Ese polaco, muchos años antes de la derrota de Polonia ante Senegal que acabo de ver en el estadio de Otkrytie Arena de Moscú, ya me había enseñado casi todo sobre este deporte y sobre la vida. Ese polaco entre otros tantos polacos era mi abuelo.