Juegos, rimas y poesías. Canciones, rondas, pregones, refranes, versos. Algunos, muy específicos, como los “tan, tan...”, los “siempre, siempre...”, los “nunca, nunca...”. Y recetas de cocina, y hasta instrucciones para fabricar juguetes. Todo eso salió de la imaginación y del saber de todos y de nadie: es la cultura popular la que las fue llevando y trayendo de generación en generación, a veces cambiando detalles, o adaptándolos según las regiones y las familias. Son los chicos y las chicas los que mejor han sabido aprovecharlos, en todos los tiempos y en este también (y quien vaya a un recreo de escuela podrá ver que las rondas, el elástico, la soga, siguen bien presentes). Con ojo que embellece, Laura Devetach y Laura Roldán supieron recopilarlos, seleccionarlos, escribirlos, y transformarlos en cuatro libros: Samba Lelé, Las 1001 del garbanzo peligroso, La marca del garbanzo y ¡Ay, tarara! Y los ilustradores Eugenia Nobati, Juan Lima, Clau Degliuomini y O’Kif los dotaron de dibujos, para que cuenten más. Todos ellos estarán juntos (en un verdadero seleccionado de la literatura infantil y juvenil argentina, así reunidos), presentando los libros mañana a las 18.30 en la Biblioteca Casa de la Lectura (Lavalleja 924).
“Las Lauras” –madre e hija– escribieron parte de estos textos hace mucho tiempo (en un principio se llamaron Las 1001 del garbanzo peligroso y Las 1002 del garbanzo peligroso). Como suele suceder, los libros rodaron entre niños y niñas, docentes y padres, y también entre las editoriales, con sus devenires. Ahora, revisados y con nuevo material, salieron en estos cuatro libros en la colección Cuentos con son de SM, dos el año pasado, y otros dos, recientemente. Y con el aporte gráfico de cuatro ilustradores que las escritoras escogieron especialmente, y que vuelven a unos libros tan particulares (en los que no hay una historia sino muchas entradas posibles, divertidas, tiernas, evocativas), más amplios aún.
“La historia de estos libros tiene que ver con mi historia, porque cuando fui maestra rural (entre el 56 y el 77, cuando la Libertadora nos echó de la facultad) recurrí mucho a estas cosas, a todos esos saberes que los chicos traían de sus casas”, cuenta Devetach. “Ellos tenían sus dichos. Por ahí estaban haciendo un poema, pero no lo sabían”, recuerda la reconocida escritora, autora de obras fundantes como La torre de cubos. “Aunque tal vez no lo parezca, es muy difícil hacer libros como estos: buscar lo más representativo, ordenarlo por rubros... Con Laura trabajamos mucho entre las dos, mejor dicho entre los tres, porque Gustavo nos ayudó muchísimo”, agrega (el escritor Gustavo Roldán fue el esposo de Devetach). A la hora definir el trabajo, la escritora tiene algo claro: “Son cosas que los chicos tienen a flor de labios: juegos”, marca. “Creo que es un pequeño territorio que quizás hoy está escondido, o tapado, por toda la cuestión de la tecnología, las imágenes. Pero en cuanto alguien tira un poquito del hilito, empiezan a salirle esas cosas. Ahora resulta novedoso, pero son cosas más viejas que el sol. Por eso los chicos se enganchan enseguida, ahora y siempre: porque saben jugar, y quieren jugar”.
“Además de las cosas que había seleccionado mi madre de trabajos suyos, estos libros tienen recuerdos de nuestra vida, hay mucho de tradición familiar: las recetas de la familia, por ejemplo. Está la canción de cuna que me cantaba mi madre cuando yo era chiquita, las ‘canciones para jugar’ que jugaba en la vereda de Córdoba cuando era niña... Es algo muy cercano y entrañable que a los lectores les llega porque, a su vez, los devuelve a sus propias infancias”, dice Roldán. “Si hay algo que me hace querer todavía más a estos libros, es la devolución que estoy recibiendo. Los chicos y los grandes agradecen tanto el tema del juego. Y además los hace recurrir a los suyos, los propios. Por ahí me escriben, me mandan mensajitos: hicimos la receta del dulce de zapallos, salió muy rica. Y los maestros también se muestran muy ávidos por todos estos temas. Confirmamos que son textos que tenían que seguir rodando”, asegura.
Las “dos Lauras” coinciden en que los artistas plásticos que trabajaron en los libros completaron el proyecto de la mejor manera, y lo ampliaron, cada uno con su estilo. “Cada vez que me llega un libro de Laura es un placer para mí, lo disfruto muchísimo, son como un viaje a mi infancia. Con estos libros yo sentí que volvía a jugar como cuando era chico”, dice Aljandro O’Kif sobre su trabajo. Nobati coincide en que “muere de amor” por “las dos Lauras”, y cuenta que en su caso, además, el recuerdo se liga a la canción “Samba Lelé”, que cuando era chica escuchaba con su hermana por el grupo Pro Música de Rosario. “Hay mucho lazo afectivo puesto en juego”, concluye la ilustradora.