“¿Te vas a quedar a vivir allá en Japón?” Antes incluso de felicitarlo por el viaje, Cesarina, la madre de Sando, le hizo la pregunta que se hace más de uno. Sí, el “Napoleón de La Matanza” se va a rapear al país del sol naciente, pero tranquilos que vuelve. Solo, componiendo para otros o como parte de colectivos fundamentales para la escena como Sudamétrica o Iluminate, Sergio Sandoval es un referente indiscutido de la rica escena hip hop local y regional desde hace rato. Y también global: ya había sdo seleccionado por la BBC hace cuatro años para hacerle un tema a la selección argentina por el Mundial de Brasil 2014, y ahora está en Japón, donde mañana presentará su flamante disco en el club Harlem de Tokyo, además de preparar su presencia en el Toyota Rock Festival de Nagoya, y luego en Kyoto.
Nada parece cambiar el modo de ser de este muchacho clase ‘84 que visita a su madre “religiosamente casi todos los fines de semana”. Sando no se la cree, o por lo menos no del modo convencional: “El mundo es mío desde que nací/ No confío en nadie”, canta en Envy, el breve pero lapidario cierre de su flamante disco, Renegado, un manifiesto tan ecléctico como divertido y tan inteligente como accesible. “Cuando subo al escenario soy Messi con Maradona, Caniggia, David Bowie y Freddie Mercury juntos”, asegura. “Pero eso es un trance del momento, después te sacás la capa y ya está: sos Sergio, no hay mucho chirimbolo porque si te compenetrás solo con eso, cuando la gente apaga la tele te morís: sos un zombie.”
Renegado es un disco distinto tanto por su lírica como por su desparpajo para pasar de lo cumbiero a lo tecno, de las bases trap a la canción pop, sin perder nunca cierta elegancia que lo caracteriza: “No soy 50 Cent/ no soy Daddy Yankee/ Yo soy Argentino / como Atahualpa Yupanki/ Aguante Mustafá/ aguante Illya Kuryaki/ aguante el Sindicato y también Damas Gratis”, canta sobre un ritmo tropical al comienzo de un disco que surgió de su flash por las palabras. “Estaba fascinado con la película El topo, de Jodorowsky: me había comprado un sombrero y andaba por capital todo vestido de negro y con el sombrero. Y había unos pibes en la esquina que habían parado para comerse un sánguche y tomarse una birra, y uno me mira y me dice: ‘Pará, ¿qué sos, renegado?’. Y ahí me quedó. Me tiró la fresca el tipo.”
Sando es un crack haciendo freestyle pero si hace la diferencia es porque realmente escribe bien: su forma de pensar está a años luz del techo claustrofóbico que impone el hip hop de las peleas de gallos. “Al psicoanalista fui una sola vez y, como llegué tarde, no me cobró. Con el Oriente sé que me voy a conectar en este viaje porque soy re occidental: Arthur Schopenhauer, Borges, Oswald Spengler, Edward Gibbon”, enumera, y durante la charla mencionará a San Agustín, Octavio Paz, Gurdjieff y Jung sin por eso ser pretencioso ni dejar de ser un fan del rap que la viene peleando hace años, un rapero autodidacta que realmente se hizo de la nada.
“Yo escribo mucho para otros artistas, también”, dice Sando en un bar de Retiro, aunque mantiene el misterio de a quiénes les hace de escritor fantasma: “No doy nombres porque me lo pidieron. Cuando componés, la mente está por sobre la cabeza: es como una nube que cuando se junta con otras nuevas son como conjuntos de ‘pertenece y no pertenece’. Cuando compongo para otro hay un montón de símbolos que capaz usa esa persona y ni se da cuenta. Yo decodifico esos símbolos que vos me mostrás con tu forma de ser y pensar, y capaz que los bajo a tierra: es como un trabajo de médium”.
Sergio Sandoval cuenta que entró al colegio ya sabiendo leer y escribir: “Ya sabía desde jardín porque mi mamá me había enseñado. Mi papá, que se llamaba Reynaldo y ya no está en este plano, era bombero: se fue re tranquilo, en paz”, dice este rapero que se formó de modo autodidacta, haciendo freestyle y comprando cds importados. “Llegué a tener 400 cds originales, todos de hip hop; de Wu Tang Clan tenía todos: la Wu Tang crew en Escocia, en África, en Francia. Wu Tang es un ritual constante que se transformó en mito porque ellos también vienen de un asunto que es la esclavitud: son cosas que sí o sí te van a conmover. Pero capaz que a mí me representa más Control Machete. Después, cuando me mudé, lo regalé todo y ya no colecciono más: me volví muy minimalista.”
En realidad, hay algo que sigue coleccionando: plumas. “Soy un freak de eso, quizás porque esa es mi herramienta y también mi talismán”, dice mientras deja sobre la mesa una Moleskine negra donde está escribiendo los apuntes para El Libro Negro, un futuro libro: “Podes ser un homeless y ser un emperador. En González Catán, donde vivía antes, no veía nunca gente en situación de calle, pero ahora vivo en Recoleta y está lleno. Lo que más me impactó es bucear en la ciudad y encontrar pequeños tesoros. Yo vivo de lunes a lunes para esto, siempre observando”.
En cuanto a los componentes de la escena, distingue entre “el freestyle comercial y el arte en el freestyle” y ubica “las batallas de gallos y todo eso” entre lo comercial. “No está mal, pasé por ahí y fui varias veces finalista, aunque nunca gané una. Pero era muy chico para elegir: quizás no quería decir algo odioso contra otro pero siempre me terminaba anotando porque mis amigos me arengaban y terminaba yendo. Es notable cómo a la gente le pasa algo con eso, pero por eso digo que es sombra contra sombra: en el hip hop hay mucho de poner sombras contra sombras. Los remates siempre terminan siendo muy snobistas o muy racistas o muy clasistas. Entonces la gente ahí ve su propia sombra reflejada porque piensa que hubiera dicho lo mismo, ve su sombra manifestada en un mito.”
“Son como burros persiguiendo zanahorias: ése no es el puente de Brooklyn, es el Puente La Noria”, rima. Aunque, lejos del estereotipo del rapero barbero, también reparte elogios: al polémico El Doctor (“¡Es un amigo!”), a Charlote Caniggia (dice que “transmite bondad”) o a colegas como Núcleo o Paulo Londra, el pibe de oro de la nueva generación: “De los nuevos es el que me más me gusta: me re ceba y es casi un niño. La base siempre es el espíritu crítico, si no terminás tomando veneno porque todos lo consumen. Me pasa con el trap: lo más fuerte que tiene en Argentina son las relaciones públicas, pero no el mensaje. Esa belleza que ellos ostentan esta mutilada. En márketing y en RRPP les pongo 10, pero en inspiración les pongo 0, cero Arte”.
Eso no le impide nutrirse también de ese estilo: “Tiro un par de bases de trap y me pongo a rapear”, admite. “Pero hago el trap que les gustaría a mis amigos. En el disco hay un tema que se llama Guacho que es un chiste para un amigo diseñador que tiene el corte rocho y nunca tiene faso mocho. Pero no me jacto de ese tema. Cada artista responde a una cultura industrial, y hay una forma de producir según el hábitat en el que te criaste”, dice Sando, cuyo primer trabajo fue vendiendo carbón junto a su viejo y su hermano Leandro, más conocido cómo Red Lyon, cantante de Resistencia Reggae.
“Igual no hay enojarse porque a los pibes del trap les va bien o porque yo pueda viajar a Japón ni porque no te gusta la comida que te hizo tu mujer. Pero sí hay que saber y no olvidar que, a la sociedad, para que ahora entienda el trap, la hackeó nuestra generación de raperos. Creo que hay un ente o una energía al mando de los destinos, y tus decisiones te ayudan a negociar con ese ente. Si comprende que te abandonás al 100 por ciento a algo, seguro que te bendice o te aporta algo. Siempre me abandoné a esto y quisiera volver a ese estado: no quiero llegar a algún lado en mi carrera sino volver a esa inocencia espontánea de poder soltar la birome y que algo se escriba solo porque es tu alma la que está encerrada y necesita esa tinta, ese ritual. Veo ahora que muchos pibes van a grabar con la letra en el celular, y quise hacerlo también. Pero no es lo mismo: hay algo en el ritual que te permite como persona ser mito por ese instante. A mí no me gusta que se vean los hilos porque soy un títere libre, un títere renegado.”