En la noche del miércoles 13 de junio, la plaza de la Legislatura de Salta fue el escenario de una vigilia multitudinaria por el derecho al aborto. Ninguna magia: dos de las integrantes de la Campaña por el Derecho al Aborto de esa provincia estuvieron en la reunión inaugural de mayo de 2005, en ATE Córdoba, y desde entonces activan en una provincia donde se vulneran derechos a diario, donde les llevó diez años conseguir que la Corte Suprema de Justicia de la Nación derogue la educación religiosa en las escuelas públicas. En Mendoza, donde por ley está prohibida la venta en farmacias del medicamento que contiene misoprostol, la misma noche –pese al frío bajo cero– se juntaron miles de personas en la plaza Independencia, con una alta rotación de manifestantes con pañuelos verdes que hace difícil el cálculo total. Cualquier listado será arbitrario, porque el carácter federal de la Campaña es inabordable. Está en las 24 provincias y en centenares de localidades donde las activistas –cada vez más acompañadas– fueron construyendo la despenalización social del aborto.
“El federalismo se planteó desde el origen de la campaña. Cada acción se debía discutir de acuerdo a las posibilidades y la realidad de cada provincia donde hubiera movimiento de mujeres. La comisión de articulación siempre dijo que las decisiones se aplicaban en cada lugar en la medida de lo posible. Hubo compañeras en lugares muy inhóspitos como Bahía Blanca, Mendoza, Chaco, Corrientes, ciudades donde costó muchísimo difundir la necesidad de legalizar el aborto”, cuenta Mabel Gabarra, de Rosario, una ciudad donde se plantó la semilla de la Campaña en 2003, en el Encuentro Nacional de Mujeres. Allí se realizó la Asamblea por el derecho al Aborto y al día siguiente se usaron por primera vez los pañuelos verdes. Hace 13 años, mujeres de todas las organizaciones transversalizaron el reclamo. Es (casi) el mismo pañuelo que hoy se lleva en el subte, en las escuelas, atado en la mochila o en las muñecas.
Después de la media sanción obtenida en el Congreso, hubo agresiones en distintas ciudades y provincias, hasta ahora aisladas, hacia chicas y mujeres que van con su pañuelo. De personas que gritan “asesinas” y pasan a los golpes. “Esto demuestra que no son pro-vida, como ellos se dicen, sino que están a favor de la violencia, que no aceptan que esto se dirime de manera democrática”, considera Gabarra.
Lo que no toleran es que el verde se esparce por todos lados. Las chicas no sólo tienen sus pañuelos, sino que también se pintan las uñas, sus pelos. “Se formó una coordinadora de estudiantes secundarios por el derecho a decidir en Salta. Ahora están amonestándolos, los echan de las escuelas por ir con pañuelos”, relató Mónica Menini, integrante de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto en la provincia que gobierna Juan Manuel Urtubey. El mismo día que se trató la ley –y todos los diputados salteños votaron en contra– una chica de 20 años murió en el hospital San Vicente de Paul de Orán, en esa provincia. Si bien les llevó años que los medios de comunicación las tomaran en cuenta, vienen activando desde 2005. “La campaña nacional se federalizó en acciones. Cuando nosotras salíamos por lo que estaba pasando en la provincia, teníamos cientos de adhesiones de las organizaciones de todo el país. Esa estrategia, la transversalidad, se conversó con las compañeras, y se sostuvo también dentro de cada provincia. Llegamos a esto porque llegamos juntas”, consideró Menini. La legalización se coló en cada conversación, en los lugares más impensados. “Este debate llegó hasta el último rinconcito del país, estamos hablando de zonas donde es difícil llegar. Creo que la acción de las actrices ha pegado mucho, porque mucha gente que sólo tiene la televisión, las vio posicionarse y prestó atención”, consideró Menini. La carta de la cineasta salteña Lucrecia Martel a los senadores Juan Carlos Romero, Rodolfo Urtubey y Cristina Fiore para que votaran por los derechos de las mujeres es una de las estrategias para la vital votación en la Cámara alta.
En Mendoza, Claudia Anzorena también es una de las activistas de la Campaña desde sus inicios. “La situación está bien compleja, porque tenemos restringida la venta de misoprostol por una ley provincial”, dice la militante. Esa hostilidad no impidió que el 8 de marzo se hiciera en la ciudad la manifestación más importante en muchísimos años, ni que haya cada vez mayor cantidad de mujeres que quieran sumarse a la campaña. En esa provincia también las autoridades escolares están sancionando a las alumnas y docentes por ir con el pañuelo, y hay amenazas. “Conozco a una docente que la llamó la directora de la escuela porque tiene el pañuelo verde de perfil de whatsapp”, señaló Anzorena. Allí también imaginan alternativas para que los argumentos por los derechos de las mujeres lleguen a los senadores Julio Cobos, Anabel Fernández Sagasti y Pamela Verasay.
Ketty Schreider es una de las pioneras de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Bahía Blanca, otro lugar inhóspito. “Empezamos siendo cuatro gatas locas, o cinco, repartiendo pañuelos en la plaza Rivadavia, con megáfonos, atando los pañuelos en los árboles”, relata Ketty, quien relata que cada plenaria nacional de la Campaña les daba fuerzas para seguir, pese a la hostilidad. Ketty pide que se mencione al puñado de compañeras que comenzaron esa lucha, pero el espacio de la nota lo impide, como quedan cortos los pañuelos. “Es un sueño hecho realidad, no sólo que estemos cerca de conseguir la ley, sino también la cantidad de jóvenes comprometidas con la causa”, dice.
En Rafaela, un enclave conservador de la provincia de Santa Fe, Dahiana Belfiori vivió buena parte de este proceso. “Ninguna construcción de la que tenga memoria ha sido tan debatida en cada rincón del país y tan largamente. Si me hablan de democracia este es un ejemplo que me convence por su contundencia, porque a pesar de que hubo otras luchas esta ha sido resistida como ninguna. No fue lo mismo hablar de aborto y poner el cuerpo en las calles de ciudades conservadoras que en Buenos Aires o Rosario. La Campaña tiene potencia porque supo salir de los centros, supo entender estas diferencias, fue federal desde sus inicios”, dice la escritora, y considera que “no hay vuelta atrás: en cada pueblito y ciudad (incluso la más conservadora) de Argentina hay compañeras que hace años activamos la Campaña y lo seguiremos haciendo pero ahora no seremos nunca más “cinco gatas locas”. Seremos y somos millones”.