Podemos rastrear al fascismo de la lengua en todo acto de habla pero en esta época pareciera que ese fascismo barthesiano se volvió hiperbólico en el intento de los “acusados” de dar credibilidad a su defensa.
En la mise en scène de “disculpas públicas” de Ricardo Darín puede detectarse cómo opera la lengua del maltratador o, al menos, cómo sujetos impensados pueden ser portadores, pasajera o permanentemente, de una lengua maltratadora. Dice Darín: “Cuando una mujer declara algo, hay que atenderla aunque yo no esté de acuerdo en muchas de las cosas que dice, yo creo que hay una gran confusión metida en todo esto, yo ahora aquí le pido disculpas públicamente, yo quiero que tranquilice su alma”. Todo lenguaje reproduce un mundo y un régimen vigente, toda lengua es un sometimiento. Las disculpas del acusado lejos de ser una toma verdadera de conciencia y una autocrítica que ayuden a repensar el por qué de lo ocurrido prolongan la agresión dando a entender que quién cuenta haber sido destratada tiene que “ser atendida –y ahí toda una polisemia– y tranquilizarse”; implícitamente queda la idea de que está histérica, confundida. A mi entender el gesto político relevante en este caso es el decorrer el velo de una situación de maltrato por parte, no del violento útil, el que el sistema aplaude, necesita y hasta fogonea, el que genera consenso, el que entra en la tipificación –el bárbaro– sino el otro, el inaceptable, porque es el número uno, porque nos representa, porque nos reímos con él o nos encantan sus películas, porque no entra en el modelo del violento que queremos.
El lenguaje nunca es inocente y es ya una toma de posición sin neutralidad, el lenguaje es el gran tirano por eso acá también aparece el fenómeno de la grieta lingüística. De un lado la lengua de la acusación, del otro la lengua de la defensa, ambas elípticas. De un lado los que creen, del otro, los que no. Las actrices que apoyan a Darín lo defienden diciendo: “Las que lo conocemos sabemos que es un tipo amoroso” como si alguien no pudiera ser amoroso y aborrecible según la relación. Lo defienden con un argumento esencialista: “Si se es carismático y los hijos y esposa lo aman, ergo, no pudo haber maltratado a dos actrices”.
La estrategia (otra vez el discurso) de los que defienden a Darín es nombrarlas como “cristinistas”, “envidiosas”, “despechadas y enamoradas” o algo más retorcido, como “feministas-oportunistas”, porque habría casos de violencia acordes con la lucha feminista y otros que mejor dejar de lado, estaría bien cambiar el statu quo, pero no tanto. Algo como hacer la revolución pero un poquito. Feministas, activistas, o no, se está del lado del poder o se lo combate, sean hombres o mujeres. El poder como culpable de la corrupción humana, el poder y la prolongación en el poder, y la gran prolongación del poder: la lengua. Calígula, Macbeth, La piel de Zapa, etc.
El hombre es a la vez todas sus verdades, sus personajes, sus vestuarios, justamente el actor que porta todas las máscaras debería saberlo, justamente el propio Darín, si no quién. “Decí lo que quieras que nadie te va a creer”.
Ariana Harwicz: Escritora.