Desde Nizhny Novgorod
¿Lo perdió Caballero con su monumental pifiada? ¿Lo perdió Sampaoli con las dudas que mostró y el equipo que mandó a la cancha? ¿Lo perdió Messi, que no supo ponerse el equipo al hombro? ¿Lo perdieron los jugadores, que no encontraron la manera de reponerse en la adversidad? ¿Lo perdió el fútbol argentino todo, que está en una crisis terminal y deberá rever todo? Todas las preguntas se abrirán en abanico en los próximos días cuando se empiece a analizar en frío esta catastrófica derrota que obliga a ganarle a Nigeria y esperar una milagrosa combinación de resultados para alcanzar la clasificación en el segundo puesto. Aunque todo indica a esta altura que lo mejor es terminar de una vez con el martirio de este Mundial para barajar y empezar a dar de nuevo.
El partido empezó a jugarse mucho antes. En la calle Pokrovka, la peatonal céntrica de Niznhy Svógorod, confraternizaban desde las diez de la mañana hinchas argentinos y croatas. Se abrazaban para la foto, con el fondo de una bandera con las imágenes de Maradona, el Papa y Messi, hacían jueguito con una pelota que habían llevado los argentinos, tomaban cerveza en alguno de los bares de la zona y en un boliche con pantalla gigante celebraban las buenas jugadas de daneses y australianos. Tres horas antes del comienzo del partido clave para los dos, la peatonal quedó vacía y dejaron en segundo plano las estatuas de bronce de un pibe lustrabotas, un cartero, una vendedora de flores y un fotógrafo que están ahí desde los tiempos de la Unión Soviética y representan la cultura del trabajo. La peatonal de Niznhy, sin el colorido de los hinchas es como la selección que armó Sampaoli. Fría, sin gracia, limpia, prolijita, pero nada deslumbrante en todo su recorrido, desde Enzo Perezovich hasta Mascheranosky y desde Acuñov hasta Mercadinsky, que bien podían ser estatutas de bronce de trabajadores de la pelota.
En el estadio ya no confraternizaban tanto los hinchas de uno y de otro, porque la importancia del partido imponía la necesidad de vivirlo a cara e’ perro. Y, por supuesto, en la cancha también. El primer tiempo fue nivelado en todo: marcador, situaciones de gol, respeto rayano con el miedo por el adversario de los dos y patadas alevosas (dos por lado).
Daba la sensación en a cancha que los croatas si se animaban un poco más la tenían fácil, pero seguramente especulaban con un empate que no resultaba mal negocio, teniendo en cuenta los pergaminos de Argentina y los resultados de la primera fecha. Pero los pergaminos de Argentina se incendiaron cuando en el arranque del segundo tiempo. Caballero recogió el pase hacia atrás número mil y le dio pifiado, dejándole la pelota servida a Rebic, que empalmó una volea estupenda y clavó la pelota en la red.
Ahí empezó otro partido que no tuvo nada que ver con el anterior. Volaron por los aires todos los planteos especulativos y Sampaoli mandó a la cancha a Pavón e Higuaín por Salvio y Agüero. Y un rayo más tarde metió a Dybala por Enzo Pérez. Cambios desesperados y equipo desarmado, yendo a buscar a todo o nada. Fue nada, más que nada. Porque a las espaldas de los volantes quedaban espacios gigantescos para Modric y compañía que son capaces de pintarle la cara a cualquiera con espacios. Nadie se sorprendió cuando el propio Modric clavó un derechazo tremendo contra el palo izquierdo de Caballero. Fue el golpe de nocaut, porque se esfumó la ilusión de alguna corrida de Pavón, algún tiro libre de Messi, una limosnita por el amor de Dios. Argentina se desplomó en la cancha, y como consecuencia de eso llegó el tercer gol de los croatas en una jugada de papi fútbol en la que Rakitic terminó empujando la pelota desde muy cerca.
Nada que discutir, nada que patalear. Croacia fue mucho más que Argentina y el 3 a 0 del resultado final lo certifica. ¿Pudo cambiar la historia cuando en el primer tiempo Enzo Pérez quedó con el arco a su disposición y remató desviado? Sí, pudo, pero también los rivales habían tenido ocasiones en ese primer tiempo parejo.
Perdió Argentina, perdió mucho más que un partido.