El country-western es una presencia poco menos que inevitable para un guitarrista estadounidense. Por más que toque jazz. La forma de rasguear de Pat Metheny incorporó de manera transparente algunos elementos de aquel folklore. Bill Frisell lo hizo explícito en su disco Nashville, de 1996. Y a la hora señalada –los 64 años estipulados por The Beatles– John Scofield abreva allí para su último y brillante disco cuyo título homenajea, de paso, al gran novelista Cormac McCarthy y, claro, a los hermanos Coen. “No es país para viejos”, decían ellos. Country for Old Man, contesta Scofield en su primer álbum dedicado a temas ajenos desde That’s What I Say, su tributo a Ray Charles de 1995.
Si para Frisell la asunción del folk es la de un universo donde sumergirse, en el caso de Scofield funciona casi a la inversa. El mundo sigue siendo el del jazz –o el de cierto jazz–, es decir el del abordaje de canciones o temas a los que se re armoniza y a partir de cuyos elementos, entendidos de manera muy amplia, se construye un desarrollo basado en la improvisación. Y aquí esos temas pertenecen a George Jones, Hank Williams, Merle Haggard (su “Mama Tried”, que grabó Grateful Dead en 1971), Dolly Parton o Bob Wills. Y, por otra parte, en este País para viejos el blues, parte del indudable ADN de su creador, tiene un papel protagónico. Aunque sea en uno de James Taylor, el bellísimo “Bartender Blues” (incluido por primera vez en su disco JT, de 1977). En la selección de temas, eventualmente, hay un sesgo generacional indudable. El guitarrista que ha cumplido 64 y ha perdido su pelo (ya desde bastante antes) bucea, ni más ni menos, en la música de su juventud, cuando el boom del folklore (el de allá) se adueñó de gran parte del mercado. El Festival de la Asociación de Música Country Americana, que se realiza anualmente en Nashville –y que Robert Altman radiografió en 1975–, tuvo su primera edición precisamente en esos años, en 1972. Y el debut profesional de Scofield no llegó mucho después. En 1974, la banda de Gerry Mulligan estaba en gira y necesitaba un guitarrista. Le pidió consejo a un viejo conocido, el baterista Alan Dawson, que era profesor en la Escuela Berklee de Boston, y él le recomendó a un joven alumno de 23 años, que acabó siendo parte no sólo del grupo de Gerry Mulligan sino de la histórica reunión del saxofonista con el trompetista Chet Baker, después de casi quince años de no hablarse, y de la grabación del encuentro en el Carnegie Hall. John Scofield no se cansa de repetir que “no podía creerlo”.
En Country for Old Men, editado por Impulse y publicado también en la Argentina, Scofield tiene como coprotagonistas a otros viejos –y notables– hombres del jazz y, además, compañeros de ruta de larga data: el extraordinario bajista Steve Swallow, con quien grabó por primera vez en 1980 –el genial Bar Talk– y el baterista Billy Stewart, que es parte de su trío (y también del reciente cuarteto junto a John Lovano) desde 1991. A ellos se agrega, en piano y órgano Hammond, Larry Goldings, con quien también mantiene una prolongada relación musical que, en lo que a grabaciones respecta, inauguró el disco Hand Jive, de 1993. Complicidades de más de veinte años, en todos los casos, que resultan notorias a la hora de escuchar la fluidez, el swing, la manera en que las ideas de unos continúan naturalmente en las de los otros y la que, tal vez, resulte la virtud más llamativa: el don que comparten con Scofield para, a la manera de equilibristas expertos, salir de la armonía (o en el caso de Stewart de las subdivisiones estrictas), crear zonas de tensión y riesgo, y volver al territorio conocido como manera de aliviar la presión pero, también, de preparar y anticipar las excursiones nuevas. Si hiciera falta elegir un solo motivo para la escucha de este disco, eventualmente, alcanzaría con el comienzo de “I’m So Lonesome I Could Cry”. La manera en que Swallow explota, literalmente, y en que Scofield y Stewart se integran a esa vorágine, puntuada por los comentarios exactos de Goldings, es asombrosa. Pero nada termina allí. Después llega el extraño, feérico, solo del órgano. Y, enseguida, el “Bartender Blues”. Esa epifanía.