En la actualidad, el verbo vivir se ha convertido en un concepto cada vez más difícil de definir. Como si se tratara de un plano inclinado en el que un líquido corre indefectiblemente en el sentido que le impone la pendiente, así la vida en el siglo XXI parece estar desplazándose progresivamente del terreno de lo concreto hacia el ámbito ilusorio de la llamada vida virtual. Ya no es necesario citarse en una esquina para encontrarse con alguien, sino que alcanza con tipear una contraseña en la pantalla de inicio de alguna red social, para acceder a una conversación que excede por mucho los cuatro o cinco asientos de las mesas de café donde hasta no hace mucho la gente se juntaba a charlar. Facebook, Twitter, WhatsApp, Skype, Instagram, Pinterest, Youtube, Renren, Tinder, Grinder, Soundcloud, Badoo y un etcétera que puede abarcar varias líneas, se han convertido en universos paralelos que nada tienen que envidiarle a la ciencia ficción. En ellos, cada quién puede jugar a ser su propio Dios, reconstruyéndose a imagen y semejanza de lo que se le ocurra. Ante esta migración de lo real a lo virtual, no es extraño que de a poco también comiencen a aparecer narraciones que busquen dar cuenta del fenómeno, utilizando los recursos propios de esos espacios. La microserie Limbo, que se estrena el lunes 25 de junio en Playz, la plataforma de contenidos online de la RTVE (Radio y Televisión Española), es un ejemplo de cómo aprovechar todos estos recursos con ingenio y de forma visualmente novedosa.
Coproducida por la RTVE y el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA), con dirección del cineasta argentino Fabián Forte, Limbo utiliza el formato de las series web para contar una historia que transcurre íntegramente en el reducido marco digital de las pantallas que los protagonistas utilizan para comunicarse entre sí. A partir de esa idea y combinando elementos del drama, el thriller y el terror, la serie pone en escena el romance a distancia que mantienen Lidia y Wally. Ella es una joven actriz española que ha comprado una casa ubicada en un pueblito ibérico que perteneció a la familia de él, un montajista argentino que vive en una ciudad de la Patagonia.
Como en las viejas novelas románticas en las que los protagonistas podían enamorarse por carta, conociendo del otro apenas su prosa y su caligrafía, Lidia y Wally comienzan a atraerse a través de los videochats que mantienen para que él le revele algunos de los secretos del viejo caserón en el que ahora habita ella. Así se irán seduciendo, entre charlas, bromas y confesiones, mientras el espectador ve las imágenes en las pantallas de sus computadoras, una dentro de la otra. Pero mientras este romance virtual va tomando forma, un segundo relato misterioso comienza a crecer a través de indicios (ella cree escuchar voces dentro de la casa misma) y de a poco va adueñándose de la narración a medida que los capítulos avanzan. Algo que ocurre con rapidez, ya la serie es breve, compuesta sólo por ocho capítulos que son aún más cortos, con una duración promedio de entre siete y ocho minutos.
La forma progresiva en que esa segunda línea va ensombreciendo la luminosa e inocente historia de amor de Lidia y Wally tiene un correlato formal. Mientras los rostros de los protagonistas ocupan casi la totalidad de sus pantallas de chat, será en el territorio de las capas posteriores de planos generalmente fijos (aunque a veces Lidia se traslada llevando su notebook por los diferentes ambientes de la casa) donde comenzarán a tener lugar extraños movimientos y apariciones fugaces. Forte aprovecha el guión de Nicolás Britos, rico en detalles que se sirven tanto de lo sonoro como de la profundidad y del fuera de campo, para generar intriga y entrelazar ambas historias, usando a la primera, la más evidente por ocurrir en primer plano, como una distracción para los movimientos importantes que tienen lugar de fondo. Metáfora del mundo real, este dispositivo bien podría ser leído como una declaración de principios. “La vida es aquello que nos pasa por detrás mientras respondemos mensajes en Facebook”, parece ser la conclusión.
Actuada sólidamente por el argentino Demián Salomón y los españoles Ingrid García Jonsson y Eloy Azorín, ya desde el título la serie parece aludir a ese espacio ambiguo entre realidad y ficción que es el universo digital. Un medio que genera una engañosa sensación de proximidad, cuya fantasía se vuelve tangible cuando empiezan a mandar las reglas de la vida real. En la serie esto se volverá evidente en el momento en que uno de los personajes necesite de la presencia física del otro, pero la realidad les imponga por la fuerza esos 12 mil kilómetros que los separan. Forte confirma que “una de las claves de Limbo se encuentra en sostener esa imposibilidad de Wally de poder ayudar a Lidia”, cuando dos circunstancias (una sobrenatural y la otra muy concreta) se convierten en una amenaza para ella. Una distancia que “comienza a tener más peso a lo largo de los capítulos”. “Apostamos a crear esa angustia”, sostiene el director. Es que, más allá de las historias que se cruzan, Limbo pone en evidencia ese engaño que provocan las redes sociales y los canales de la comunicación digital. Curiosamente el verdadero terror, ese que como espectador se siente más real, surge de la repentina revelación de que tal proximidad es una ficción y que él otro nunca estuvo tan lejos como cuando se revela la necesidad de su presencia.
El puntal que sostiene la tensión del relato es el uso del suspenso, dosificado capítulo a capítulo a través de escenas clave ubicadas estratégicamente dentro del esquema narrativo de cada uno. Para Forte, director de películas como La corporación (2012), El muerto cuenta su historia (2016) o ¡Malditos sean! (2011, codirigida junto a Demián Rugna, montajista de Limbo), es ahí donde se encuentra el otro secreto de la eficacia de la serie. “El trabajo con el suspenso ya estaba establecido por Brito en el guion de manera inteligente, no sólo como idea sino a través de una estructura creativa de producción”, dice.
El director cree además que esa idea de “contar la relación entre Lidia y Wally desde las cámaras de sus notebooks o de sus celulares, sin mentiras de montaje ni música que acompañe el clima dramático o el suspenso”, convierten a la serie una experiencia más intensa. Limbo es una versión novedosa del género del found footage, muy popular en el cine de terror. “La idea estética fue tratar de ser crudos y realistas, como si extrajésemos las videollamadas reales de dos personas que se conocen vía Skype”, afirma Forte. Más allá del elemento fantástico, esa ilusión de estar viendo la realidad provoca una sensación de voyeurismo que no es frecuente ni en el cine ni en la televisión.
Los ocho capítulos de Limbo, que recibió el 1º Premio en el Concurso Nacional de Producción de Series Web de Ficción del INCAA, estarán disponibles de forma gratuita a partir del lunes 25 de junio en Playz.es, la plataforma online de contenidos digitales que RTVE lanzó en octubre pasado y ya tiene más de 25 millones de visualizaciones en todo el mundo.