No caben dudas de que el video fue grabado para que otros varones pudieran verlo. Quiero decir, está dedicado a esos otros machos con los que se comparte esa definición de masculinidad “poronga”, que son los mismos ante los cuales se compite para confirmarla, porque está amenazada. Como viene sosteniendo lúcidamente Rita Segato, la masculinidad como mandato de dominio sobre lo femenino y fuente de obtención de estatus viril ante otros varones se enfrenta, cada vez más, con los signos inocultables de su debilitamiento. Y esto porque las condiciones políticas y culturales asociadas al campo de las relaciones y expresiones de género y sexualidad vienen transformándose fuertemente en una parte importante del mundo, lo cual incluye profundos impactos y reprocesamientos en instituciones claves como la familia, la escuela, los medios, las iglesias, los poderes del Estado, y el propio sentido común. En nuestro país lo acabamos de ver en las jornadas del 13 y 14 de junio en relación con la posibilidad certera de establecer nuevos umbrales normativos y de ciudadanía para las mujeres y otros colectivos de género con una ley de legalización y despenalización del aborto. Y lo seguiremos respirando como parte de un clima cultural y de una suerte de estado deliberativo sobre el género y la sexualidades que se ha instalado socialmente, a fuerza y tesón de la militancia feminista y los activismos de disidencia sexual en sus largas historias de luchas, pero también con las acciones o reacciones de otros actores estratégicos, como los medios, o incluso, de los operadores del conservadurismo y las instituciones de lobby o antiderechos.
Ante episodios como éste del video –que no es el único sino, en todo caso, la punta del iceberg de tantos más, pero que tiene el diferencial de haber causado una reacción política de impacto, como fue el reclamo diplomático de la embajada de Rusia y el extendido repudio en las redes– creo que es interesante analizar el campo de fuerzas que constituyen el “ambiente vivido” en el que hoy nos movemos. Porque si la violencia solo puede ser entendida de manera relacional, como un lugar de cruce o condensación de múltiples determinaciones y efectos, superpuestos y encarnados en sujetos y prácticas concretas, pero siempre en vínculo con el carácter político o moral que asume en cada contexto, lo que quedó claro en este caso es que la burla sexista exhibida en el video representó, en esta coyuntura, el traspaso de un límite que ya nadie quiere, o puede, públicamente permitir.
Hay algo de base que se está transformando y que las nuevas generaciones –sobre todo las jóvenes– impulsan de una manera irrefrenable. Pero el patriarcado no es un orden cultural homogéneo que opere en bloque, por lo que no todo está saldado. Esto no significa que la realidad de los cambios en las relaciones de género no esté teniendo ya impactos fundamentales sobre muchas personas e instituciones sociales, sino que no podemos dar por sentado que tales efectos sean ubicuos, inexorables, o no produzcan nuevas torsiones. Esto lo sabemos de sobra quienes participamos de distintas luchas en estos campos, y es claro que la lectura de situaciones puntuales debería convocarnos a pensar siempre en coyuntura.
* Investigadora del Conicet y autora de Tiempo de chicas. Identidad, cultura y poder (2015) y de Jóvenes en cuestión. Configuraciones de género y sexualidad en la cultura (2011).