La semana que pasó se conocieron los datos más importantes para monitorear el funcionamiento, y el estado, de la economía local. En concreto: la continuidad y profundización del déficit de las cuentas externas y su contrapartida en el Balance Cambiario, que muestra la aplicación específica de los dólares disponibles. Olvidemos por un momento los abrumadores detalles de la multiplicidad de los números para concentrarnos en lo que importa: las tendencias de los indicadores. Efectivamente la sequía del agro afectó las ventas externas, pero seguramente más lo hicieron las retenciones de ventas a la espera de conocer el nuevo valor de la divisa. O sea, volvió a repetirse la baja provisión de dólares “genuinos”, siempre facilitada por la no obligatoriedad de liquidar. En paralelo, una porción de los argentinos siguieron viajando por el mundo aprovechando un nivel de tipo de cambio que se percibía bajo y que tornaba accesible la “importación de servicios turísticos”. También se compraron muchos autos, bienes de consumo, un poco menos de bienes de capital y algo de bienes intermedios o insumos industriales. El resultado hasta mayo fueron nuevos déficits comercial y de cuenta corriente récords
Frente a la incertidumbre macroeconómica y financiera quienes dispusieron de excedentes monetarios aceleraron pasar sus activos a moneda extranjera, mientras el cambio de las condiciones para el carry trade, la devaluación que se aceleró a partir de fines de abril y que licuó las ganancias de las tasas en pesos, aceleraron también el desarme de posiciones de fondos internacionales que comenzaron a salir del país. Todo este rojo de dólares se financió con deuda externa y el desahorro de unos 14 mil millones de dólares de Reservas Internacionales, pero como la deuda comenzó a cortarse y los dólares se volvieron más escasos se inició una corrida contra la divisa que desembocó en un dólar cercano a los 29 pesos, por ahora estabilizado en más de 27 y menos de 28.
Los movimientos, para nada inesperados, terminaron con la errática gestión del “académico” Federico Sturzenegger y su fallido equipo de golden boys, cuyo principal resultado fue haber inflado la bola de Lebac, a la vez que no pudo contener ni la inflación ni la depreciación del dólar. Mientras la inflación de su gestión rondó el 100 por ciento, el dólar se incrementó más del doble. Su reemplazo por el trader VIP Luis Caputo entraña, ya de la mano tenebrosa del FMI, el principal cambio de estrategia del gobierno.
La primera conclusión que de la experiencia pueden obtener los macroeconomistas es que el hasta cierto punto virtuoso instrumento del carry trade no puede financiar el déficit de cuenta corriente indefinidamente. Repitamos que es “virtuoso” porque permite el ingreso de dólares contra endeudamiento en pesos, pero de nuevo, es una herramienta útil para financiar una transición. Ocurre que a partir de determinado punto el mecanismo se vuelve en contra de la estabilidad cambiaria: la gigantesca masa de pesos de Lebac comienza a presionar contra la cotización del dólar amenazando con un pasaje masivo, proceso que si continúa obliga a llevar la tasa de referencia a niveles estratosféricos, como el 40-47 por ciento actual. En economía estas deformaciones ocurren cuando los hacedores de política se enamoran de los instrumentos.
La tarea de Caputo, consensuada con el FMI, no puede ser otra que reducir el peso de la masa de Lebac por dos vías: recomprando las que se pueda y/o intentar reemplazarlas por papeles con plazos más largos a fin de evitar los supermartes mensuales, y utilizar los dólares del FMI, por ahora 100 millones diarios hasta agotar el primer desembolso de 7500 millones, para sacar pesos del mercado como instrumento de estabilización, lo que se dice generar una política monetaria contractiva.
En adelante el Banco Central operará como intermediario del Tesoro para vender dólares y se quedará con los pesos, pesos que serán usados para afrontar gastos del Estado. El esquema de Sturzenegger era que el Banco Central compraba los dólares para acumular reservas a cambio de la emisión de pesos, que luego esterilizaba con Lebac. Ahora no se acumularán reservas internacionales, sino que los dólares financiarán la formación de activos privados, los pesos equivalentes se utilizarán para gastos públicos corrientes, a la vez que al no irse a Lebac contribuirán a achicar esta masa. Al mismo tiempo se espera que el encarecimiento de las importaciones de bienes y servicios como consecuencia de la significativa suba del dólar, reduzca el déficit externo, es decir el perpetuo aumento de necesidades de dólares registrado en los últimos 30 meses largos.
El FMI también impuso que no se utilicen reservas internacionales para intentar mantener “artificialmente” el precio de la divisa, lo que refuerza la idea de que la única contención será la liquidación de los dólares del préstamo del organismo.
Recalculando la nueva síntesis se tiene: 1) La devaluación disminuirá parcialmente y por un tiempo la demanda de divisas al reducir en el margen el déficit de la cuenta corriente. 2) La masa de Lebac se irá reduciendo, también en el margen y por el reemplazo con nuevos papeles de más largo plazo, lo que quitará un factor de presión de la cotización del dólar y permitirá una paulatina baja de tasas. 3) El Tesoro seguirá financiándose parcialmente con dólares, pero no vendiéndoselos al Central contra la emisión de pesos, sino vendiéndoselos, a través del Central, al sector privado, intentando secar de excedentes la plaza.
Puede preverse que el nuevo esquema funcionará mientras estén disponibles los dólares del FMI, por lo que puede adelantarse una relativa estabilidad cambiaria en los próximos meses. Sin embargo, más allá de la baja temporaria de importaciones, que se acentuará por la recesión económica, las causas sobre el déficit estructural en la provisión de divisas permanecen intactas. Las exportaciones no aumentarán por el nuevo tipo de cambio. Luego, a pesar de la flexibilización laboral en el mercado petrolero, la eliminación de retenciones y los aumentos de los precios de los hidrocarburos en boca de pozo, la única inversión que crece en Vaca Muerta es la que realiza Estados Unidos en una base militar, perdón, “humanitaria”