Si en la anterior novela de Gonzalo Unamuno su personaje principal tenía algo aterrador y enigmático que crecía adentro suyo como un animal carnívoro y lo destruía, en Lila, su nueva novela, retoma a Germán Baraja unos años más tarde para narrar un femicidio por parte de este ser despreciable que podría definirse como un psicópata integrado o acaso, como señaló el propio autor, “soy escritor, no psicoanalista, pero sospecho que en estos tiempos en que la mujer adquirió un protagonismo sin precedentes, examina más que antes las múltiples violencias de las cuales fue víctima recurrentemente a lo largo de su vida. Las identifica, las denuncia, las exterioriza. De esa manera, si es que no lo hizo en su momento, llega a desenmascarar al psicópata”.
Ocurre que Germán Baraja suele estar camuflado, imanta desde una seducción casi absurda, y con simpleza logra cierto tipo de superioridad en el vínculo. El asunto es que resulta dificilísimo singularizarlo porque se mimetiza con el entorno y muta antes de delatarse, alterando según qué ocasión su interminable menú de máscaras. “Claro que la psicopatía no es propia de un género, yo la abordo desde lo masculino”, señala Gonzalo Unamuno que desde las primeras líneas de la novela y habiendo ya cometido Germán Baraja el asesinato de Lila, su joven novia, logra por medio de una prosa violenta y descarnada, recrear los mecanismos de pensamientos (no exentos de delirios y una lógica aberrante) que permitirán reconstruir la historia en retrospectiva de modo que ni siquiera fugándose hacia la zona más oscura de su locura pueda aprovechar el más mínimo vestigio de justificación ni mucho menos una redención. “Vuelvo a mi habitación y me siento al borde de la cama. Mi cobardía, pienso, fue demasiado lejos. Le paso una mano por el pelo y la cubro con las sábanas hasta el mentón. Desconozco qué opciones existen por fuera de la fama efímera que me va a llegar cuando me detengan lejos de la escena del crimen, ni puedo lidiar con la idea de perder la libertad por haber matado a una mujer que conocí como a otras que quise menos”. Y es justamente en este punto donde hay que reparar sobre el gran trabajo que llevó a cabo Gonzalo Unamuno para abordar literariamente un tema tan complejo como el femicidio. La búsqueda de reflexión y la intención de cambiar radicalmente los paradigmas culturales del machismo en todas sus formas, no se plantea desde una perspectiva sociológica o psiquiátrica (si bien deja traslucir que hay un trabajo serio de investigación para conformar un determinado perfil) sino a partir de las posibilidades y limitaciones que ofrece un hecho estético, literario, es decir artístico y así lo lleva a cabo el autor de Lila, logrando articular y desarticular los mecanismos de perversión que hacen de Germán Baraja un personaje novelístico tristemente memorable. En su introspección, como en un laberinto dialógico, el narrador reconstruye en la primera parte de Lila algunos de los hechos más significativos de su triste vida personal y distanciamiento familiar, repasa su malograda carrera laboral en el Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto donde conoce a Lila, siempre desde una superioridad que resbala sobre un cinismo recalcitrante, la megalomanía intelectual mezcla de misantropía y la violencia interna que lo desenmascara ante el primer acto fallido. En la segunda parte de Lila, Gonzalo Unamuno cambia radicalmente de registro y perspectiva para abordar otras formas de dominio patriarcal en el seno mismo de la familia de Lila, con un padre mujeriego, acaso déspota, y una madre que hace lo que está a su alcance frente a distintas tragedias, la delicada salud de Lila que de algún modo la lleva a tomar la determinación de abandonar una carrera próspera como actriz hasta el momento mismo en que fatalmente se enamora y comienza una relación con Germán Baraja. Lamentablemente cuando cae la idealización y el desamor se convierte en tormento ya es demasiado tarde para Lila. “Todas las personas a las que les pedí una impresión sobre vos coincidieron en algo: no sos creíble. Que sos un narcisista integrado, egocéntrico, comido por el personaje y manipulador, salta fácil a la vista, pero que estás vació por dentro es algo que me llevó tiempo descubrir”, dice Lila; y en un momento: “Sos un monstruo programado para el mal. ¿Qué te hicieron de chico para terminar así?”. En la búsqueda de respuesta a este interrogante el lector es interpelado de manera frontal por Gonzalo Unamuno que ha escrito una novela necesaria y urgente donde cualquier similitud con la realidad busca deliberadamente no ser una mera coincidencia en un país donde hay un femicidio cada 32 horas en nuestro país.