La centralidad de Rusia en la historia es innegable. Vasto y rico país, con momentos de auge y crisis, de influencia regional y mundial (ayer y hoy), fue cuna de la primera revolución obrera y popular de la historia, triunfante en octubre de 1917, y primer "experimento" político-social de construcción del socialismo, devenido en contrarrevolución y régimen totalitario (estalinista), y contraparte a los Estados Unidos durante la Guerra fría hasta su final, la "autodisolución", en 1991. Tan moderno como arcaico, tan vanguardista como tradicionalista, "entre oriente y occidente", el país tiene una profunda historia oculta sobre la sexualidad en general y sobre la homosexualidad en particular, que el pionero profesor e investigador británico Dan Healey intenta reconstruir. Su libro, de casi quinientas páginas, Homosexualidad y revolución, aparecido en 2001, fue traducido por Mario Iribarren y publicado ahora por la editorial Final Abierto. Healey rastrea, a lo largo de una centuria, el deseo y el disenso homosexual, desde 1860/70 hasta 1950 aproximadamente, en sus infinitos avatares.
Basándose en Foucault y la biopolítica, Healey sostiene que la sexualidad, marginada o expulsada de la Historia y los estudios académicos, queda subordinada al poder: al Estado, como institución que regula, regla y normativiza hábitos y conductas. Healey polemiza con la historiografía sobre Rusia, recordando que el género es una construcción, y que en occidente ha habido "prácticas políticas y disciplinarias" que han buscado permanentemente obtener y resaltar una identidad masculina "hegemónica y respetable", y de ahí la configuración (y segregación) de díscolas "minorías". Y, también, que esto mismo es lo que surge como conclusión del estudio académico de la historia de las mujeres y la familia en Rusia, mucho más desarrollado.
Healey desarrolla, con una cantidad de papeles privados (cartas y diarios) y documentos oficiales (informes médicos, policiales y jurídico-legales), la historia del deseo y la práctica homosexual desde la época de los zares: de la segunda mitad del siglo XVIII, cuando todavía se incluían "permisividades" en una masculinidad que se daba sin mayores problemas en baños turcos, talleres y viviendas grandes, a comienzos del siglo XX, en periodos donde se alternan lo jurídico-policial con la "benevolencia" médica-psiquiátrica. Con abundantes descripciones y ejemplificaciones se pueden seguir los derroteros del deseo y la práctica homoerótica, del campo a la ciudad, especialmente a fines del siglo XIX y comienzos del XX, en las dos ciudades más importantes: Moscú y Petersburgo. Fiestas, bailes y lugares de encuentros configuraron en el antiguo Imperio lo que Healey llama una "subcultura homosexual masculina urbana", donde la discreción y el ocultamiento, y el mostrarse y reafirmase públicamente se daban --aun dependiendo de la jerarquía social y económica-- por igual. (Un capítulo asociado es el de la historia del lesbianismo, donde Healey desarrolla varios ejemplos y "casos" de manera ad hoc, todavía por investigarse y escribirse).
En el prólogo a la edición argentina, Iribarren señala, a partir de la lucha LGTTBIQ de las décadas de 1960 y 70, que "en realidad, esa lucha comenzó mucho antes en otros países", donde "los socialistas y la izquierda europea de principios del siglo veinte jugaron un papel destacado en ella". En el marco de discusiones acerca de la relación entre vida privada y pública, sexualidad y familia, y donde el libro de August Bebel, del Partido Socialdemócrata alemán, Las mujeres y el socialismo (1879) se convertiría en un "clásico" junto a discusiones y trabajos de Alexandra Kollontai y Clara Zetkin, entre otras, la crisis de la Primera Guerra Mundial y su resultado casi inmediato, la revolución rusa de 1917, opera como un parteaguas. Con este acontecimiento, diversas tendencias y pensamientos libertarios y del anarquismo encuentran posibilidades en sus críticas y planteos, de carácter más institucional, acerca de la prostitución, la sexualidad, el matrimonio y el divorcio, y la defensa de la vida sexual entre adultos sin injerencias de la Iglesia ni del Estado. Se pasa de una historia repleta de reglamentaciones, prohibiciones y censuras, encarcelamientos e informes médicos, a otra donde las nuevas leyes en esos primeros años de la revolución admiten derechos individuales. Para Healey la "ausencia de penas contra la sodomía consensual entre adultos" significó "un avance político real", donde "la Rusia soviética fue el poder más importante después de la Francia revolucionaria en despenalizar el amor homoerótico entre hombres", mientras que en ese mismo momento Alemania e Inglaterra penaban con la cárcel estos "crímenes".
Sin embargo, esos derechos en el Estado obrero quedaron truncados. Aislada en la primera posguerra, tras otros procesos revolucionarios fracasados (Italia, Alemania), Rusia quedó presa de sus propias contradicciones, y la voluntad y empeños en revolucionar la vida no fueron posibles. La pobreza material y cultural, la herencia "bárbara", llevaron a la degeneración de la revolución. Con todo, en polémica con el académico de las letras Karlinsky, autor de un reconocido trabajo sobre el tema, Healey defiende como "una verdad incontrastable" el hecho de que "los bolcheviques optaron en forma deliberada por legalizar la sodomía consensual entre adultos". Dice: "El régimen soviético permitió la coexistencia y desarrollo de múltiples puntos de vista sobre el tema hasta que Stalin volvió a penalizar la sodomía masculina en 1933. Hasta esa ruptura, los juristas, doctores y los intelectuales marxistas expresaron una actitud de tolerancia hacia algunas formas de 'homosexualidad' y aprensión hacia otras". Healey explica: "la prohibición de la homosexualidad masculina estuvo asociada a medidas implementadas en 1936 que prohibieron el aborto, promovieron la maternidad e hicieron menos accesible el divorcio". El año 1956, de "deshielo" estalinista, sin embargo tampoco cambiaría sustancialmente aquella "ruptura" conservadora-represiva.
Actualmente, la Rusia postsoviética (y capitalista), desde el advenimiento de Vladimir Putin, en 1999, no ha hecho más que lanzar represiones y censuras contra la comunidad LGTTBIQ: marchas del Orgullo prohibidas y leyes contra la "propaganda homosexual", entre otras. El libro de Healey permite conocer y (re)pensar la relación entre revolución social y revolución sexual. Sobre el rol del deseo y la identidad sexual como una disputa con el "poder" de lo normativo.