72 horas bajo una transitada calle del centro de Hobart, Australia, es el tiempo que el artista local Mike Parr pasó enterrado. Enterrado vivo, vale aclarar, en una caja de acero de apenas 2 metros cuadrados, sellada con 10 centímetros de asfalto humeante frente una multitud que vitoreaba la ocurrencia del hombre de 73 pirulos, que bajó por una escalera y desapareció por tres -largos- días en el agujero abierto (y cerrado) de Macquarie Street. Para horror de tapefóbicos y claustrofóbicos, y apenas suplido de agua, un colchón, un calentador, un balde, material para leer y escribir, para su performance border intitulada Underneath the Bitumen The Artist, parte del festival Dark Mofo de la mentada capital de Tasmania. “El señor Parr no es ajeno a los actos extremos. En ocasiones pasadas, ha cosido sus labios para resaltar el tratamiento que Australia da a los solicitantes de asilo, clavó su brazo en una pared y pasó 10 días en una jaula de vidrio con solo agua para sustentarse”, advierte el New York Times sobre la hoja de ruta del artista (masoquista) que en esta ocasión decidió enterrarse para simbolizar “el sepulcro de la historia indígena en el país”, conmemorando así a las víctimas aborígenes de la violencia colonial británica del siglo XIX. “Es una historia que no es bien conocida, pero está presente, justo debajo de la superficie de nuestra cultura contemporánea”, ofreció el director creativo de Dark Mofo, Leigh Carmichael, sobre el tópico abordado. Que curiosamente fue criticado por... algunos aborígenes tasmanos. Heather Sculthorpe, directora del Tasmanian Aboriginal Center, definió la acción como apropiación cultural, como un insulto “que no hace nada para promover la historia de nuestra lucha”. “Durante 200 años, la mayoría de la población enterró la verdad. Este hombre solo está siendo enterrado por tres días”, advocó un activista local, Michael Mansell, que igualmente se acercó para observar cómo el performer descendía bajo tierra. Parr, por cierto, fue “exhumado” tras 3 días sintiendo cómo los coches pasaban -literalmente- sobre su meditabunda y extremista cabecita, y devino sonada curiosidad para periódicos del globo. El alcalde de Hobart, chocho de contento: por la momentánea famita internacional. ¿Alguna reivindicación para el pueblo aborigen? Ninguna por el momento.
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