Es una noche de calor insólito en pleno otoño. A un costado de la sala Siranush, en el barrio de Palermo, una iglesia abre sus puertas para recibir a una novia y sus amigas, todas envueltas en sedas y abrigos elegantes pero inútiles. Al otro costado se forma una fila larguísima donde las chicas entre veinte y treinta años también son mayoría: desde aquellas que se arraciman en grupo vestidas de color pastel hasta parejas lésbicas que derraman besos cerca de la misma escalinata donde otra afirmará su sociedad conyugal. Mientras avanzan para entrar al espectáculo, una dirá que sí, que ver a Elvira Sastre es una forma de decir “acá estamos”. Sin estridencias pero con la devoción propia que se le destina a las estrellas.
Esta escena ocurrió en la visita de Elvira Sastre a la Argentina, hace más de un mes. Se repite en cada uno de sus shows. Es una estrella.
Elvira, sin embargo, es una estrella curiosa. No es cantante ni diva ni actriz: es poeta. No usa brillos sino un saco blanco y borceguíes de cuero. No se pasea por el escenario: permanece una hora y media sentada en una banqueta. No aúlla: recita. Esta segoviana nacida en 1992 actualmente vive en Madrid y escaló como influencer en las redes sociales. Tiene casi 200 mil seguidores en Instagram y 100 mil en Twitter. También, un nuevo libro de poemas que lleva vendidos 2500 ejemplares en Argentina; o sea, un best seller que confronta el sambenito de “la poesía no vende”. Endiosarla por estas cifras abultadas sería un simplismo. Denostarla por su popularidad, un menosprecio.
“Escribo para mí, no tengo en mente a nadie más”, dice Sastre. Viene a la entrevista luego de comprarse libros: las obras completas de Idea Vilariño y los nuevos libros que reúnen obra de Alejandra Pizarnik. “Mis textos responden a cosas que llevo dentro. No me interesa agradar sino hacer lo que me gusta”, continúa. Luego se entusiasma y suelta: “Vamos, que la poesía ha quedado demasiado relegada en los cajones de las universidades, en las bibliotecas de los eruditos. Prefiero aquella tradición de los juglares que la llevaban a la plaza, a los caminos. Así que la palabra ‘popular’ no me da miedo. Me encanta”.
Filóloga y con una maestría en traducción literaria, Elvira comenzó a escribir de pequeña, estimulada por padres lectores y universitarios; de hecho, su padre es maestro de lengua y filología, además de docente teatral. El primer poeta que la impactó fue Gustavo Adolfo Bécquer. “Me gustó por su musicalidad y porque yo podía entender lo que decía”, cuenta. Se abrió un blog, sus poemas empezaron a ser citados por sus fans en las redes como si fueran canciones y en 2013, a los 21 años, publicó su primer libro, 43 maneras de soltarse el pelo. El poema “Yo no quiero ser recuerdo”, incluido ahí, podría funcionar como precoz ars poética: “A la mierda/ el conformismo:/ yo no quiero/ ser recuerdo”, proclama. Y más adelante agrega: “Yo no quiero ser tuya/ ni que tú seas mía,/ quiero que pudiendo ser con cualquiera/ nos resulte más fácil ser/ con nosotras”. Libertad, deseo, patadita al status quo: todo lo que cualquier adolescente persigue en sus noches frente a una computadora.
A los pocos meses vino Baluarte, su segundo poemario. Elvira tiene, además, su antología poética: Ya nadie baila. Editada por Valparaíso, va por su séptima edición. A la vez, la prestigiosa colección Visor de Poesía, en coedición con Ediciones Continente, acaba de publicar La soledad de un cuerpo acostumbrado a la herida. Ahí está el poema “Alguien ahí afuera cree en vos”, que retoma un texto de Eduardo Galeano escrito durante su exilio y que desde el título apela a hacer causa común con cada uno de sus lectores. Elvira no tiene pruritos en denunciar durante su recital a los abusadores que quedaron libres tras violar a una mujer en San Fermín o en dedicar textos al movimiento Ni Una Menos. “Las personas viven vidas mecánicas y la poesía es un ratito en el que paran y se dan cuenta de que la vida puede ser otra cosa. Pero que para eso, tienen que activar”, reflexiona Sastre, defendiendo su lengua popular, que también tiene un sesgo político. De hecho, ella se ve más reflejada en el poema con título de Galeano que en aquel texto iniciático sobre el conformismo. ¿Por qué? “Porque ahora tengo más conciencia de mí pero también de los otros. Creo que ahí radica la conexión entre la gente que me lee y yo”, responde.
LA DIFÍCIL SENCILLEZ
Le gustan Bécquer, Galeano y Benjamín Prado (quien coescribió muchas canciones con Joaquín Sabina y que prologó el primer libro de Elvira). Es decir, a ella el canon le es totalmente indiferente. Sabe hablar de amor por fuera de prejuicios. Sabe caminar a ciegas en el silencio de la poesía que, en definitiva, no es distinto del silencio que acompaña la existencia. Y quienes la siguen agradecen el gesto porque en eso que ella dice se sienten incluidos, habitados. “Elvira Sastre tiene muchos y fieles lectores que se están reconciliando con la poesía gracias a su claridad, a la difícil sencillez que hay en sus poemas”, observa el poeta español Fernando Valverde en el prólogo de Ya nadie baila.
El catalán Joan Margarit lleva las cosas más lejos y en el prólogo de La soledad de un cuerpo acostumbrado a la herida compara la escritura de Sastre con la de Stag’s Leap, con el que Sharon Olds ganó un Pulitzer en 2013. La comparación, claro, es exagerada. Olds ha recorrido un camino superlativo y atravesó las aguas de su propia pesadilla (el libro ganador evoca la separación de su marido tras un matrimonio de treinta años). Cada palabra suya lleva esa marca, hecha de sangre, curtida en el polvo. No es posible pedirle tanto a una poeta joven.
Con algún dejo narrativo, que la hace más transparente y asequible, la poesía de Elvira se encuentra aún en estado de expansión. Es capaz de escribir versos de lirismo poderoso como “Hay una tristeza propia de las cosas/ que las hace bellas” pero también queda anclada en un pedestre “no me dejes a solas con mi silencio”. Elvira sabe que cualquier escritura tiene sus altas y sus bajas así que se desmarca de lo dicho por Margarit. No menciona a los beatniks que leían poesías en bares oscuros de Nueva York ni a las rap slam battles donde chicos de todas partes del mundo se juntan a improvisar al ritmo del rap. Mucho menos, a los poetas modernistas que a lo largo de nuestro continente buscaron renovar el lenguaje a comienzos del siglo pasado o, más hacia acá, a aquellos performers rioplatenses como el Perlongher que se plantó en el San Martín y recitó “Cadáveres” apenas restituida la democracia.
Sin embargo, ella es muy consciente de que un poema leído tiene gran fortaleza porque no se parece a ningún otro contacto con el lenguaje. A esto se suma que si bien la poesía está asociada a la idea de una lengua íntima, es probable que el sentido de la palabra “intimidad” sea distinto para una persona adulta que para una millenial que creció dialogando con las redes sociales. De ahí a integrar al poema como parte de un espectáculo performático (que se prolonga en Twitter y en Instagram), hay un solo paso.
POESÍA Y PERFORMANCE
Es el paso que Elvira dio, siguiendo a otras poetas que se consideran, más bien, artistas de la palabra hablada. No es casual que ella sea la traductora al español del primer libro de la india Rupi Kaur, reina indiscutida de esta tendencia donde poesía y performance se abrazan desde una mirada personal y política.
Rupi también nació en 1992. A los cinco años emigró desde su tierra natal, Punyab (un estado surgido de la división en Pakistán y la India) hacia Toronto, junto a su familia. Pronto comprendió el esfuerzo de su madre y de tantas otras para mantener vivos algunos rastros de cultura original en medio de la nívea Canadá. De allí su interés por el feminismo (aunque demasiadas veces lo cambie por la palabra “sororidad”). Inmigrante, morena, obligada a cambiar de lengua, al principio ella decidió dibujar y crear ahí su propio universo. A los 17 se animó a leer sus textos a micrófono abierto, en eventos comunitarios. Así se fueron acumulando los poemas de Milk and Honey, su primer libro traducido al español con el insólito nombre Otras maneras de usar la boca (“Yo no tuve nada que ver con ese título; sólo me ocupé de traducir los poemas”, se desmarca Elvira).
La leche y la miel del original responden a una forma de curación artesanal, casera e íntima. De esa materia tenue, dice Kaur, se componía su poesía temprana, que comenzó a subir a Instagram en 2013 (por eso muchos la consideran una “instapoeta” aunque ella prefiere la tradición de la poesía oral o spoken word). Dos años después, su red fue clausurada. Es que junto a su hermana habían publicado un ensayo fotográfico referido al período menstrual, que incluía imágenes de ella con manchas de sangre entre las piernas. “No me disculparé por no alimentar el ego de una sociedad misógina que quiere ver mi cuerpo en ropa interior pero se escandaliza por una manchita”, alegó Rupi. Milk and Honey acababa de salir y la trifulca en las redes sirvió para que lectores y críticos prestasen atención a una adolescente de voz templada y pelo como cascada de río oscuro que proclamaba: “Soy producto de todos los ancestros que se reunieron y decidieron que estas historias debían ser contadas”.
Formada en Escritura en la Universidad de Waterloo, en Ontario, Rupi armó un libro de poemas y dibujos con un concepto circular, que sigue las edades de la vida. Milk and honey vendió tres millones de copias y se tradujo a 35 idiomas. Rupi se convirtió, según la revista Forbes, en “una de las personas menores de 30 años más influyentes del mundo”. Y mientras daba charlas TED y conferencias a lo largo del mundo, ella seguía defendiendo su escritura en un inglés personal, sin mayúsculas y con algunos giros que arrastran la cadencia de su Punyab natal: “Traigo alguna de las características de mi lengua natal para construir una especie de puente entre este estar a medio camino”, ha dicho.
Una periodista de la CNN le preguntó si no le resultaba demasiado escribir sobre inmigración, amores, feminismos y cómo hacía para tener un público cada vez más numeroso (sus cifras superan a las de Elvira en cuanto a seguidores en las redes: tiene casi 3 millones en Instagram). Ella respondió que siempre tiene en mente la frase que alguien, no recuerda quién, le dijo: “Escribí de lo que más te aterra íntimamente, que es lo más universal”.
El año pasado publicó su segundo libro, The Sun and Her Flowers, que repite el concepto cíclico del primero en la línea que va de un desamor a un nuevo amor. Si bien derrapa en versos como “Podía ser/ lo que quisiera en el mundo/ pero quería ser de él”, tiene otros que dan cuenta del manejo de su oficio. Como uno donde relata la concesión a sus orígenes al depilarse el pubis: “En mi infancia se usaba tener mucho pelo/ delgados sexos cubiertos de terciopelo/ eran una tradición barrial/ para las otras chicas/ y para mí”.
Rupi no desconoce su belleza y por estos días ha convertido su renovado Instagram en una sucesión de fotos donde luce vestidos de alta costura durante sus giras por Nueva York, Londres o Bombay. Durante una entrevista radial le preguntaron por esto y ella respondió “¿Por qué no?”.
En esa respuesta se cifra la clave de su éxito y el de Elvira. Escriben poesía, que leen en recitales donde agotan las entradas. Las aman por eso. Antes de los treinta ganan un dinero que ni sus padres pueden soñar. Viajan. Deciden qué hacer con sus vidas. ¿Por qué deberían detenerse? ¿Para agradarle a quién? Christina Rosenvinge tiene una canción hermosa donde habla de dos amigas que toman la ruta y se van solas por ahí: “Yo por ti/ tu por mí,/ iremos juntas donde haya que ir/ iremos juntas sólo por ir”. Quien tenga deseos de descifrar el enigma de estas dos poetas, quizás encuentre una pista en esos versos de juventud, apenas guiados por el instinto.