Hacia fines del siglo pasado, hace apenas dos décadas, llegaba a las costas de América latina la Marea Rosa (en inglés pink tide), algo así como un ascenso de aguas progresistas que muchos y muchas vieron como un giro hacia la izquierda en la región. De lo que se trataba era de una ruptura con el Consenso de Washington –que había implicado apertura de mercados y privatizaciones–, impulsado por Estados Unidos. Y esta Marea Rosa inauguró en varios países una absoluta novedad: presidentes mujeres. En 2014 América Latina ostentaba el más alto nivel de primeras mandatarias a nivel mundial, con las presidentas Dilma Rousseff (Brasil), Cristina Fernández (Argentina), Michelle Bachelet (Chile) y Laura Chinchilla (Costa Rica). Además de Portia Simpson (Jamaica) y Kamla Persad-Bissessar (Trinidad y Tobago), como primeras ministras de sus países. Fue un récord inigualable. Justamente de ellas se encarga la investigadora estadounidense Catherine Reyes-Housholder, quien el año pasado ganó el premio de la American Political Science Association a la mejor disertación en la sección Mujeres y Política con su artículo “Presidentas, Power and Pro-Women Change” (Presidentas, Poder y cambio pro-mujer). “Históricamente el dominio de los hombres del poder político forjó las expectativas de la sociedad en torno al liderazgo presidencial. Incluso después de que las mujeres pudieron participar legalmente en todos los niveles de la política electoral, la presidencia se mantuvo durante décadas como un cargo político exclusivamente ocupado por hombres”, señala Reyes-Housholder a PáginaI12.
Reyes-Housholder vive desde hace algunos años en Santiago de Chile, donde realiza un posdoctorado y dicta clases en el Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social de la Universidad Diego Portales. “Mientras que las mujeres comenzaron a ganar cargos legislativos a nivel subnacional y nacional poco después de lograr los derechos de sufragio completo en los décadas de 1940 y 1950 en Latinoamérica, no fue hasta los años noventa que una mujer ganó democráticamente una elección presidencial”, puntualiza la investigadora.
–¿Le parece que el fenómeno de las mujeres presidentas que se dio en América Latina tiene relación con la llamada Marea Rosa que desde fines de la década del 90 y hasta hace un par de años implicó gobiernos más progresistas en la región?
–Obviamente creo que sí. El asunto es que esas mujeres, como Michelle Bachelet, Cristina Fernández de Kirchner, Laura Chinchilla y Dilma Rousseff, principalmente, se eligieron también con el apoyo de partidos y presidentes que estaban en el poder y eran bastante populares. Entonces, tenían un apoyo y una base electoral fuertes. Pero hay variaciones en relación a cuánto esas mujeres “dependían” de ese apoyo ya establecido del partido, de los presidentes hombres, y a cuánto era un fenómeno independiente de esos apoyos. Por ejemplo, por un lado Michelle Bachelet tenía una popularidad distinta, independiente del ex presidente Ricardo Lagos. Y, por otro lado Dilma Rousseff tuvo una campaña y una elección que dependían mucho de la popularidad de Lula. Pero también tengo la impresión de que los presidentes de izquierda que apoyaban a esas mujeres candidatas, valorizaban el tema de género, o al menos querían mostrarse más progresistas en términos de género. Entonces, es como un legado de esos hombres presidentes en esos países, ser sucedidos por primeras mujeres presidentas elegidas democráticamente. Eso también era como un incentivo para esos hombres presidentes de apoyar y ayudar o facilitar las elecciones de esas mujeres, para mostrarse en su propio país y también a nivel internacional, que estaban abiertos a mejorar la igualdad entre hombres y mujeres. Y en ese sentido está relacionado a la ideología de izquierda, o más progresista que, por lo general, valoriza las diversas igualdades sociales, inclusive la igualdad de género.
–¿Qué consecuencias tuvieron las mujeres presidentas en la conformación de los gabinetes ministeriales?
–En general una hubiera esperado que las presidentas mujeres tuvieran mayores incentivos y capacidad para nombrar a mujeres ministras y aumentar la igualdad de género dentro del gabinete. Pero lo que vemos es que las presidentas han tenido algo de impacto, pero no tanto como una hubiera esperado, porque la presidencia en América Latina es muy poderosa, hay mucho poder constitucional de la presidencia para manejar e impulsar la agenda legislativa para todo el país, tienen control completo constitucional para de nombrar y despedir ministros. Realicé un estudio más cuantitativo, estadístico, de todos los gabinetes entre 1999 hasta 2015, viendo los primeros y los últimos gabinetes de cada presidente o presidenta. La idea era intentar ver si estas mujeres presidentas nominaban más mujeres en sus gabinetes. Este trabajo incluyó dieciocho países en América Latina. Y lo que encontré es que sí hay una relación, pero esas mujeres presidentas sobre todo nombraban más mujeres en sus primeros gabinetes, es decir en sus gabinetes inaugurales, pero generalmente nominaban más mujeres para ministerios “femeninos”, es decir ministerios que están asociados a cualidades de los estereotipos femeninos, como por ejemplo Salud y Educación. Entonces, lo que hay es un impacto leve, que se daba justo cuando llegaron al poder, y después muchas veces reemplazan a esas mujeres por hombres ministros. Entonces, lo que vemos en Brasil, por ejemplo, es que Dilma Rousseff cuando llegó al poder nominó muchas mujeres, pero luego reemplazó también muchas mujeres por hombres ministros. Luego, con la llegada al gobierno de Temer ya tenemos un gabinete totalmente de hombres en su primera conformación. Entonces, esas consecuencias de incorporación de mujeres ministras son importantes, simbólicas, pero también son frágiles, porque se puede volver fácilmente al statu quo de dominancia masculina en los gabinetes. Lo que hemos visto es que las mujeres presidentas aun si tienen el poder constitucional para nombrar a las personas que quieren, no tienen todo el poder de hecho para hacer, tienen límites, sobre todo de los partidos políticos.
–La llegada de las mujeres a instancias de poder no garantiza la perspectiva de género, es decir la voluntad de cambiar un orden desigual. ¿Usted considera que las presidentas latinoamericanas tuvieron perspectiva de género es sus mandatos en términos de políticas públicas y legislación?
–Lo que vimos es que en América Latina, y en el mundo en general, las mujeres en el poder ejecutivo, las mujeres presidentas, tienden a promover menos cambios pro mujer que las mujeres legisladoras. Vimos menos impacto en las políticas públicas de las mujeres presidentas, aunque hay mucha variación, obviamente. Michelle Bachelet promovió una agenda de género bastante poderosa, intentando explícitamente mejorar la igualdad de género en varias áreas, en Salud, en el Ministerio de Defensa, etcétera. [Bachelet aprobó las reformas electorales que incluyen la primera legislación de cuotas de Chile e introdujo una legislación para liberalizar la prohibición total del aborto]. Tenemos otras mujeres presidentas que no han hecho casi nada, y también tenemos hombres presidentes que han hecho mucho más. En ese sentido, el impacto de esas mujeres presidentas en términos de mejorar la igualdad de género de las políticas públicas es menor.
–En sus investigaciones usted destaca entre las presidentas sobre todo la figura de Michelle Bachelet, como una impulsora de políticas públicas con perspectiva de género.
–De todos los presidentes en América Latina, hombres o mujeres, probablemente ella haya sido la presidenta que ha promovido más cambios pro mujer. Y eso es comparando su gestión con Ricardo Lagos y Sebastián Piñera, que eran sus homólogos masculinos en la misma época, su predecesor y su sucesor. Lo que es novedoso es que ella primero hizo una campaña política que prometía mayor igualdad de género, pero que estaba dentro de una promesa más amplia de mayor igualdad social, económica y política; y dentro de eso el tema de género era fuerte, de aprovechar beneficios y recursos para, por ejemplo, madres solteras o de bajos recursos. Eso fue importante sobre todo en su primera campaña. Pero quizá lo que era más importante con el caso de Michelle Bachelet eran sus relaciones personales con feministas. Y esas feministas eran amigas o gente que ella había conocido a lo largo de su vida, también durante las campañas, y eran personas que tenían un conocimiento técnico y político de cómo hacer políticas públicas para ayudar a las mujeres. Muchas de sus políticas “pro-mujer” que se han realizado eran maternalistas, es decir que refuerzan el papel materno de las mujeres, y en ese sentido pueden ser criticadas también desde una perspectiva feminista, porque en vez de intentar igualar los roles en el cuidado de los hijos entre hombres y mujeres, se refuerza esta idea de que las mujeres deberían cuidar a sus hijos, que son las personas más importantes en ese rol. Pero debido a su apoyo electoral, a como ella interpretó lo que quería el electorado, y también a las personas que ella conocía y nombraba en su gabinete y en otros puestos en su administración, pudo lograr bastantes cambios. Yo no sé si vamos a ver otro tipo de Michelle Bachelet a corto plazo. En este sentido, ella puede ser una “anomalía” que muestra la importancia de tener esa agenda que promovió en la campaña y tener esas relaciones personales con expertas en políticas pro-mujer.
–¿Cómo ve los mandatos de Cristina Fernández? ¿Le parece que tuvo incidencia o produjo cambios en relación a una agenda de género?
–Lo que vimos con Cristina es menos énfasis en políticas pro-mujer, menos que Bachelet por ejemplo, menos énfasis en la igualdad de género. Yo diría que eso está relacionado a también con haber sido la esposa de un ex presidente, porque su apoyo, su base popular, era muy similar a la de Néstor Kirchner. Y además su círculo de asesores estaba también, de alguna manera, sobrepuesto con el de su marido, entonces no hubiera esperado tantos cambios en el sentido de mayor énfasis en la igualdad de género entre su gobierno con respecto al de Néstor Kirchner. Siempre es bueno comparar con el predecesor hombre que es del mismo partido. Haciendo esa comparación, vimos menos impacto en políticas de igualdad de género, y una agenda de género menos importante en sus gobiernos. Yo creo que también un poco debido a que sus redes no parecían incluir muchas feministas.
–En un artículo reciente usted plantea que la presencia de una mujer presidenta se asocia con una mayor participación de campaña, intención de voto y con aumentos en el apoyo de hombres y mujeres al liderazgo político femenino.
–Sí, fue un estudio de los últimos quince o veinte años en América Latina. Lo hice interprentando los resultados estadísticos, usamos datos de encuestas de opinión pública. Observamos que la presencia de las mujeres presidentas está correlacionada con el apoyo al liderazgo femenino, y eso también puede facilitar mayor participación de las mujeres. Hay muchos estudios también que, en otras partes del mundo, muestran que con más mujeres en el poder y con mayor participación de las mujeres, las mujeres tienen mayor ambición de ver a una mujer en un cargo político y también de competir por esos puestos. Entonces, hay varias cuestiones simbólicas positivas que pueden aparecer con la elección de una mujer presidenta. Pero al mismo tiempo puede haber algunos retrocesos, porque sabemos también que si una mujer llega a la presidencia por primera vez y no tiene un buen desempeño, se la puede juzgar con mayor rigurosidad por su género. Entonces, vimos que las apuestas son altas con las primeras mujeres presidentas. Ése fue un primer estudio que hicimos, ahora queremos ver qué tipo de efecto podrían tener segundas mujeres presidentas o presidentas mujeres en otros países de América Latina. Pero en general debería traer varios efectos simbólicos importantes.
–¿Cuáles efectos simbólicos?
–Por ejemplo la ambición de las mujeres ciudadanas. La idea es que si la sociedad es gobernada por hombres presidentes, los hombres y las mujeres piensan probablemente que no es algo para las mujeres estar en el poder ejecutivo. Y al llegar una mujer a la presidencia puede cambiar el sentido de lo posible, la visión de lo que es posible para las ciudadanas. Las mujeres quizá también van a comenzar a pensar que ellas pueden competir por la presidencia y ganarla. Eso hace que haya más mujeres legisladoras, por ejemplo, que están mejor posicionadas para llegar a la presidencia, también más mujeres ministras en los gabinetes. Entonces, en ese sentido puede tener un efecto simbólico importante para la sociedad, que aumente la probabilidad de tener otra mujer presidenta. Pero solamente vimos la primera ola de mujeres presidentas, y vamos a ver si hay otra ola, la segunda ola de mujeres elegidas democráticamente.
–¿Le parece que hay alguna relación entre el fin de los mandatos de las presidentas y el giro a la derecha que se viene dando en varios países de América Latina?
–Yo diría que sí en el sentido de que la ideología de la derecha tiende a valorizar menos las igualdades sociales, económicas y políticas. Entonces, la derecha tiende a valorizar menos la igualdad de género, pueden tener miedo de que habiendo una mujer presidenta la dominancia masculina en el poder retroceda, y eso significa la pérdida de poder de los hombres. Y además, las mujeres políticas tienden a aparecer más en los partidos de la izquierda o centro izquierda, por lo que si llegan los partidos de derecha hay mayores probabilidades de que sean liderados por hombres. Entonces, con un giro a la derecha también se puede revertir esta Marea Rosa que traía mayor presencia femenina en el poder ejecutivo. Eso no significa que no haya buenas mujeres candidatas de la derecha o la centro derecha, pero pueden tener consecuencias negativas para las mujeres en el poder en general, en el sentido de que los hombres de los partidos de derecha tienen menos incentivos para que las mujeres compitan por la presidencia, porque no cuadra tan bien con su ideología, que prioriza y valoriza menos a la igualdad de género.