El único lugar donde fue feliz, San Benito, cerca de Comodoro Rivadavia, es el punto de partida para comenzar de nuevo. Necesita salir de la zona de confort, sacarse de encima la locura de Buenos Aires, huir de la noche del desastre con Martina, su ex novia, una relación tóxica y violenta. En la casa de los abuelos, donde pasó cada uno de los veranos de su infancia, quiere aprovechar el tiempo que le queda para convertirse en el director de cine que siempre quiso ser. Intentará escribir el guión de su primera película. Antes de tener la historia, ya imagina lo que va a decir en las entrevistas: “Una obra que corre el velo de las acciones que conforman el comportamiento mecanizado de la vida cotidiana”. El plan vocacional tendrá inconvenientes internos –el abismo entre el deseo y su materialización– y amenazas externas, como la aparición del vecino que se parece a Freddie Mercury. En Hágase usted mismo (Tusquets), Enzo Maqueira deconstruye con una saña ejemplar las trampas en las que se cae para escapar de la mediocridad de estos tiempos, como la idea de trascendencia artística o espiritual, la adicción a las tecnologías, el celular como prótesis “natural” de la mano, y la necesidad inquebrantable de aprobación y reconocimiento.
Después de Electrónica (2014), donde explora el flirteo de la generación de veinteañeros de fines de los años ‘90 con todas las drogas y cómo el mundo cambió y los dejó pedaleando en el aire, el escritor vuelve con una ficción radicalmente distinta. “La novela está llena de pequeños homenajes que solo yo conozco y que el lector no tiene por qué saber. El primer libro de literatura adulta que me gustó fue Haga caminar al cadáver, de James Chadley Chase. Ese fue el libro con el cual me inauguré como lector por mi cuenta, porque antes mi mamá me compraba los libros. Cuando estaba escribiendo la novela me acordé de ese título que me gustaba tanto y se me ocurrió el Hágase usted mismo. Me parece que es un título polisémico en el contexto del libro, que tiene que ver con la idea de empoderarse, pero también tiene que ver con todo lo que se trabaja en la novela, con el hecho de que el tipo es un gran cobarde que se hace encima. No revelemos más para no espoilear”, pide Maqueira en la entrevista con PáginaI12.
–El pueblo imaginario de San Benito está cerca de Comodoro Rivadavia. ¿Por qué el personaje se instala en esa zona geográfica?
–Los que vivimos la experiencia porteña, los que somos nacidos y enjaulados en los balcones de Buenos Aires, tenemos un vínculo muy extraño con la idea de pueblo, con esa falsa idea del interior, como si nosotros fuéramos el exterior. Por otro lado, tenemos un vínculo extraño con la naturaleza. Salimos a la calle y todo lo que percibimos fue hecho o tocado o modificado por el ser humano. Incluso los árboles están ahí porque los plantó un ser humano. Ese choque entre la realidad cotidiana de un porteño que vivió toda su vida en Buenos Aires me interesaba contrastarlo con un tipo que se quiere volver a hacer en un lugar virgen de urbanidad. Él va a San Benito para volver a empezar en el lugar donde pasaba los veranos de su infancia.
–¿Ese lugar imaginario tiene algo biográfico?
–Sí, tiene que ver con mi biografía. Yo trabajo bastante desde lo autobiográfico y de ahí empiezo a romper y a construir la historia. No hago literatura realista ni autobiográfica, pero uso lo autobiográfico como disparador. Yo pasé los veranos de mi infancia en un barrio en los márgenes de Comodoro Rivadavia, en General Mosconi. Toda la parte del pasado, de su infancia, está muy vinculado con mi propia historia en la casa de mis abuelos en las afueras de Comodoro. Te diría que es tanto mi educación sentimental, mi patria, como los únicos lugares de la infancia que tengo. Yo solo me recuerdo teniendo una vida verdadera de niño jugando e imaginando en esa casa de mis abuelos en Comodoro. La novela nació ahí; yo me sigo yendo todos los veranos mucho menos tiempo a Comodoro y suelo ir a escribir, a terminar novelas.
–Entonces parece que es cierto lo que decía Federico Fellini, como se recuerda en la novela, que en la infancia están los únicos recuerdos que valen la pena, ¿no?
–Sí, lo decía Fellini y creo que lo decimos todos. A medida que vamos creciendo nos llega ese momento en que volvemos para atrás y nos damos cuenta de que lo único que valió la pena está en la infancia. Tiene que ver con idealizar el pasado; en la infancia tenés la sensación de que tenés todas las posibilidades. Todo es posible: ser bombero, viajar al espacio, ser futbolista, encontrarte con un fantasma. Pero a medida que vas creciendo, parece que bombero no vas a ser, futbolista tampoco, no vas a ganar el Nobel a los 20 años como pensabas. Incluso es cada vez peor; nunca vas a viajar a tal lugar, no lo vas a lograr. La infancia es el terreno donde todo es posible. En la literatura, en el arte y en la infancia lo imposible es real.
–Aunque la relación del personaje con Martina es tóxica y violenta, ¿por qué nunca se usa la expresión violencia de género en la novela?
–Me parece que el libro tiene que ver con lo que está pasando hoy, con el tema de la deconstrucción. Él va contando medio con pudor su sexualidad, que no es la de un varón heteropatriarcal. Por otro lado, siente vergüenza por esa relación que fue un desastre, una relación enfermiza. Y si bien uno se pregunta por la violencia y por las cuestiones de género, sí queda claro que él no puede escapar de una forma de ser y de vivir que incluye eso. Es una relación en la que hay violencia mutua; cuando se ve del lado del hombre es violencia de género. Pero me parece que entra más en el terreno de la violencia pura y llana. Igual tendría que hablar con mis amigas feministas de esto porque quizá hay cosas que uno no tiene tan claras (risas). No sé… me parece que tiene que ver más con la violencia en general, con la necesidad de dejar atrás una manera de vincularse con celos, con gritos, con patadas, con mentiras.
–“La tecnología no sirve para nada. Es pura mentira humana. Un invento que falsea la realidad”, dice el personaje de la novela. Como escritor que participa activamente en las redes sociales, ¿está de acuerdo con lo que afirma el personaje?
–Tengo una relación de dependencia-odio con las redes sociales. Me parecen nefastas, aun cuando considero que aportan mucho. En una sociedad consumista como la nuestra, las tecnologías son herramientas que nos permiten ponernos a la venta y ser comprados o alquilados, comerciar con nuestra imagen y con la imagen de los demás, vender nuestros datos, exponer nuestra vida, nuestros gustos, convertirnos en sujetos cuantificables por parte de las grandes empresas, de los monstruos como Google y Facebook, todo eso me parece peligrosísimo. Vamos hacia un individualismo, hedonismo y egoísmo salvajes, que además va a ser esclavizante. Yo me siento adicto al celular, no lo puedo largar, aunque lo odie. Ya hay estudios que dicen que el cerebro te lo pide; te pide que lo agarres y mires qué hay. El personaje en la novela en un momento decide deshacerse del celular y es el momento de mayor liberación. Muchas veces me propuse: hoy salgo sin el celular a comer. Y de golpe hago el gesto de la mano de manotear el celular. Me parece que estamos pagando un alto precio por estar comunicados, por participar y exponernos y opinar. Hoy todo el mundo quiere sentar posición de cada tema que surge; de los 15 minutos de fama de que hablaba (Andy) Warhol pasamos a la búsqueda constante de figurar, de aparecer, de trascender. Y lo digo estando en redes sociales y sabiendo que gran parte de mi construcción como autor tiene que ver con las redes sociales, con Facebook antes y ahora con Twitter e Instagram. No veo manera de que podamos escapar ya de esto. El filósofo surcoreano Byung-Chul Han escribió que nos creemos libres y somos esclavos de nosotros mismos. ¿Para qué subimos fotos a las redes? Pensamos que vamos a vender más libros o que van a venir más personas a la presentación, pero en realidad lo que buscamos es aprobación. Y nada más. Las tecnologías son un mal supuestamente necesario; pero también eso de volver a la infancia es volver al recuerdo del mundo analógico en el cual tuvimos la suerte de vivir.
–La novela va narrando lo que hace el personaje cotidianamente en San Benito y los intentos por escribir el guión de una película. ¿Por qué tampoco puede escribir o lo que escribe no lo convence?
–Procrastinar es una marca de época. Él quiere escribir un guión y se imagina cómo va a ser recibido por los críticos, pero no es capaz de hacer nada más que tomar unas notas medio tontas que ni siquiera desarrolla y nunca se decide por nada. Sabe que quiere ser director de cine, que su vida no le gusta y que quiere una existencia distinta, pero no es capaz de salir de ese fango en el que está metido y siempre da vueltas sobre el mismo tema.
–¿Por qué eligió que quiera ser director de cine y no escritor?
–En la primera versión que hice era escritor. No me convencía porque me parecía que está demasiado visitado escritores que escriben sobre escritores. Si bien esta novela tiene una historia de ficción y fluye de determinada manera, cierra una etapa de mi vida y es una despedida de una manera de escribir que es partir de lo autobiográfico para empezar a imaginar. Lo que estoy escribiendo ahora va más a la mirada hacia el otro. Y como era un poco la despedida de esa etapa quería rendirle tributo a grandes creadores que habían sido muy importantes en mi formación: el cine de Fellini, de (François) Truffaut, de Agnès Varda, de Lucrecia Martel… creadores en los que me inspiro cuando voy a hacer algo. Antes escribía más a partir de mis lecturas. Ruda macho tiene que ver mucho con mis lecturas, El impostor también. Electrónica incluso tiene mucho que ver con ¡Qué viva la música!, de Andrés Caicedo. Cuando leí la novela de Caicedo, me dije: “Quiero escribir esto”. En esta novela tenía más ganas de ir a buscar en el cine y reconocer los aportes que había hecho en mi vida. También siento que así como estamos perdiendo un mundo analógico y estamos yendo hacia un mundo digital horrible, también en ese mundo está quedando atrás gran parte del cine y estos creadores. Si hace diez años nombrarlos era parte de un lugar común, yo creo que estoy haciendo como una especie de rescate para que queden a resguardo por lo menos en mi libro. Quería que este libro que es la patria de mi infancia y es el lugar donde están mis ídolos también fuera el lugar donde se refugiaran mis maestras y maestros. En la novela quise darle refugio a un mundo que está amenazado. Cumplí cuarenta, se ve que me estoy volviendo viejo (risas). Quiero un lugar donde mis maestros estén juntos, donde podamos abrazarnos hasta que pase esto… si es que pasa… hasta que vuelva el mundo analógico.
–Aunque haya una reacción antitecnológica de magnitudes imprevisibles, durante la revolución industrial hubo movimientos que rechazaron el avance de las máquinas. Pero esa revolución fue irreversible. No hubo vuelta atrás.
–Uno tiende a pensar que la tecnología es inevitable, pero después se corta la luz y no te funciona el televisor, la computadora, no te funciona nada, y decís: “tengo un libro y una vela”. No sé si es una esperanza o una ilusión ingenua, pero quizá en algún momento esto colapse y volvamos a empezar. La tecnología se destruye a sí misma todo el tiempo. El celular que hoy es último modelo en diez años no va a existir más. cinco años atrás Facebook era furor y ahora ya pasó. Quizá terminemos siendo un poco robots, un poco máquinas y un poco engranajes para alimentar a un monstruo tecnológico. Es probable… Por eso, con más razón, quise cobijar algo del mundo analógico en mi libro. La idea de sacralizar la tecnología es totalmente falsa; reemplazar a Dios por la idea de la tecnología o del mercado solamente nos va a llevar a mayor infelicidad, a mayor autodestrucción y a mucha más soledad. “Hay tanta gente sola”, como dice Charly (García). Al fin y al cabo estamos super conectados, super informados, pero estamos muy solos.
–El protagonista de la novela, hacia el final, mata a alguien involuntariamente. ¿Por qué deviene una novela policial? ¿Por qué alguien como él mata?
–Al final pasa eso porque la novela se va haciendo más cinematográfica. La idea era que él mismo se convirtiera en personaje de la película que no puede escribir. El tema de matar tiene que ver con eso, con que empieza a perder el control. Nunca tiene el control y hacia el final ya no es el autor, sino un personaje. Y como personaje hace cosas que no estaban en su mente. Es un tipo que fracasa constantemente en todo lo que emprende. En lo primero que fracasa es en no estarse quieto con la vida que tenía, que es lo que nos pasa a muchos. Llegamos a un momento en la vida que tenemos todo armadito, pero no nos alcanza, queremos algo más. El primer fracaso es no estar satisfecho con la vida mediocre que nos tocó por ser ciudadanos de este mundo y de este tiempo. Incluso los grandes hombres y las grandes mujeres tienen vidas mediocres. Toda existencia es mediocre, si la comparamos con las grandes existencias de las ficciones.