Producción: Javier Lewkowicz


Complica a la industria

Por Mariano Kestelboim *

Hay una idea generalizada de que una devaluación fuerte implica una mejora de la competitividad y, por lo tanto, dinamiza a la industria. Esa visión, dominante entre quienes buscan rescatar algo positivo de la corrida cambiaria reciente que desencadenó el pedido de auxilio al FMI, es demasiado simplificada. Un argumento técnico utilizado para promoverla consiste en exponer la evolución del Tipo de Cambio Real Multilateral (TCRM) del Banco Central (exhibe el comportamiento de los tipos de cambios de los principales socios comerciales y descuenta la inflación de cada país). Según el TCRM, el peso, hasta junio de 2018, ganó competitividad vía depreciación hasta alcanzar un nivel similar al de inicios de 2012. Entre ese año y fines de 2017, la moneda local ha tendido a apreciarse salvo en dos momentos: tras la devaluación de inicios de 2014 y la de fines de 2015.

Descansar solo en la variación del tipo de cambio para mejorar la difícil situación de un gran sector del país es insuficiente y, de hecho, las últimas devaluaciones fueron perjudiciales. La inflación posterior a esos bruscos movimientos del peso provocó que, en poco tiempo, se hayan extinguido las ganancias de competitividad cambiaria y, por las características de los procesos que las acompañaron, la industria terminó perdiendo rentabilidad y participación en la economía nacional.

La gran novedad de la última devaluación respecto a las dos anteriores es que se produjo justo después del cierre de la mayoría de los acuerdos salariales, con lo cual más allá de las próximas reaperturas de paritarias, en el medio, el costo laboral, medido en dólares, se redujo entre un 20 y un 25 por ciento; por el enfriamiento del mercado, no parece posible que los salarios puedan recuperarse sustancialmente.

Las devaluaciones de 2014 y 2015 tuvieron más voltaje inflacionario porque veníamos de una dinámica de acuerdos más afines a los intereses de los trabajadores y, en el caso de la segunda, además estuvo combinada con la quita de retenciones. Un denominador común de los tres episodios fue que tuvo el acompañamiento de incrementos tarifarios, a excepción de la electricidad en 2014.

Ahora bien, la capacidad competitiva está afectada por más variables que están jugando en contra. Primero, si bien la cotización del dólar es relevante no es un factor necesariamente decisivo, en especial debido a que la industria concentra sus ventas en el mercado interno y convive con una desregulación de la importación que en los dos últimos años y medio ha ganado gran participación en rubros sensibles.

Un segundo factor, no computado en el TCRM, son los muy disímiles ritmos e intensidades con que aumentaron los precios. Este fenómeno ha provocado bruscos cambios de precios relativos que deterioraron la rentabilidad de la industria, básicamente por las desproporcionadas subas de las tarifas de servicios públicos y del costo del crédito, en relación a los precios de salida de fábrica.

En tercer lugar, la contracción del poder adquisitivo de los hogares (el consumo masivo caerá por tercer año consecutivo), sumado al avance de las importaciones, achica las ventas y, por lo tanto, origina una disminución de las escalas de producción. Esta baja recarga los costos fijos de las empresas que deben prorratearse en un volumen de producción menor.

El cuarto punto se debe al acuerdo con el FMI que obliga al gobierno a reducir la obra pública. La contracción de esa inversión anulará el efecto dinamizador que había tenido el año pasado en rubros industriales concentrados como la siderurgia, minerales no metálicos y algunos segmentos de la metalmecánica. También los límites para acceder a nueva deuda externa implicará dificultades de crecimiento para la industria automotriz y sus proveedores dado que poseen muy elevados requerimientos de bienes importados. Por último, el escenario de incertidumbre, los factores mencionados y las altas tasas de interés desalientan el desarrollo de inversiones productivas.

* Economista. @marianokestel


La devaluación no es suficiente

Por Andrés López *

Lo primero a tener en cuenta para analizar el impacto de la devaluación sobre el sector industrial es que este último es altamente heterogéneo en cuanto a sus niveles de productividad y capacidades tecnológicas, no solo entre, sino dentro de cada actividad. Como es obvio, lo primero que vamos a ver es una caída en las importaciones, resultado tanto de la propia desaceleración de la actividad como del encarecimiento de los bienes de origen extranjero. Este último factor puede beneficiar a los segmentos menos competitivos de la industria local y que viven del mercado doméstico.

En tanto, las exportaciones tardarán más en reaccionar, al menos por tres razones: i) por el natural rezago en procesar las decisiones comerciales tras un cambio en los precios relativos (y el posterior tiempo necesario para penetrar efectivamente en los mercados objetivo); ii) porque todavía no está claro cuál será el nivel de tipo de cambio real a mediano plazo (evidentemente, el desafío ahora es lograr cierta estabilidad a un nivel de tipo de cambio más alto que en los meses previos); iii) porque para el ancho mundo industrial que encuentra en Brasil su principal destino exportador, tal como lo han mostrado muchos estudios académicos, es más relevante el nivel de actividad en dicho país que el tipo de cambio bilateral (y por el momento no hay razones para ser muy optimista en este plano). No olvidemos además que muchas actividades exportadoras utilizan insumos importados, con lo cual la ganancia neta de la devaluación se atenúa, en algunos casos considerablemente (esto, de hecho, es una característica no exclusiva de la Argentina, sino del escenario internacional de fragmentación productiva y cadenas globales de valor).

Ahora bien, un tipo de cambio más “competitivo” evidentemente es una buena noticia para la industria (y para los sectores transables en general). Pero en una mirada de mediano/largo plazo solo brinda una mejor plataforma para pensar y ejecutar estrategias tendientes a resolver los problemas que afectan a ese sector. Como mencionamos antes, la industria argentina es un universo heterogéneo, pero en el que es más usual encontrar segmentos que tienen problemas para competir en una economía más abierta (y varios de ellos son intensivos en mano de obra) que actividades prontas a aprovechar la ventaja cambiaria para conquistar nuevos mercados o iniciar su despegue exportador. Por otro lado, desde el punto de vista de los objetivos de política, la industria debe ser analizada a la luz de los potenciales impactos que podemos esperar de cada actividad (ejemplo, creación de empleo, nuevas exportaciones, derrames tecnológicos, etc.).

En este contexto, creemos necesario partir de un enfoque que reconozca las heterogeneidades mencionada a fin de identificar las oportunidades y desafíos específicos de las distintas actividades en diálogos conjuntos entre el sector público (en sus distintos niveles), privado y científico/tecnológico. Las mesas sectoriales, ejercicio ya planteado en administraciones previas y que este gobierno ha retomado, pueden ser un ámbito fértil para desarrollar este tipo de ejercicios. Pero este abordaje debe ser complementado con definiciones más estratégicas respecto de qué tipo de estructura productiva resulta deseable y factible para la Argentina.

En el plano práctico, las políticas resultantes de estos ejercicios deberán combinar, en distintas dosis y modalidades según los sectores/actividades respectivas, instrumentos asociados a la política comercial, el apoyo a las exportaciones, el desarrollo productivo, la atracción de inversiones  y la innovación, coordinando asimismo con otras dimensiones clave como defensa de la competencia y formación de capital humano en sus diversas instancias, más las mejoras que puedan lograrse en áreas más transversales como infraestructura o revisión de cuadros impositivos. En suma, la mejora cambiaria per se no es suficiente; hay que transpirar la camiseta microeconómica.

* IIEP, FCE-UBA/Conicet.