En la impactante plaza de Dvortsóvaya Plóshchad, mundialmente conocida como la Plaza del Palacio, pasaron hechos históricos. El primero fue el Domingo Rojo de 1905, en lo que fue una matanza indiscriminada de obreros organizados por el sacerdote ortodoxo Gapón que le demandaban al zar Nicolás II un salario más alto. El otro, luego de que los revolucionarios liderados por Lenin ya habían tomado el control de la central telefónica, las estaciones de ferrocarril y los edificios centrales, fue el asalto al “Palacio de Invierno”. Ahí se encontraba la sede del gobierno provisional. Ese 25 de octubre de 1917 la Revolución más significativa de la historia lograba su cometido y los bolcheviques tomaban el poder. Acá, en ese mismo suelo que cambió la historia para siempre, los hinchas argentinos comenzaron un banderazo que empezó como uno más, pero que terminó en la puerta del hotel en el que se concentran Messi y compañía con varios de los jugadores saliendo a recibir el aliento en persona.
A veces el destino te deja claro que todo tiene que ser como él lo planea. Sin dudas, hoy en medio de un viaje eterno en tren entre Moscú y San Petersburgo la lectura obligada del día fue un texto de Ángel Di María en la excelente página The Players Tribune (link https://www.theplayerstribune.com/en-us/articles/angel-di-maria-argentina-spanish), en la que los jugadores cuentan sus experiencias en primera persona. Ahí el número 11 de Argentina en este Mundial cuenta cómo, después de romper una carta en la que el Real Madrid pedía que no jugase la final ante Alemania por no estar recuperado del desgarro en el muslo, le fue a decir a Alejandro Sabella “Si soy yo, soy yo. Si es otro, entonces será otro. Yo sólo quiero ganar la Copa. Si me llamás, voy a jugar hasta que me rompa”. Para después romper en llanto. Ese llanto que tiene mucho que ver con un grupo de argentinos que estaban en esa Plaza del Palacio.
Dentro de los gritos y de la marea de camisetas albicelestes que se adueñaron de ese punto neurálgico de la que supo ser la capital rusa había un grupo que a simple vista no llamaba la atención, pero que si uno hilaba fino tenía algo en común. Una, dos, tres, cuatro, cinco. Esa cantidad de camisetas con el número 11 y el apellido Di María eran más que un punto de contacto con el hoy jugador del PSG. Solo una camiseta tenía el número 11 pero no el apellido. En esa había otras letras encima del número: papá. La que porta esa camiseta especial es Mía, la primera hija de Ángel y de Jorgelina, su esposa.
Jorgelina juega con Mía, que corre y juega sin saber adónde está, y cuida de Pía, su bebé de apenas 7 meses. Está rodeada de familiares y amigos de esta pareja que luchó mucho para que su hija mayor superara un momento complicado de salud al nacer. Ella disfruta su Mundial. Porque lo recuerda desde que en Italia ’90 Goycochea volaba de palo a palo para llevar a la Selección a ser subcampeona. “Ese es mi primer recuerdo mundialista”, dice. Mientras le pone el arnés a su mamá para que se encargue de la más pequeña ella habla por su hija más grande. “Yo no le explico nada a la más grande. La dejo que viva el Mundial a su manera. Ella no entiende como comparte equipo con amigos que durante todo el año son rivales. En Brasil era muy chiquita, así que ahora está más grande y lo puede disfrutar. Obvio que es más lindo si ganamos”.
No hace falta ni terminar la palabra redes sociales para que Jorgelina cambie la sonrisa por una cara un poco más seria y asienta sobre lo mucho que los afecta al jugador y su familia. “Es malo. Uno no quiere leer, pero como hay muchos mensajes lindos también le responde, o le pone un me gusta a esa gente que se preocupa en mandarte algo lindo”, asegura mientras va caminando para alcanzar al resto de su familia. Nunca saca la vista de sus hijas. Y sigue el monólogo sobre redes: “Soy una guerrera. Si me enojo respondo. Cuando lo tocan a Ángel me enciendo rápido. No me gusta. A nadie le gusta que le toquen a un familiar. Ya sea desde el trabajo, desde lo personal, o del que sea. No me gusta y respondo. No tiene sentido pero no lo puedo evitar”.
El banderazo que reunió a casi todos los argentinos posibles en San Petersburgo emprende su marcha rumbo al hotel el grupo de Jorgelina, su familia y la familia Ángelito, buscan seguir recorriendo la ciudad en la que mañana Argentina se juega su última chance de pasar a octavos. En sus ojos se nota la tranquilidad de una mujer que sabe lo que hay que disfrutar. “Como no lo voy a disfrutar. Yo vine acá como hincha. Después me doy cuenta que mi marido puede jugar. Pero yo vengo a ver a Argentina”. Es que a pesar de todo lo que pasó, y de que tenga la 11 de su marido en la espalda, para Jorgelina en algunas cosas el tiempo y la vida no avanzaron conforme a los hechos. En el casillero de amor por la camiseta Jorgelina sigue recordando aquellos penales de Goyco…