Empotrada en un segundo piso de una vieja casona sobre Avenida Corrientes, Salas Abasto es una guarida que contuvo a buena parte de la escena punk de los ‘90 –Mal Momento y 2 Minutos aún ensayan ahí– y donde los integrantes de Cabeza Flotante, todos nacidos y criados en el distrito bonaerense de Ameghino, parecen conectar con sus raíces. “Ni bien llegamos a Buenos Aires, caímos en esta sala porque conocíamos a dos de Las Canoplas y nos dejaban entrar a ver cómo ensayaban”, introduce algo nostálgico Manolo Lamothe. “Cuando empezamos a tocar éramos re punkies, pero más bien deforme”, dice el baterista.
Las cosas cambiaron bastante desde Los Chivos, aquel grupo inicial que los hermanos Lamothe (Nacho, Manolo y Esteban) habían formado en su pueblo, mucho antes de que Esteban pegara el zarpazo con su protagónico en El estudiante y accediera a lo más alto del prime time. Cuando él se abrió para darle más tiempo a la actuación, Nacho y Manolo (guitarra y voz) sumaron a su medio hermano Antonio (bajo y voz) y tiempo después a sus coterráneos Marcos Canosa (guitarra y voz) y José María Muriel (teclados) y formaron Cabeza Flotante, un quinteto de canción guitarrera con el punk rock y el garage como ADN básico.
“Cuando llegué a capital, con 18 años, vi tocar a El Mató y se me reventó la cabeza. Acá accedimos a un mundillo de bandas y sonidos que nos encantaba”, dice Antonio, 6 años menor que Manolo y 12 que Nacho, sobre aquella primera etapa. “Fantaseaba escuchando esas bandas a través del equipo de música: venir a Buenos Aires y empezar a vivir esas cosas te detona.” No obstante, tanto en sus letras, sus videos y arte general, Ameghino parece ser escenario omnipresente; un líquido amniótico donde buscar refugio e inspiración. “Nuestra música es una comunión entre nuestro pasado y nuestro presente”, dice Antonio. “Nos quedamos con la nostalgia de los atardeceres, los amigos del pueblo, todo lo que nos pasó.”
En 2009, Cabeza Flotante grabó Ningún lugar, un primer disco de laboratorio con baterías electrónicas, bombos legüeros y guitarras acuáticas. Y en 2012, Relámpago, reflejo de su versión eléctrica con la voz de tono ibérico de Nacho al frente, sobre estribillos de guitarras arremolinadas. Pero su mejor versión llegó este octubre, cuando publicaron Las afueras, ya consolidados con tres cantantes (Antonio, Marcos y Nacho) subidos a canciones de aroma pop y estribillos ágiles y emocionales, ubicables a mitad de camino entre la nostalgia adolescente de Valentín y los Volcanes y el envión barrial y enérgico de Bestia Bebé.
Mientras gana terreno en la escena under de Buenos Aires como la última incorporación del sello Laptra y como responsable de su propia fiesta (la ya clásica Ruchofest), Cabeza Flotante no sólo se facturó un puñado de hits de simpleza emotiva, sino también un modo personal de gestionar su arte en tiempos de crisis. “Nuestra banda es un acto de resistencia frente a todo: la velocidad, lo efímero, lo descartable”, dice Marcos. “En tiempos complicados y de adversidad como éstos, los músicos siempre ranchean juntos”, suma Manolo. “Este año un montón de músicos se juntaron y dejaron sus egos de lado, como pasó con lo de Pura Vida. Y estar formando parte de todo eso me parece emocionante.”