Desde hace un mes, sobre la calle Seguí al 2200, una cuadra de casas bajas de La Paternal, quince familias ocupan la empresa TresGe. La fábrica de bolsos y otros artículos de cuero es la más reciente de las empresas recuperadas. En el barrio hay otra más, una textil reabierta por sus trabajadores, hija también de procesos de vaciamiento empresario frente al ahogo que las políticas macristas imponen a la industria nacional. La semana pasada, vecinos y trabajadores hicieron una fiesta-protesta callejera: el Día de la Bandera, envuelto en la espesa humareda del choripán, fue agitado en defensa del derecho al trabajo. 

Personas organizadas y otras por su cuenta vienen haciendo el aguante a la recuperación: los Vecinos Inquietos de La Paternal, el Sindicato de Obreros Marroquineros, La Cámpora de la Comuna 15, la Federación de Trabajadores de la Economía Social, más en general, la gente de los alrededores del taller.  

Quince al año

“En estos últimos dos años hubo unas 30 recuperadas”, cuenta Andrés Ruggeri, director del Programa Facultad Abierta de la UBA, que desde 2002 releva los casos de autogestión y sigue su desarrollo. 

“No son tantos como se podría esperar porque el Gobierno hace más difícil el camino. Además, las condiciones para producir no son buenas para nadie. Pero después de un primer año de gobierno macrista en el que casi no hubo recuperaciones, desde el año pasado recomenzaron”.

Estas recuperadas recientes tienen características propias, “que responden a un contexto económico muy complicado, poco favorable a la producción, y a una acción represiva que impide las tomas en fábricas grandes”. ¿Cuáles son esas características? Casi todas son empresas chicas, de 20 trabajadores promedio. Hay una gran proporción en el interior, casos que no llegan a ser muy conocidos en Buenos Aires. Tienen respaldo de los sindicatos. Y en muchos casos –aunque quedándose con las máquinas– los trabajadores han alquilado sus propios locales, para eludir la violencia de los cruentos operativos de desalojo. 

Representación

Alejandro Ramella es secretario adjunto del Sindicato Marroquinero.  Corpulento, de manos gruesas, es fácil pensarlo con la tenaza o el sacabocados, encorvando su humanidad sobre una de las largas mesas de las líneas de producción. Ramella cuenta que empezó de cortador, en un taller como éste, pero luego fue dirigente del gremio, y pudo estudiar Derecho. 

Entra a la planta donde Fabián y Estela, trabajadores de TresGE, relatan su historia, como quien no quiere interrumpir. Su presencia confirma lo dicho por Ruggeri: en las recuperaciones recientes hay un apoyo sindical más decidido. No son respaldos meramente simbólicos. Ramella representa a la experiencia autogestiva en su doble condición, como dirigente sindical y como abogado. El fue el primero al que llamaron los trabajadores cuando encontraron la puerta de la fábrica cerrada. Desde ese primer día el gremio acompañó el proceso. 

–¿Por qué? –pregunta PáginaI12. 

–Por solidaridad, porque son compañeros –dice–. En esta actividad todos nos conocemos, porque es chica, somos siempre los mismos que pasamos de un taller a otro. Así que apoyamos por compañerismo. Pero ojo... –y descruza los brazos sólo un momento, para apoyarse un índice debajo de la ojera– ¡También por un tema político! Porque es obvio que, si nos quedamos en el molde, otras empresas van a hacer lo mismo. 

Dice que las marroquineras en la Ciudad de Buenos Aires son pymes o micropymes que enfrentan aumentos en los precios de la materia prima y falta de ventas, debido a que el mercado interno se achicó. “Ya vimos un montón de cierres. La mayoría se quedó en calle, por ahí pensaron en armar una cooperativa pero no avanzaron. Acá, los compañeros hicieron un montón de cosas desde el 11 de mayo... mucho peor sería que estuvieran acampando en la vereda. Y para el resto de los que representamos, es también lo mejor. Porque esta situación ya explotó, ya circuló, tuvo un efecto: ahora, antes de hacerla, seguro que la van a pensar más”.

La recuperación de TresGe tuvo fecha de largada el 11 de mayo, cuando, al presentarse a trabajar, los 20 empleados de la pyme encontraron la puerta cerrada, con una nueva cerradura y candado, y las vidrieras tapiadas por tablones. Les debían un mes y medio de sueldos, parte de los aguinaldos y de las vacaciones.

Trataron de ubicar al dueño, que no contestó sus llamados. Lo fueron a buscar a uno de sus locales comerciales, en Galerías Pacífico, donde la policía tomó sus datos: tampoco así lograron ubicarlo, aunque sí se presento horas más tarde en el taller, alertado porque los trabajadores entraron al lugar, la alarma sonó y la empresa de seguridad le avisó que algo pasaba. 

Para ese entonces, los trabajadores ya habían avisado en la comisaría que su lugar de trabajo estaba tapiado. Entraron para evitar el vaciamiento total, ya que varios vecinos les avisaron que por la noche había habido movimientos de mudanza. El antiguo dueño se había llevado cabezales de las máquinas, los encargues a medio hacer, los cueros sin cortar y todas las herramientas.

“En los últimos meses habíamos aceptado de todo por no quedarnos sin trabajo: perder los retroactivos, cobrar en cuotas, lo que hubiera. Estábamos sometidos por el miedo”, dice Fabián. De la recuperación de empresas no conocían “ni un caso”. “Yo tengo que hacer un mea culpa. Si escuchaba sobre el cierre de empresas, me parecía que no era para tanto, que no nos iba a tocar”, dice Barreto. “Como será que después de ocupar el lugar, nos enteramos de que el bar de la esquina también es recuperado..  estuvimos años viniendo a trabajar sin enterarnos”.

“A nosotros nos ayudaron mucho los vecinos”, apunta Estela. La gente del barrio les llevó de comer, “pasaban y nos daban lo que tenían, que por ahí eran cien pesos. Nos decían que no aflojemos. Si hasta se ofrecieron a salirnos de testigos”.

De los 15 trabajadores, la mayoría son mayores de 50, aunque también hay jóvenes con hijos chicos. La choripaneada aportó a un fondo para comprar pañales y medicamentos, y aguantar mientras rearman la cadena productiva.

1998-2018

Eduardo Murúa es referente del Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas y titular del IMPA, empresa autogestionada desde 1998. En aquel momento todo lo que hicieron era nuevo. “En IMPA se dio una conjunción de un grupo de trabajadores que iban a quedar totalmente desocupados y un grupo de militantes  que nos planteamos ocupar las fábricas, convencidos de que la lucha por salarios y condiciones de trabajo no alcanzaba”.

“Había casi un 40 por ciento de desocupación, no había fondo de desempleo, habían modificado las leyes comerciales para no pagarles a los trabajadores indemnización”. Hoy, apunta, la recuperación “es un método de lucha que ya está asumido por el conjunto de los trabajadores”. De hecho en muchas empresas el proceso empieza “solo”. 

Sin embargo, a la recuperación llegan sólo los que están en situación desesperada. En general si el empresario pagó una indemnización, “si hay un resto con el que sobrevivir, no se ocupa una planta”.

“Nosotros recuperamos una aceitera muy grande, en La Matanza, de 70 compañeros. Lo más difícil es el enfrentamiento con el Estado, para que genere las políticas necesarias para salir adelante”.

Las tarifas son una muestra. En 2016, después del primer tarifazo,  el MNER tomó el Ministerio de Energía reclamando una tarifa diferencial para las cooperativas. La cartera dio un subsidio para cubrir el 50 por ciento del costo de las boletas, pero se negó a la tarifa diferencial. En 2017, tras nuevas acciones, volvió a dar este subsidio, siempre en forma limitada a aquellas empresas que reclamaron más activamente. En 2018 lo prometió pero lo suspendió. 

TresGe acaba de recibir una boleta de electricidad de 115 mil pesos, deuda de la anterior administración. Toda su maquinaria funciona a energía eléctrica. Están juntando para pañales y remedios, es claro que no saben cómo podrían pagarla.

Inquietos

Marina, Lorena y Edmundo son integrantes de Vecinos Inquietos de La Paternal. “Nosotros apoyamos todas estas movidas”, dijeron en la vereda del festejo. “No podemos hacer tanto como un sindicato o una organización política, pero en los momentos iniciales, cuando los compañeros llegan y se encuentran con la fábrica cerrada y la desesperación de no tener nada, ni para comer, el sólo hecho de preguntar qué necesitan y dar respaldo es mucho. Uno les trae algo para comer, otro habla con el vecino de arriba para que les deje colgar una bandera y hacer visible la situación... todo lo que se haga ayuda”, señala Edmundo. Los vecinos Inquietos ya acompañaron la recuperación en el barrio de la textil Globito, de la que hablan orgullosamente. 

Camila Rodríguez, comunera del FpV, también dio apoyo a ambos procesos. “Veo que la gente está desesperada porque intenta salir al mercado laboral y no puede. Al mismo tiempo, a nivel personal están peor: las actividades que hoy estamos armando son para cosas como cargar las SUBEs, para que los que viven en la provincia puedan llegar a las fábricas, ahora estamos juntando para comprar pañales y medicamentos. Es decir, hay más carencias económicas y sociales”.

Los trabajadores ya se inscribieron como cooperativa y algunos antiguos clientes aceptaron continuar llevándoles encargos. Por ahora producen a fasón, es decir recibiendo los insumos de quien les lleva el trabajo. Compraron algunas herramientas, tres juegos que se pasan de mesa en mesa. Necesitan más: dos máquinas planas, martillos, tijeras y punzones.