El tercer paro general, convocado por la CGT y la CTA, contra las políticas económicas de Mauricio Macri, constituye el número 43 desde la reconquista de la democracia en 1983. Una pulseada constante pone en tensión la política argentina, el reparto de la riqueza o la acumulación en pocas manos es el telón de fondo de un escenario por el que pasan diferentes actores, diversas situaciones y gobiernos, pero la discusión es la misma.
Durante el gobierno de Raúl Alfonsín la CGT realizó 13 huelgas generales en cinco años y medio, a razón de un paro general cada cinco meses. A Carlos Menem en sus diez años como presidente le hicieron nueve paros generales, un promedio de una huelga cada 13 meses. Con Fernando De la Rúa se batieron todos los récords: nueve huelgas generales en dos años, es decir una cada dos meses y medio, la última fue el 13 de diciembre de 2001, a seis días de su caída por una explosión popular. Eduardo Duhalde como presidente interino enfrentó tres paros generales en el contexto de una Argentina en llamas, uno cada cinco meses en promedio. Néstor Kirchner, en cambio, solo tuvo un paro general en sus cuatro años de gobierno, y en rigor, fue una declaración formal de huelga general sin cumplimiento efectivo ya que no se trató de una medida de fuerza contra sus políticas económicas sino de una declaración de protesta por el asesinato del maestro Carlos Fuentealba en Neuquén el 5 de abril de 2007. A raíz de este hecho se juntaron, por primera en mucho tiempo, la CGT y la CTA y decidieron un repudio conjunto: la CTA hizo un paro de 24 horas con movilización, y la CGT una jornada de duelo que incluyó un paro de actividades de una hora. Durante el primer mandato de Cristina Kirchner no hubo ninguna huelga general. En el segundo, a partir de 2011, afrontó 5 paros generales encabezados por el sector sindical conducido por Hugo Moyano, en el contexto de una CGT dividida por lo cual no tuvo un alcance generalizado. La reivindicación insignia, y a veces exclusiva, fue el pedido de eliminar el impuesto a las ganancias.
El gobierno de Mauricio Macri acaba de enfrentar su tercera huelga general de protesta. Tuvieron que pasar 17 meses de gobierno hasta que en abril de 2017 la CGT se decidió a hacer el primer paro general sin movilización. El 18 de diciembre de ese mismo año se declaró el segundo paro general que en los hechos casi no se notó, fue un paro que los principales dirigentes de la CGT parecían no querer hacer. El paro de ayer sí fue general y contundente.
El dato de que en 35 años de democracia se hayan concretado 43 paros generales es un claro indicador de que en comparación con los otros países de la región Argentina tiene a sus trabajadores en un grado aún muy alto de combatividad y organización. En Brasil no hubo ninguna huelga general por 21 años: desde 1996 hasta 2017, en otros países es una práctica directamente desconocida. Sin embargo, la enorme cifra oculta el hecho de su gran irregularidad. Algunos de esos medidas paralizaron en forma casi absoluta la economía Argentina, y otros fueron apenas acatados. Por otra parte tenemos años como 1986 en el que hubo cuatro paros generales, y otros períodos en los que durante años no hubo ninguna huelga general.
Todo el período del que estamos hablando tuvo solo a dos dirigentes que lograron trascender su liderazgo desde su propio gremio al conjunto mayoritario: el cervecero Saúl Ubaldini y el camionero Hugo Moyano, que pasa de ser sucio, feo y malo a rubio y de ojos celestes bastante seguido.
El liderazgo de Ubaldini constituyó un clásico de los ochenta frente al que ejercía Alfonsín. Era un gran orador, manejaba los tonos, elevaba la emocionalidad, se paraba frente a multitud de trabajadores movilizados y lograba hacerlos vibrar “Saúl, querido, el pueblo está contigo” le gritaban al son de los bombos. En una de esas arengas criticó fuerte al presidente y éste le contestó “es un mantequita y llorón”, a lo que Ubaldini contestó de volea “llorar es un sentimiento pero mentir es un pecado”.
La primera huelga general de la CGT desde el regreso democrático fue en septiembre de 1984. Sin movilización, el debate se desarrollo en torno a si se le podía hacer eso a un gobierno constitucional. Proliferaron acusaciones de golpismo, aún estaba fresca la campaña alfonsinista denunciando un pacto militar-sindical. Pero la inflación crecía y los salarios se rezagaban. Poco a poco la CGT incorporó más consignas políticas: el rechazo a los pagos al FMI, la denuncia del Plan Austral y el Plan Primavera. En un gran gesto para la época Ubaldini recibió a las Madres de Plaza de Mayo. El sindicalismo ocupó el espacio opositor que el entonces maltrecho Partido Justicialista no pudo asumir hasta que jugó la carta de la renovación. En septiembre de 1988 se organizó la última huelga general contra el gobierno radical, y tuvo un perfil muy deshilachado.
La primera huelga contra el gobierno de Menem se hizo el 9 de noviembre de 1992, es decir tres años y cuatro meses después de haber asumido la presidencia. La figura de Ubaldini entró en un lento declive y la dirigencia sindical se dividió y perdió fuerza. Lentamente apareció en escena Moyano, desde el Movimiento de Trabajadores Argentinos (MTA) nucleó a los sindicatos del transporte y junto a la CTA, el 2 de agosto de 1994, realizó una huelga general por 24 horas sin la CGT. El éxito de la medida marcó un nuevo rumbo y el reinicio de una etapa combativa. El año 1996 fue el de mayor conflictividad de la década, hubo tres huelgas generales.
La heterogeneidad de los trabajadores argentinos es mayúscula: conviven sectores con ingresos muy desiguales, jóvenes que se incorporan al trabajo desconociendo las historias y tradiciones sindicales, rubros estratégicos que logran presionar con medidas de fuerza, y otros que deben apelar a otras acciones porque los paros resultan inocuos. Hay trabajadores que desde su subjetividad no se ven a sí mismos como tales, anhelan dejar de serlo. Dirigentes sindicales que cuentan por décadas su permanencia como secretarios generales, y otros que expresan novedades organizativas. El campo se amplía sin contamos a los movimientos de desocupados, las nuevas temáticas que se incorporan como derechos, los problemas emergentes que enfrentan los trabajadores. Además están los egos y las discrepancias ideológicas y políticas. En este universo de diferencias lograr medidas unificadas parece una tarea hercúlea. Pero la gran argamasa unificadora son las medidas de ajuste y retroceso para el conjunto del mundo laboral. Como señaló el historiador Edward Thompson, desde los orígenes de su historia el movimiento de los trabajadores forjó su identidad al calor de las experiencias conjuntas que le tocó vivir. Estas experiencias tienen en la huelga general una tradición bien argentina, una herramienta a la que acudir cuando se percibe la necesidad de unificar luchas y discursos.