Desde Oberá, Misiones
Uno de los mayores legados de los guaraníes es la lisergia de sus mitos y leyendas. Repetidos y repetidos por el espacio y el tiempo, muchos terminaron incorporándose al acervo cultural del noreste argentino. Como en Misiones, donde abundan varios, aunque el más característico es el del Pombero. El imaginario popular lo describe como un sujeto bajo, encorvado, con pelos en las manos y manos hasta el piso. No se sabe de dónde vino ni cómo llegó. Tampoco si se trata de varios sucedidos en el tiempo o si en verdad es el mismo, inmortal. Pero relatos sobre las apariciones del Pombero siguen surgiendo año a año, día a día, y así, constantemente.
Como si con estas imprecisiones no bastara, su moral también alienta discusiones, puesto que no se si sabe si las intenciones que persigue este extraño ser son buenas o malas. Muchos afirman que el Pombero abandona sus escondrijos entre los montes y la selva misionera sólo para cometer tropelías y ocasionar molestias.
Las más comunes tienen ver con el robo de animales domésticos, o incluso de tabaco y miel, aunque no pocos le atribuyen haber producido embarazos con el mero contacto de su mano. Cada tanto, en medios locales suelen salir noticias acerca de que el Pombero extravió niños entre los montes. Como en Oberá en julio pasado. Un miedo que se multiplica al otro lado del Paraná, en Paraguay, donde hasta se evita nombrarlo en determinadas reuniones sociales.
A pesar de todo esto, existen otros tantos que se alzan en su defensa. Son los que sostienen que este muñecón persigue fines nobles como el de proteger hogares o el de castigar a quienes cazan furtivamente, pescan de más o talan en exceso. A ellos, aseguran, los hostiga haciéndolos perder en la selva hasta el anochecer. Feo.
De la manera que sea, todos coinciden en que es imposible verlo llegar. Es que entre sus múltiples habilidades se incluyen las de circular por cualquier superficie, pasar por el ojo de una cerradura y caminar sin hacer ruido. Y hasta parece que puede hablar sin mover la boca, cantar como ciertas aves, silbar como las serpientes o piar como un pollito.
Tal vez lo más pregnante de esta leyenda del Pombero sea que, en cierto punto, todos podemos serlo, aunque sea por un rato. Y que, quien lo es, a lo mejor prefiere no decirlo… si es que acaso lo sabe.