Ahí va otra vez el viejo jeite de que las personas se dividen en dos grupos. En este caso, las que creen que Lost se fue a la pipa cuando pasó de la ficción especulativa, la matemática regente y el experimento social a la explicación teológica, el patrón destino y el purgatorio individual. Y los que se convencieron de que, igual, la serie de JJ Abrams valió la pena y el flash. Y desde esa medianera, audaz se eleva y se vuelve a ocupar del asunto The OA, el último fenómeno serial del año pasado o el primero de éste o a lo mejor nada de eso. Pues como refrenda su primera temporada, nada es lo que parece hasta que termina siendo lo que parece.
De inmediato se la linkeó a Stranger Things y está bien: la protagonista es una piba rubia que está re volada, sangra por la nariz cuando presiente algo y llama Papa –así sin tilde– a su figura paterna. Eso y que es una producción de Netflix con ciencia ficción, experimentos y un elenco que encastra.
Sin embargo, The OA no solo va al retro cool de las películas de pandillas, los asuntos paranormales y las realidades paralelas, como enlatado de nostalgia glorificable por la generación 35-45 que mece las cunas del arte, el espectáculo y los medios. Esta serie se sumerge en el zeitgeist milenario: era en la que en lugar del platonismo de “humanos o cyborgs” –el “civilización o barbarie” de hace unas décadas– parece arreciar la mistificación posmo de las cosas, la dotación de espíritu a la tecnología y a todo. Cosa probada de Moby a la Cosmos nuevo modelo: “Todos estamos hechos de estrellas”.
The OA comprende eso –y guarda acá con el spoiler, ese flagelo que marcará el verdadero fin del periodismo– pero lo integra no como explicación científica de la existencia del Universo o de algún Dios, sino como un sobrecogimiento espiritual y espiral que admite que, al fin de cuentas, leemos sobre meditación trascendental desde una tablet, vía web.
Los Cinco Movimientos, armados por el coreógrafo de los videos de Sia, son deudores de diversas artes marciales y disciplinas metafísicas que trabajan sobre un quinteto de operaciones o secuencias, con el cuerpo como llave y la concentración por fuerza. Parecen lo más elemental y primal de una narración tan millennial como para incorporar –spoiler total– bullying, masacres a lo Columbine, un científico que juega a Los Sims con gente, fumata de bong en sillón, esteroides, un rasta, danza performática e identidad trans.
Pero lo más milenario de todo en The OA es ese presupuesto, contrario a la parálisis que transmite Stranger Things con su ritmo siempre atónito, de que nunca antes como ahora hubo tanto potencial distribuido en manos de tanta gente, dispuesta a generar con esa fuerza un impacto positivo para el bienestar cósmico, llámense makers o ángeles. Esa es la lectura poética de los Cinco Movimientos. Así que no, The OA no es Stranger Things. Sólo parece serlo, hasta que termina siendo The OA.