En el hall y justo antes de entrar al teatro Regio, hay un desnivel con una pequeña puerta de madera que bien podría ser parte de la escenografía de una telenovela del canal 9 de Romay: la abertura del convento donde se escapaba la monja de La extraña dama para sus escarceos amorosos, por ejemplo. O un escenario donde Alejandro Urdapilleta arrastraría de los pelos a Humberto Tortonese, ambos vestidos de monjas. Allí va a ser la entrevista con el único sobreviviente de ese fenómeno.

No hay nada parecido en la cultura local a lo que hizo la dupla Tortonese y Urdapilleta primero con Batato Barea en el Parakultural hacia fines de la dictadura y atravesando la transición democrática y a nivel masivo en la televisión junto a Antonio Gasalla, en la neoliberal década del noventa. Si se buscan antecedentes a nivel mundial aparecen las performances sacrílegas del pintor José Ocaña travestido de Virgen María en procesión por las Ramblas o por algún cementerio de Barcelona cuando el cuerpo de Franco estaba tibio. O en las Yeguas del Apocalipsis (Pedro Lemebel y Francisco Casas) que denunciaban a un mismo tiempo la violencia del terrorismo de Pinochet y el sida. 

Mientras atravesamos con Humberto Tortonese la diminuta puerta de madera e imagino un túnel del tiempo que nos transporte a los sótanos del Parakultural o a los laberintos del Palacio de la Risa, le expresó al artista mi profunda admiración y le preguntó si sabe de la gravitación que han tenido sus personajes en la construcción de la cultural LGTBIQ. (Tengo que aprovechar todo el tiempo porque empieza el ensayo de Blum y Tortonese es pura amabilidad pero está pactado que la entrevista solo debe durar 25 minutos exactos). 

“Uno lo ha hecho sin darse cuenta y por una cuestión de libertad de la época. Quizás, en la época del Parakultural fue la explosión porque la represión estaba terminando y sentíamos que comenzaba la libertad en todo sentido. Yo me manejé siempre sin necesitar normas simplemente diciendo esto es así para mí y tiene que ser así. En general me manejé un poco fácilmente así. Después me di cuenta de la importancia de lo que habíamos hecho, cuando pasaban los años y se me acercaba gente y me decía: “No sabés lo que me sirvieron los sketches”.

Aún hoy las entradas a los videos subidos a Youtube de la época de Gasalla se cuentan por miles. Fueron imitados hasta el cansancio. Eran gays, eran locas, eran travestis, eran lesbianas, eran hombres vestidos de mujer que actuaban, que deliraban, que divertían y que no daban cuenta a nadie. Que no eran víctimas ni necesitaban convertirse en objetos de burla para hacer reír a carcajadas. Uno se reía con ellxs no de ellxs.

Finalmente, como en una caja de sorpresas, inesperadamente la puerta conduce a una oficina bastante amplia y muy luminosa. Allí empezamos la entrevista formalmente.

Vamos a comenzar por el presente y vamos a invertir la pregunta clásica que se le hace a un galán heterosexual cuando tiene que interpretar a un personaje gay. ¿Te cuesta interpretar a un hétero?

-No, porque todo me divierte. Actuar me divierte. Cuando me ofrecen una obra la leo, la analizo y pienso a ver cómo le entró a este personaje. Y esta obra tiene una cosa poética que es muy linda. Es lindo hacer y actuar desde otro lado. Desde la vida de este hombre que tiene una vida plena de dinero y que en principio pasa olímpicamente del amor. Hasta que en un momento choca con algo, le pasa algo fuerte y le cambia la vida. Y cuando pasa eso es lo mismo para un gay, para una lesbiana, para una trans o para un hétero. Los chicos jóvenes tienen esa libertad de no poner etiquetas ni límites. Les gusta alguien y listo. Y esta obra tiene un poco eso. Cuando Blum se da cuenta de que no es correspondido se da cuenta de su debilidad. Entonces primero se quiere vengar pero se siente tan débil que ni siquiera puede vengarse. Hasta ahora no era vulnerable. Y creo que todos somos vulnerables ante el amor. No queremos, no queremos y de repente el amor nos atraviesa y nos vulnera. 

Cuando solo le interesa el dinero y es un financista despótico Blum tiene algo también de la histeria y de la prepotencia de la loca. ¿Le vas a poner esa impronta?

-En realidad él tiene una cosa muy fuerte al principio de manejo. El mundo es Blum y nada más que Blum. Él cambia cuando lleva a su casa a vivir a las hermanas Diamond -entre las que se encuentra el objeto de su amor. Yo creo que ahí a Blum se le sale la loca. La loca como sentido de libertad. Algo lo liberó y entonces hay un ensayo y baila, ya no le importa el dinero ni las finanzas ni las acciones sino esto otro que le pasa.  

Hay algo en Blum del Cuento de Navidad de Dickens… Scrooge pasa de ser un multimillonario desalmado en un hombre con compasión. Por eso remite a la infancia. ¿Cómo fue tu infancia?

-Mi infancia fue bastante alegre. Una infancia común de una familia de clase media. Mi padre era odontólogo, mi madre falleció cuando era chico. Pero mi padre siempre quiso quedarse mucho en casa y nos dio un espacio de bastante libertad. Cuando queríamos elegir algo, él no nos decía “¡no, por acá no! Él nos dejaba hacer. Nunca me puso barrera a lo que quise ser. A mi mamá la tuve solo hasta los ocho años, hasta tercer grado y por eso, solamente hasta ese momento tengo recuerdos de una familia tradicional. Una vez que no está la madre, la familia se transforma en otra cosa. A su vez, yo tenía una hermana cinco años mayor y con ella hicimos una familia nueva y diversa. Mi hermana siendo jovencita ocupó un rol de madre -un rol que a su vez le gustaba- y yo tuve responsabilidades a muy temprana edad. Yo a los doce años ya quise te tener mi plata y eso me sirvió mucho para decir: “Quiero esto y me lo compro”.

¿De qué trabajaste?

-De muchas cosas. A los catorce años trabajé en un lugar que hacía miras. Hacía miras para medir campos. Estaba en un sótano. Tenía que poner papel contac y que no se formaran globitos. Me pagaban por mira. Pero yo no duraba tanto en los trabajos. Después empecé a estudiar teatro (primero con Lito Cruz y luego con Augusto Fernández) y ahí fue el descubrimiento de lo que yo quería que era encontrar pares o sea gente loca. Yo sabía que mi vida iba para otro lado. Y ahí había gente de lo más diversa. Una que le gustaban las mujeres, otra que le gustaban los hombres, otra que no sabía lo que le gustaba. Sin importar nada, nadie juzgaba ni te juzgaban. 

¿Cómo surge la idea de trabajar con Gasalla?

-Eso empieza cuando muere Batato. Gasalla ya había trabajado con él. Estábamos en el velorio y en un momento Antonio nos llama y nos dice “me gustaría trabajar con ustedes, que hagan unos sketch”. La televisión no era algo que nos iba. Pero era Gasalla, era humor. Pero bueno, a nosotros no nos iban mucho las estructuras ni los guiones.

¿Cómo convencieron a Gasalla de trabajar con total libertad?

-En un momento se intentó hacer cosas con más estructuras y con más guiones y no funcionó. Entonces Antonio nos dijo: “Hagan lo que ustedes quieran hacer”. Ya nos había visto con Batato cuando Batato se empezó a poner las tetas en público. Dijo “Empecemos con los sketch con los que ustedes tengan”. Entonces empezamos a improvisar y él llegaba y preguntaba ¿qué hay hoy? Y se metía en el medio como reportera a partir de lo que nosotros habíamos armado. Y funcionó.  

Gran visión la de Gasalla

-Sí. Antonio lo vio. Él entendía muy bien lo que marcaba la televisión. Esa libertad en televisión fue muy buena y tuvo un público que le encantó. Gente grande que veía a Gasalla. Familias enteras. 

¿Eran muchas veces travestis empoderados, furia travesti avant la lettre?

-Tampoco éramos los que diríamos travestis. Éramos hombres vestidos de mujer que a su vez hacían personajes de una manera seria. Era eso lo que llevó a toda esa gente que veía a Gasalla a engancharse. Porque les recordaba un cierto humor, un poco más zafado, pero de otra época. Y hacíamos un sketch detrás del otro y teníamos cinco escenografías y pasábamos de una a la otra.  

¿Y las escenografías las diseñaban ustedes?

-No pero pedíamos. Le decíamos al escenógrafo: queremos un conventillo. A veces no sabíamos ni siquiera qué íbamos a hacer.

Habrá decenas de anécdotas…  

-Me acuerdo una anécdota con esto de que muchas veces no sabíamos bien qué íbamos a hacer. Siempre nos juntábamos en casa y chupábamos. En una ocasión nos llamaron de la producción que ya teníamos que ir a grabar y no se nos ocurría nada. Y de repente vamos y resulta que eran dos actrices que vivían en una habitación de la Casa del Teatro y las venían a echar porque tenían que venir otras y siempre nombrábamos gente. Improvisamos y de repente Alejandro tuvo una de esas epifanías. Cuando Alejandro se sentía libre era increíble, empezaba a sacar cosas de no sé dónde. Lo poseyó el espíritu de esa mujer y empezó a contar como se conocieron y como fue que terminaron juntas en esa habitación por treinta años. Y que ahora eran viejas y no tenían donde irse. Y entonces se le ocurrió casi al final tirarme y tirarse por la ventana. (Risas) 

Como señalaba Edith (la periodista sensacionalista que interpretaba Gasalla): se trataba de la real realidad. Al final, la entrevistadora decía: “¡qué lástima no haber dejado una cámara abajo para que se vieran los cadáveres!” Que era la crueldad de la televisión que ya se venía. Un poco más, solo un poco más y ahí ya estaba.

El video del sketch de las actrices decadentes -imposible no pensar en las hermanas de ¿Qué pasó con Baby Jane?- se conserva en Youtube. Humberto Tortonese es Ernestina Liporachi y Alejandro Urdapilleta es Lidia Larrone. Están viviendo en un hall de la Casa del Teatro porque ya las desalojaron de la habitación para dejarle el espacio libre a María Concepción César. Todo es absolutamente delirante: el personaje de Tortonese dice estar loca y declamar y declamar a lo Berta Singerman. Lidia insiste en que ella y Ernestina son pareja. A ambas se les aparecen por las noches entes fantasmagóricos tales como Carlos Gardel, Le Pera, los Hermanos Podestá y les dan matraca. 

Evocar los sketches es entrar en un universo delirante donde caben la desmesura, la locura llevada al paroxismo y que alberga locas, marginadas y fracasadas. Frecuentemente Tortonese y Urdapilleta eran tipos ideales femeninos rivales: peleaban por un chongo en plena boda de una de ellas; competían en un programa al estilo “Jugate conmigo” o en un concurso a lo Doña Petrona para ver quién lavaba mejor los platos (Tortonese lo hacía con magistral destreza y Urdapilleta con brutal torpeza); participaban de un talk show donde si una era una académica, la otra no había terminado el secundario pero era autora de best sellers con títulos tales como “Como ser puta en un día”. Invariablemente culminaban a los golpes. 

¿Cuándo comenzaron esos finales de sketch con peleas y con Urdapilleta arrastrándote de los pelos por el piso?

-Lo de agarrar de los pelos era porque nosotros hacíamos una obra de teatro Mamita querida y ahí había revolcada. Y después comenzamos a hacerlo en los sketches una vez y a Antonio le pareció genial para terminarlos. 

¿Qué era Mamita querida?

-Mamita querida fue una obra que hicimos con Alejandro al poco tiempo de que muere Batato. Era la historia de Joan Croawford y el maltrato con la hija pero más latinoamericanizado. Mucho más, ¡hasta con un indio! 

¿Cuándo decidiste cortarte el pelo sentiste que se terminaba una época?

-Pasaron muchos años y yo usé el pelo para todo, para La voz humana… Después empecé a hacer más radio, no hacía tanto teatro, iba mucho a nadar y un día dije: “¡Basta, me lo corto!”. Y Sergio Beltrán que era el peluquero de América en el programa que hacíamos con Mariana Fabbiani, me dijo: “Córtatelo te va quedar divino”.  Y me empezó a insistir y un día vino a casa y vino gente, se llenó de gente para ver el acontecimiento. Fue el fin de algo que se usó y que tenía una energía pero que  me daba mucho trabajo cuidarlo y no me lo podía dejar para siempre.

El pelo largo de Humberto devino símbolo. Si casi queríamos y tendíamos a creer que el mechón de pelo que se entregaba al finalizar La moribunda era de su cabellera. Como si fuera una reliquia histórica, como un trozo de piedra del Muro de Berlín. Lo que es seguro es que una comunidad sintió que se terminaba una época cuando Humberto se cortó el pelo. Ya hacía muchos años que Batato había muerto por el sida. Y ya no existía el Palacio de la Risa. Luego cuando murió Alejandro comprendimos que ya no tenía sentido que Tortonese tuviera el pelo largo si ya no lo tenía a Urdapilleta para que lo arrastrara. 

¿Extrañas a Alejandro?

-Muchísimo. Extraño su potencia, su todo. Estar juntos era potenciarnos. En la amistad, en el trabajo. El último tiempo no estuvimos juntos, no nos veíamos pero fue un recuerdo de muchos años. De hacer obras de teatro, de hacer sketches, de todo.

ENCUENTROS CON LAS ESTRELLAS

Hasta Susana Giménez lo quiso en su programa. Así nació la Diputada Gasconcha. Pero, a la semana tuvo que cortar su apellido y transformarse simplemente en la diputada Gascón. Y a las pocas semanas, por pedido de la producción o de la propia diva, la política tuvo que bajar la pollera y esconder sus espléndidas piernas. Pero lo que nunca pudieron hacer es callarla.

¿Qué propondría hoy como plataforma política la Disputada Gasconcha?

-Creo que realmente en tal quilombo que hay de todo actualmente ella seguiría metida en la corrupción. Todo lo que se dice que no hay que hacer, ella lo hacía. Ese personaje era lo que la gente quería escuchar de un político que por lo menos dijera la verdad, que fuera verdadera. Que sea corrupta pero que sea verdadera.

¿Cómo surgió ese feeling en la radio con la Negra Vernaci?

-Con la Negra siempre hubo complicidad, desde el primer momento. Ella vino esa vez a una fiesta en casa y nos divertimos tanto que se quedó durmiendo hasta el día siguiente. Pasaron algunos años. Y cuando Fernando Peña se  va de la radio, me dice: ¿no querés trabajar en la radio conmigo? Yo nunca había hecho radio. Me dijo: “hagamos lo mismo que hacemos en tu casa o en una fiesta”. Cuando me dio esa consigna me convenció. Ella me enseñó de una manera increíble, me enseñó tantos años que ahora uno lo hace de taquito. Era aprender y divertirnos, y cuando yo tengo alguien como fue Urdapilleta, como fue Batato lo que ocurre es que esa otra persona te potencia a vos: sacás lo mejor de vos y el otro también de sí mismo. Ahí formás esa hermandad única y milagrosa que se da pocas veces en la vida y que tanto formé con los chicos como con la Negra.

Alguna vez que te hayas tentado y no hayas podido seguir…

-Con la Negra es constante. Lo lindo de la Negra es que yo le tiro cualquier cosa, yo hago un personaje, por ejemplo de una vieja y ella me la sigue. Nos descubrimos pensando las mismas cosas y el mismo sentido. Me complementa. Y explotamos el complemento y nos divertimos hasta que nos cansamos lo cual es algo lógico. Por eso funciona un tiempo, lo dejamos y volvemos. Nos hemos divertido en fiestas,  en todos lados.

¿Cómo fue la experiencia con Mariana Fabbiani?

-Con Mariana fue otra cosa. Como de costumbre yo no quería hacer televisión. Me iba a ir antes de empezar el programa. Y entonces apareció esa idea de pasar revista. Y me terminé quedando porque empezó a funcionar y me sentía cómodo en ese lugar y trabajaba con libertad. Me gustaba leer las noticias de las revistas y tener ese punto de vista sardónico en la televisión. Creo que al principio era el espíritu del programa RSM (Resumen de los medios). Pero después esa misma televisión fue virando hacia otros lugares y ya después no funcionó. Cuando lo único que buscás es el rating sea lo que sea no podés mantener el programa porque entonces el programa se transforma en otra cosa.

Y entonces Tortonese se fue. Justo en el límite. Antes de que El programa de Mariana se transformará en la real realidad que presagiara Edith. Un poco más, un poco más y ya estaba. Como las fotos de los cadáveres que buscaba la reportera que interpretaba Gasalla.

-La última vez que trabajamos en canal 13 justo muere Urdapilleta y entonces me empecé a replantear qué estaba haciendo. Y seguí con la radio, con el teatro.

A Blum hay un momento en el cual el amor lo atraviesa como un rayo y lo deja estaqueado en mitad del patio tal como escribió Cortázar.  ¿En qué momento sentiste que te cambió tan drásticamente la vida?

-En la vida yo no busco un cambio o que algo me cambie totalmente las cosas. Las cosas vienen y las disfruto. Y cuando vienen los momentos difíciles sé que pasan y hay que seguir. El compartir con alguien me trae todo una ilusión. A veces es amor, a veces no. A veces el amor no sabemos lo que es: es una sensación. No es amor, es delirio como dice Blum. No sé si me cambia tan radicalmente la vida. Cuando yo estoy bien con alguien eso me hace ser más productivo, estar más alegre, querer seguir adelante. Quizás si Blum hubiese logrado casarse con esa chica, su vida hubiese sido otra cosa pero suele suceder en la vida que el amor es frustrado.

 

Veinticinco minutos exactos. Me regala una sonrisa encantadora y sale por la puertita de madera para entrar a ensayar. Y sigue adelante.

Blum de Discépolo y Porter con dirección de Mariano Dossena se estrena el jueves 5 de julio en el Teatro Regio.

 

Sebastián Freire