El día después del milagro de San Petersburgo, la estación del tren principal de donde salen los trenes rumbo a Moscú sigue estando repleta de argentinos. Hay argentinos buscando las valijas que dejaron en el locker para no cargar más que con sus ilusiones a cuesta. También hay una fila enorme de camisetas albicelestes en los puestos de Free Ride, preguntando desesperados por los trenes de Moscú a Kazan para el partido ante Francia. Pero dentro de la euforia generalizada hay un hincha que está solo mirando el celular en un costado y con una sonrisa casi imperceptible. Su campera verde con el taladro en la espalda da la certeza que este pibe que está solo en San Petersburgo es hincha de Banfield. A más de 700 kilómetros, en el ICBC que la BBC tiene en las inmediaciones de la Plaza Roja, hay un hombre que tiene la misma sonrisa en la cara. Algo raro para dos personas que tienen un destino que no los cruzó y pareciera que nunca los cruzaría… Hasta hoy.
La espera de más de dos horas para que el tren número 26 “Moscow-FIFA” salga del carril 6 a las 21.50 hora rusa hizo que el mate sea el nexo conector para saber su historia. El hombre en cuestión es un pibe de la zona sur del Gran Buenos Aires que nació el 3 de febrero de 1990. Para un tipo como yo que cuenta la vida en Mundiales (porque los años de Mundial todo se recuerda más nítidamente), recién estaba en los brazos de sus papás cuando Maradona lloró en el Olímpico de Roma tras aquel recordado gol de Andreas Brehme, tras ese penal de Sensini que será eternamente discutido por todos los argentinos. En Estados Unidos, cuatro años más tarde, cuenta que recién aprendía a coordinar lo que era dar un paso con pegarle a una pelota. De Francia no recuerda mucho porque recién tenía ocho años y de 2002 no quiere ni acordarse.
El hombre que está en Moscú trabajando para la televisión inglesa nació treinta años antes que Nicolás. Y tiene una relación mucho más estrecha con los Mundiales. Quizás su mayor logro sea uno de los 27 jugadores que puede decirle a sus amigos y familia “yo fui goleador de un Mundial”. Ahí este delantero que hoy tiene tanta aceptación en su nueva función, la de comentarista deportivo, que casi que hasta se puede decir que su desempeño post fútbol es mejor que el que mostró corriendo atrás de la pelota. Quizás lo único que lo acerca al pibe de la zona sur que está esperando para volver a la capital rusa es que los dos jugaban de 9. Uno lo hizo hasta en el Barcelona, el otro hizo gritar a sus papás en el Monte Grande Football Club.
El pibe que sufre semana tras semana pensando en su querido Taladro analiza el fútbol con el color polarizándole todas las opiniones. Típico de hincha. Se enorgullece por el presente de la Colombia de James Rodríguez, pero lamenta que Arboleda no haya quedado en la lista de los que está en Rusia. Sabe que el fútbol, “y muy a mi pesar, se está volviendo cada vez más lógico en el que el que hace las cosas mejor fuera de la cancha termina, en la mayor cantidad de partidos, festejando”. Y eso lo pone mal. Pero en este hermoso día de San Petersburgo, en el que le mostró a su familia las bondades de la “Venecia rusa”, ahora sonríe. Y sonríe igual que el hombre al que en Twitter siguen más de siete millones de personas y que ama a Messi, a pesar de su ‘condición’ de argentino.
Nicolás sonríe, sin sobrar a nadie, y solamente para él. Aunque no se vea. Porque sabe que será el primer Mundial -de los que puede disfrutar y analizar- en el que no verá a Argentina caer ante el método de Alemania. Lo sufrió en el 2006, con el papelito de Lehmann en los penales; también en 2010, con el golpe del 4-0 que hizo trizas el sueño de ver a Maradona y Messi levantar la misma Copa; y se cansó de perder ante los de siempre en la final del 2014. Tras el inolvidable gol de Götze se prometió no vender sus sentimientos banfileños por los de la Selección. Pero no se cumplió. Le picó el bicho y vendiendo camisetas durante muchos meses pudo juntar unos pesos para ir a su primer Mundial. Vaya si lo está disfrutando.
Su complice en la sonrisa se quedó con la Bota de Oro que la FIFA le da al goleador en el Mundial que consagró a Maradona hasta el olimpo de los dioses. Hasta marcó el descuento del partido más festejado por los hinchas argentinos en el estadio Azteca. Cuatro años más tarde, en ese Mundial en el que Nico recién aparecía en el mundo, llegó con una Inglaterra poderosísima a las puertas de una final luego de 24 años… Pero se cruzó con Alemania, que en los penales los terminó eliminando para mandarlos a jugar el partido que nadie quiere jugar: el del tercer puesto. Ese día, el socio inesperado de ese hincha de Banfield que espera en San Petersburgo lanzó una de las frases más repetidas del fútbol moderno: “El fútbol es un deporte que inventaron los ingleses, en el que juegan once contra once, y en el que siempre gana Alemania”. Y la repitió hasta el hartazgo cada vez que esos alemanes, sin ser favoritos, se subían a lo más alto del podio, o eliminaban a algún equipo con el que él simpatizaba. Pero en Rusia la frase se fue deformando. Con Suecia apareció una nueva versión: "El fútbol es un juego simple, 22 hombres corren detrás de la pelota durante 82 minutos. A los alemanes les expulsan a un jugador, entonces 21 hombres persiguen la pelota durante 13 minutos y al final, de alguna rara manera, los alemanes siempre terminan ganando". Brillante y real. Y la gente en la red social del pajarito siempre lo espera cuando juegan los teutones.
Pero hoy en Kazan, la ciudad donde Argentina y Messi jugarán el sábado ante Francia, Corea dio el primer batacazo grande del Mundial y dejó al campeón defensor afuera en primera ronda. Un equipo ya eliminado rompió los pronósticos y la lógica dentro de este fútbol con cada vez menos sorpresas. Hoy, el fútbol fue un poco menos predecible y por eso Nicolás y Gary Lineker tienen la misma sonrisa. Una sonrisa que lleva un poco de satisfacción por una desgracia ajena que nunca pasa. Por eso, el astro inglés debió archivar una frase que por lo que dijo no usará más. A partir de ahora se recordará otra muy parecida y muy diferente a la vez: "El fútbol es un juego sencillo. Veintidós hombres persiguen una pelota por 90 minutos y al final, los alemanes ya no siempre ganan. La versión anterior queda para la historia”. Lo tuiteó y sonrió. Al igual que Nico.