“¿Cómo puede un alma no quedar ahogada por la tristeza?”, sentencia una jovencísima Juana ante la visión de dos niños hambrientos, en un pasaje temprano de El misterio de la caridad de Juana de Arco, uno de los tres “misterios” escritos en forma de prosa poética por el escritor Charles Péguy a comienzos del siglo XX. Según afirma el experto en filología francesa Javier del Prado Biezma –en la introducción a la última edición en español de la obra–, el de Péguy es un texto extemporáneo en la doble acepción del término. Por un lado, porque es difícil no apreciarlo como una obra fuera de su tiempo y, quizá, de cualquier época; por el otro, porque su relato se ubica en un fuera del tiempo absoluto, una temporalidad inconcreta que va más allá del período histórico real. Ese que abarca los primeros años de vida de un personaje histórico y de un símbolo en muchos niveles: el de esa jovencita aguerrida que luego sería bautizada como la Doncella de Orleans, antes de la famosa traición, juicio y condena en la hoguera, para finalmente alcanzar la santificación.
Algo similar, si no idéntico, puede afirmarse respecto de Jeannette, la infancia de Juana de Arco, el último largometraje de Bruno Dumont, que recorre y señala los pasajes más relevantes del libro de Péguy (un socialista convertido al catolicismo) para construir a partir de ellos uno de los films musicales más extraños y extremos de los últimos tiempos. Tal vez, incluso, de la historia del cine. Enmarcada por una tradicional ventana de proyección casi cuadrada que Dumont justifica con algo de humor y una oculta cinefilia (ver entrevista), la niña con futuro de guerrera y mártir política y religiosa se cruza, en las afuera del pueblo de Domremy, con esos dos chiquitos hambreados por la guerra. Unos minutos antes, completamente acapella, la actriz debutante Lise Leplat Prudhomme, de apenas 8 años al momento del rodaje, disparaba la primera de una serie de canciones que atraviesa casi la totalidad de la película. “Catorce años de cristianismo y aún no hay nada”, afirma con vehemencia en esas rimas, mientras levanta la mirada hacia el cielo, los pies hundidos en las aguas de un río con mucho de bautismal.
Las profundas dudas respecto de qué actitud es la correcta ante la opresión de los ingleses en tierras galas –inquietudes que, en el fondo, no son otras que cuestiones existenciales llevadas a un plano pragmático– la llevarán a “conversar” en medio de un cruce de caminos con Madame Gervaise, duplicada para la ocasión en dos seres escindidos aunque dueños de una misma individualidad. Las hermanas Gervaise –como ocurre con la totalidad del reparto– fueron interpretadas por actrices no profesionales, dos hermanas gemelas que además estuvieron a cargo de componer las melodías básicas para los temas musicales. A esa altura de la proyección de Jeannette (unos veinte minutos), con las monjitas moviendo las cabezas en una coreografía naif, el espectador ha caído en la cuenta de que el film distará mucho de las representaciones cinematográficas previas de Juana de Arco: ni el minimalismo de Dreyer, ni el ascetismo de Bresson, ni el materialismo de Rivette ni la espectacularidad de Fleming o Besson, aunque una pizca del espíritu de las tres primeras versiones asome la cabeza en diversos pasajes.
Alejándose cada vez más de ese naturalismo falso que era una marca de estilo de sus primeros títulos (La infancia de Jesús, La humanidad), Dumont lleva su empresa al límite del artificio y la teatralidad, elaborando con paciencia, y pericia técnica y artística, un proceso de registro directo del sonido durante el canto (con sus notas falsas, tonos imperfectos y gorjeos bien presentes en la pista sonora) completados luego por las grabaciones en estudio del músico de death metal Igorrr. No es casual entonces que el headbanging, el clásico revoleo de cabeza metalero, se transforme, por obra y gracia de la historia y el contexto, en un gesto de rebeldía social y político. Una seña feminista, incluso. La niña se transformará en una joven adolescente a punto de abandonar para siempre la vida en el campo, dando sus primeros pasos hacia el encuentro con Carlos VII, el delfín de Francia, acompañada por su joven tío, un muchacho que, a diferencia de la Pucelle –que alterna el metal con composiciones cercanas a la chanson y al pop adolescente–, prefiere el fraseo y el ritmo entrecortado del rap.
¿Hay algo ofensivo o blasfemo en Jeannette, la película, cuyo afiche local presenta a Juanita haciendo el gesto de los cuernos sobre su cabeza? Muy por el contrario, Dumont conversa con la obra literaria de origen y la actualiza de una manera poco ortodoxa, reconstruyendo al mismo tiempo el misterio de la construcción religiosa (mística) de esa leyenda francesa y universal. En determinadas manos, el cine es el ámbito ideal para echar nuevas y movedizas luces sobre aquello que el dogma religioso ha convertido en algo inamovible. Confirmando, de paso, que si el cine no es el Diablo –como afirmaba Jean Epstein– sino Dios, entonces Juana de Arco es una de sus santas patronas.