La esforzada vigilia cumplida por una multitud de mujeres en la noche del 13 de junio hizo posible que, a la mañana siguiente, la Cámara de Diputados de la Nación otorgara media sanción a la ley de despenalización del aborto. Un logro cuyo impacto, más allá de del eventual resultado del debate en el Senado, ha desparramado cual bola de nieve un efecto simbólico de sustantivas consecuencias sociales. Es que la fetichización del cuerpo femenino ha sufrido una dura derrota. Hoy, el sagrado lugar de La Madre con que el orden patriarcal reducía el cuerpo femenino a su eventual posibilidad de concebir, promete quedar supeditado al deseo de Una mujer. Así, un reclamo común ha hecho lugar a la singularidad. Una vez más, queda claro que: si todo lo personal es político, “la intimidad habita en un pliegue de lo público”1.
Por otra parte, lo interesante a destacar es que esas mujeres allí reunidas desafiando las inclemencias del tiempo pugnaban por una ley, instancia suprema del orden simbólico cuya figura por excelencia es el Padre. ¿Cómo es esto posible? El término hetero promete aportar indicios. En efecto, si en el orden patriarcal lo hetero queda reducido a la estereotipada acepción que brindan los cuerpos anatómicos, el costado femenino del Padre reivindica el vocablo griego para hacer de lo hetero el albergue de la diferencia: ese aspecto de la ley que hace lugar a la singularidad. Esto es: con la ley ir más allá de la ley. Desde esta perspectiva, “padre es quien –no importa su sexo anatómico– habilita a servirse del nombre, rasgo o identificación para conformar un semblante apto con que orientarse en la escena del mundo, un cualquiera que sin embargo se hace excepcional2 en su función de trasmitir un deseo: esa diferencia que, sin ser transgresión, impone un desvío respecto al marco social que ampara y rige su desempeño”.3
De allí el efecto exponencial que sobre la vida cotidiana de las personas –cualquiera sea su sexo– está ejerciendo la lucha de las mujeres por disponer de su cuerpo sin imposiciones. Al respecto, me gustaría detenerme en uno de los matices más relevantes que hacen a la composición de este vasto movimiento femenino. Es que nada más efectivo para entrever el futuro de las relaciones entre los sexos que tomar nota de la enorme cantidad de mujeres jóvenes y adolescentes en la vigilia de ese miércoles y jueves: esa versión amorosa del lazo social cuya generalizada emergencia hoy se viste con el pañuelo verde de la sororidad. Esto es, según los casos: el sostén, el respeto, la solidaridad y el cariño que las mujeres se dedican entre ellas mismas.
En efecto, no se trata de la identificación histérica que Freud supo describir en Psicología de las masas4 con el ejemplo de las mujeres en el pensionado, cuya sufriente empatía ante la decepción amorosa de una sola de ellas otorgaba sostén al Uno totalizante masculino. Por el contrario, en el interés que reunió a miles y miles de jóvenes mujeres en la fría noche del 13 de junio primó más el respeto por una singularísima e inalienable decisión que así hace un lugar a lo propiamente femenino, más allá de La Madre. Aquí es donde cobra todo su valor una definición con que Lacan subvierte por completo el significado estereotipado de lo hetero: “Llamemos heterosexual, por definición, a lo que ama a las mujeres, cualquiera que sea su propio sexo”. Desde este punto de vista, nunca tan oportuno advertir el valor que la sororidad está cobrando entre nuestros jóvenes adolescentes, sean mujeres u hombres. Vaya como ejemplo la actitud asumida por los varones de un colegio secundario, quienes para solidarizarse con sus compañeras sancionadas por usar minifalda, aparecieron al día siguiente vistiendo polleras en el aula. “Porque si los hombres pueden usar pollera sin que se los acose, el problema no está en el pedazo de la tela”, escribió una de las chicas que asiste al colegio y que mostró su satisfacción por el gesto de sus amigos. El Padre al servicio de la sororidad: un norte en el lazo social del siglo XXI.
* Psicoanalista.
1 Sergio Zabalza, Intimidados en Internet, Buenos Aires, Letra Viva, 2014, p. 23.
2 Jacques Lacan, El Seminario: Libro 22, RSI, clase del 21 de enero de 1975. Inédito.
3 Sergio Zabalza, El Lugar del Padre en la Adolescencia, Buenos Aires, Letra Viva, 2010, p. 14.
4 Sigmund Freud, Psicología de las masas, A. E. XVIII, p.