Aquarius sorprendió a todos en el Festival de Cannes del año pasado. A “todos”, en el sentido más literal del término. A los críticos y periodistas, por la potencia de un film que en casi dos horas y media narra mucho más que lo que su anécdota argumental invitaría a pensar. Al resto, porque su equipo artístico fue responsable de uno de los gestos más abierta y deliberadamente políticos que se recuerden en la Croisette. Sucedió cuando sus integrantes, con el director Kleber Mendonça Filho y la actriz Sonia Braga a la cabeza, recorrieron la alfombra roja con carteles que denunciaban, en inglés y en francés, el “robo de 54.501.118 votos” y el “golpe de Estado” que significaba el proceso que una semana atrás había desembocado en la decisión del Senado de Brasil de iniciar un juicio político contra Dilma Rouseff. Las imágenes dieron la vuelta al mundo, y desde entonces el gobierno de Michel Temer puso al realizador y a la película en la mira.

La revancha llegaría en vísperas del estreno en su país de origen, ocurrido a comienzos de septiembre, cuando Aquarius fue calificada como “sólo apta para mayores de 18 años” por sus escenas de sexo y uso de drogas, aun cuando no se vea nada más gráfico ni explícito que lo que muestra cualquier noticiero promedio. A esto se le sumó una campaña para que no representara a Brasil en la carrera por el Oscar extranjero que incluyó fuertes comentarios contra sus responsables por parte de críticos de un lado y la decisión de varios directores de retirar sus trabajos de la preselección en señal de apoyo del otro. El resultado, sin embargo, parecía escrito de antemano, y terminaría de sellarse a mediados de ese mes con la elección de Pequeno segredo, de David Schurman. 

Más de medio año después de aquella jornada en Cannes, Mendonça Filho viajó hasta el Festival de Mar del Plata para acompañar las tres proyecciones de su tercer largometraje, programado en la Competencia Internacional y con estreno comercial en la Argentina pautado para hoy. La recepción en el evento costero incluyó un vendaval de aplausos en la primera función que retumbó en el Auditorium durante diez minutos, y fue quizás el último eslabón para que el director afirme que, aun conociendo las consecuencias, “si pudiera viajar en el tiempo y volver hasta el 17 de mayo, haría exactamente lo mismo, sin más ni menos”. “Para mí y el resto del equipo fue perfecto”, dice ante PáginaI12. “Uno nunca sabe qué va a pasar cuando hace una película, sobre todo en este caso, que tiene historias mías y de mi familia, cosas que vi y escuché sobre mi ciudad”, afirma.

“Su” ciudad es Recife, donde Mendonça Filho nació, se crió y aún vive, y donde filmó su primer largometraje de ficción, el estremecedor e inquietante Sonidos vecinos, en el que la dinámica urbana aparece tironeada entre un pasado dispuesto a resistir y un presente con capacidad para arrasarlo todo desde sus mismísimas raíces. Lo mismo ocurre en Aquarius, que es también el nombre ficticio de un majestuoso edificio cuyos departamentos han sido comprados por una empresa inmobiliaria con la idea de derrumbarlos para construir un complejo habitacional de lujo. El problema es que una de las propietarias, Clara (Braga), tiene un vínculo emocional con esas paredes cargadas de historia y no hay dinero que la haga cambiar la decisión de no vender. La tenacidad resistente de ella y la obstinación de los potenciales compradores conforman un cóctel de alto poder combustible que desembocará en una guerra tan fría como silenciosa. “Escribí el guión pensando en filmarla en otro edificio, pero lo demolieron hace dos años y tuvimos que irnos a la última construcción que quedaba sobre la calle de la playa, que en realidad se llama Oceanía y está a dos kilómetros de donde vivo. En todas mis películas hay cuestiones relacionadas con el espacio urbano y, en cierto modo, con la demolición, que es un tema muy fuerte porque para mí es un asesinato. Es la extinción de un lugar que es parte, que tiene un espacio; esa amenaza es el corazón de esta historia”, dice el realizador.

–¿Por qué le interesa la cuestión del espacio urbano? 

–Porque los humanos desarrollamos nuestra vida ahí. La identidad de una ciudad es tan importante como la de las personas. Veo los lugares que hay en Mar del Plata y para mí son fascinantes porque están llenos de historias. Esto aplica no sólo a grandes espacios, porque podría decirse que el edificio Aquarius no es arquitectónicamente valioso, pero sí importante por lo que representa: es el último ejemplar de un tipo de arquitectura, de un tiempo pasado.

–En relación a ese pasado, Sonidos vecinos abría con una serie de fotografías de mediados del siglo XX, y aquí las imágenes de la historia familiar tienen un peso narrativo importante...

–Es que para mí el pasado es un libro perfecto para entender el presente, algo que la sociedad moderna parece haber olvidado. Para casi todo lo que sucede hoy hay una buena explicación en el pasado. Uno podría preguntarse por qué Clara es como es, y ahí entra en juego la tía, el vínculo con sus hijos, el cáncer, su relación con la empleada. Esto también aplica a la ciudad, como por ejemplo en el desagüe que hay sobre la playa y la divide prácticamente en dos. Es una línea imaginaria, pero tiene un peso social tan grande que parece que verdaderamente existe. En Recife se dan cuestiones de este tipo. Cuando era más joven había un cine grande en el centro en el que los homosexuales tenían que sentarse en la parte de atrás. ¿Por qué? ¿Quién definió eso? Nadie lo sabía, pero todos cumplíamos. Yo sabía que tenía que sentarme adelante por ser heterosexual, pero no había una regla.

–Qué ve en la ciudad de Recife  para usarla como marco narrativo?

–Creo que cualquier lugar puede generar una obra, una reflexión. Cuando yo era un cinéfilo joven viviendo en Brasil, existía una idea muy limitada que decía que el cine era sólo Hollywood, así que muchos directores aspiraban a llegar ahí. Pero empecé a pensar en Ken Loach en Inglaterra, los directores franceses de la Nouvelle Vague, Pedro Almodóvar en España, y me di cuenta de que uno puede escribir un guión o filmar una película en la ciudad en la que uno vive. Me gusta esta capacidad de la gente de mitificar o desmitificar algunas cosas. Entonces un cineasta de Mar del Plata debería preguntarse por qué no filmar en Mar del Plata. 

–En varias entrevistas dijo que le gustaba la idea de usar actores icónicos en situaciones o caracterizaciones distintas a las habituales. ¿Cómo dio con Sonia Braga?

–La llamé y su respuesta fue muy rápida. Quería a la Sonia Braga de 65 años. Me interesaba trabajar con esa mujer increíble, que además tiene la capacidad de parecer fuerte pero no androide o heroína, sino de carne y hueso. Muchas veces las mujeres de ese tipo en el cine son casi extraterrestres, indestructibles, y Clara tenía que ser fuerte pero también imperfecta, psicológicamente linda y fea al mismo tiempo. En ese sentido, si hablamos de la sexualidad, no es lo que uno primero ve, sino que se va descubriendo a medida que avanza la historia. Hay una escena con las amigas en la que ella está al lado de una mujer muy sexual, y para mí era muy importante que ella cumpliera ese rol para contrastar con Clara porque al rato es ella la que va a buscar su sexualidad.

–¿Es cierto que en un momento pensó en buscar a una señora en un supermercado para integrarla a la película?

–Sí, fue una idea un poco idiota que tuve por si Sonia no me respondía. Cuando empecé a pensar Aquarius no me imaginaba ni a ella ni a ninguna actriz. Imaginaba que quizás encontraría una mujer interesante en la calle, pero después me di cuenta de que era un rol muy intenso y que eso no hubiera sido posible.