Papá se queda en casa a cuidar a lxs niñxs: sobre esta idea revolucionaria surfea buena parte de Los increíbles 2, continuación de aquella otra película que hace catorce años puso en escena con un realismo inesperado el doloroso vaivén entre ser excepcional y ser común que supone hacerse madres y padres. A modo de repaso: en 2004 se estrenó Los increíbles, de Pixar, donde Brad Bird (creador de las deslumbrantes El gigante de hierro y Ratatouille) imaginó qué pasaría si los superhéroes, además de tener superpoderes, participaran de ese otro conglomerado humano que representa un poco lo opuesto a su esencia, la familia. Porque el superhéroe es pura excepción y soledad… hasta que se enamora. Los increíbles presentó a sus personajes, Mr. Increíble y Elastigirl, en la plenitud de su heroísmo, pero lxs dos justicierxs pasaron del odio al amor bastante rápido mientras combatían el crimen en las calles de una ciudad retro. La pareja del forzudo y la chica flexible saltó al matrimonio sin imaginar que en breve lxs que eran como ellxs serían prohibidos en la ciudad por los múltiples destrozos que ocasionaban cada vez que trataban de reparar algo. Así que, varios años después, la vida lxs encontró completamente transformados: él en empleado de una compañía de seguros, ella en ama de casa y madre de tres niñxs, Violet, de 14, Dash, de 11, y el bebé Jack-Jack, los dos entregadxs a la rutina de una casita en los suburbios y con el rictus de amargura y el peso de la realidad sobre los hombros como si la vida cotidiana fuera una condena a trabajos forzados. Nunca visto.
Los increíbles, aunque por supuesto remontaba esa amargura haciendo de los cinco integrantes una familia de superhéroes unida contra el mal, era una patada en las partes que cada unx considere más sensibles, porque apuntaba con agudeza a esa sensación de “¿Quién apagó la luz?” que va de la disponibilidad infinita de la juventud a la rigidez casi intolerable de la vida en familia: sin fantasía, sin aventura juntxs, la familia es invivible, es el secreto que susurró por lo bajo mientras entretenía a lxs más pequeñxs con acción y patadas. Catorce años después, Los increíbles 2 retoma a los cinco personajes de rojo en el punto exacto en el que habían quedado. Desterrados de la actividad superheroica, piden delivery en un motel y se pelean como cualquier familia menos increíble hasta que Winston Deavor, dueño de una empresa de comunicaciones llamada Devtech, contrata a Helen, a.k.a. Elastigirl, para que mediante una serie de rescates que serán televisados ayude a limpiar la reputación de lxs superhéroes y restablecerlxs en la ciudad. A partir de ahí la película se parte en dos: a Helen, en su traje superajustado y al mando de una moto sexy, le tocan las escenas de acción y la admiración pública. A Bob en cambio le corresponden la vida doméstica, el anonimato, y ese difícil arte de hacer malabares que es cuidar niñxs, ocuparse del bienestar y la comida, los deberes de Dash, las preocupaciones adolescentes de Violet y el sueño -interrumpido y vuelto a interrumpir, casi un chiste- del bebé.
Hay un momento en que las dos mitades de la película se vuelven a reunir, por supuesto, y es cuando los Increíbles funcionan otra vez como familia de “supers”. Aunque incluso entonces, el bebé que se pasan unx al otrx como en una carrera de postas sigue siendo elocuente con respecto a esa delicada estructura colaborativa que es una familia, o al menos una donde ningunx puede desplegarse en el mundo al costo de aplastar al otrx. En ese sentido, todo lo que Los increíbles y Los increíbles 2 tengan para decir sobre lxs superhéroes importa menos que lo que tienen para decir sobre algo mucho más humano y que pocas películas, de animación o no, encararon con tanto realismo: que el tiempo y el espacio no alcanzan para todxs, por más fuerte o elásticx que sea cada unx, y que armar una vida con otrxs es a veces salir a escena, ser espectacular, y muchas otras veces hacer, puertas adentro, ese trabajo invisible y cotidiano que sostiene al mundo.