Bajo la forma de una extensa carta que una ex enamorada le escribe a un extranjero, o de un soliloquio con destinatario definido, La lengua alemana trafica la narración entre fotografías, documentos oficiales y registros cotidianos, como si con el lenguaje verbal no bastara para contar el inicio, desarrollo y final de una historia de amor. En la novela, una de las primeras protagonizadas por millennials de espíritu nómade en la ficción local, la ubicuidad temporal se condice con los desplazamientos de los personajes. De un pueblo germano investido por las escrituras de Tácito a los rigores del conurbano berlinés, pasando por los misterios del barrio porteño de Flores y el azote de un paraje catamarqueño, la primera ficción de Julieta Mortati (Buenos Aires, 1984) se asienta en un principio geoliterario: viajar para contar. A partir de un pasado que no incluye a ninguno de los dos protagonistas, la travesía de la joven estudiante de Letras y periodista argentina que conoce al joven alemán recién egresado de la facultad de Derecho se inicia con el sonido tribal de una fiesta de percusión en el Planetario. Con ese latido de fondo, la historia toma velocidad. 

Más allá de los aspectos autobiográficos que los lectorxs puedan encontrar en la historia (lo que en principio no suma ni resta a la hora de la lectura), en la novela de Mortati se condensan varias especies literarias. “Es un Bildungsroman, una novela de viaje, una historia de amor y una pequeña historia del amor”, revela la autora. En simultáneo, las diferentes materias y temporalidades que cada especie reclama se modulan en una suerte de liviandad que, a medida que los hechos se vacían del archivo mental de la joven, va adquiriendo peso. La conciencia de que el sentido de esas vivencias no se parece mucho al ideal empieza a declinarse en distintos escenarios y el temor (encarnado en aves agoreras y precariedad económica a uno y otro lado del Atlántico) se hace presente. “Eso que estábamos empezando a construir ¿por qué no podía destruirse de casualidad, un día cualquiera, de repente, en un idioma desconocido, uno que todavía estábamos creando?”, reflexiona la narradora. La novela traduce esas casualidades a la lengua común de la literatura.

En Buenos Aires, donde transcurre la primera mitad de la historia (y del idilio), el joven alemán descendiente de un héroe de guerra trata de adaptarse a la idiosincrasia porteña. “Vos habías empezado a estudiar cine en San Telmo. Para cruzar la capital te camuflabas con el objetivo de esconder tu germanidad y de que nadie pudiera pensar que en ese bolso azul llevabas una cámara”, cuenta, y se cuenta y le cuenta al personaje la narradora. En Alemania, en cambio, es ella la que debe esforzarse: “Desde que había llegado a Berlín no había vuelto a ver el sol. De repente, me agarró una profunda tristeza. El sol no pertenece a este país, pensé. Yo tampoco. Acá el sol y yo somos igual de extranjeros”. Con las citas de Germania, sombrío libro de Tácito sobre el territorio alemán y las costumbres de sus habitantes, Mortati desacelera lo que en otras manos se hubiera asemejado a una oda en clave de rave al amor juvenil. 

La trama de La lengua alemana parece sugerir que, para despedirse, es imprescindible antes la creación de una segunda persona. Sin ella, las historias que se repiten o se quieren olvidar bordearían el solipsismo y la suma de anécdotas triviales. “La segunda persona me permitía cierta fuerza narrativa que la tercera no me daba. Me interesó la idea de tomar diferentes materiales y mezclarlos. Juntos cuentan algo y leídos por separado cada trama cuenta su historia”, sugiere la autora que es, además, editora del sello Tenemos Las Máquinas. Aquello que los materiales narrativos dan o pueden dar es motivo de reflexión a la hora de publicar una nueva ficción. En la novela de Mortati, la trama sentimental se acompasa con un lento movimiento de cámara sobre una ciudad de Buenos Aires tan extraña como puede ser Berlín o el pueblo natal del amante para dar, al final, la imagen de una despedida a velocidad crucero. 

La lengua alemana

Julieta Mortati

Emecé/Notanpuan