1921. Río de Janeiro
El presidente Epitácio Pessoa hace una recomendación a los dirigentes del fútbol brasileño. Por razones de prestigio patrio, les sugiere que no envíen a ningún jugador de piel oscura al próximo Campeonato Sudamericano.
Sin embargo, Brasil fue campeón del último Sudamericano gracias a que el mulato Artur Friedenreich metió el gol de la victoria; y sus zapatos, sucios de barro, se exhiben desde entonces en la vitrina de una joyería. Friedenreich, nacido de alemán y negra, es el mejor jugador brasileño. Siempre llega último a la cancha. Le lleva por lo menos media hora plancharse las motas en el vestuario; y después, durante el juego, no se le mueve un pelito ni al cabecear la pelota.
El fútbol, diversión elegante para después de la misa, es cosa de blancos.
–¡Polvo de arroz! ¡Polvo de arroz! –gritan los hinchas contra Carlos Alberto, otro jugador mulato, el único mulato del club Fluminense, que con polvo de arroz se blanquea la cara.
(Del libro Cerrado por Fútbol, Siglo Veintiuno Editores.)