Las mujeres protagonizan el escenario político mundial, y el teatro, como espejo de la sociedad, puede hacerse cargo de ello. Así sucede en Turma, texto que llegó desde Croacia, escrito por Vedrana Klepica –autora de 32 años– y que Azul Lombardía estrenó en el marco del Festival Internacional de Dramaturgia. Ubicada en un futuro indefinido y apocalíptico, y en un gélido paisaje, esta “pieza distópica” –como se la define en el programa de mano– aborda distintas formas de violencia de género y ruindades del sistema patriarcal-capitalista. La puesta estimula una mirada histórica alrededor de los temores y sufrimientos que se repiten de generación en generación.
Es una de las cinco obras que estrenan en el contexto del festival creado y curado por Matías Umpiérrez. El diálogo entre directores locales y autores de otros países ha sido hasta ahora enriquecedor. Un antecedente croata es la celebrada Mi hijo sólo camina un poco más lento, de Ivor Martiniæ, dirigida por Guillermo Cacace (2014).
La primera escena de Turma es de carácter surrealista y es oscura. Algunos quizá la asocien a la serie El cuento de la criada. Tres mujeres le explican a una cuarta por qué estuvieron en el monte toda la noche y por qué sus vestidos están manchados de sangre. A medida que el espectáculo avanza, ofrece un zoom sobre cada una de las tres, que permitirá acceder a datos de sus biografías y conocerlas más en profundidad: una intenta huir de su familia, la otra sabe que su marido está a punto de morir en la guerra, y la tercera evoca el pueblo natal de su madre y su abuela, comprado por oligarcas petroleros rusos y convertido en un centro BDSM para hombres de negocios. En esta operación, en este zoom, ya hay un indicio de un hipotético sentido de la pieza: los traumas individuales en el marco de un tejido colectivo, también traumado y traumatizante. La obra diferencia el ámbito íntimo del colectivo, pero los conecta, sin nada que se parezca a la esperanza.
“Somos las nietas de todas las brujas que nunca pudiste quemar”, suelen cantar las mujeres en las movilizaciones feministas. Turma hace cuerpo parte de esta idea, al plantear a la violencia de género como un espectro (en sentido lacaniano). Como aquello que, en múltiples formas, vuelve y vuelve, transmitiéndose de generación en generación. Tratándose la obra del futuro, parece una advertencia. Una particularidad de este trabajo es cómo combina un registro más surrealista con situaciones cotidianas, como puede ser una visita al médico o la cena de un matrimonio. En este caso, los diálogos –algunos muy originales e inteligentes– siempre rozan el absurdo.
El universo que construye Turma se monta sobre circunstancias climáticas y políticas adversas. Hace cinco grados bajo cero, hay mucho viento, nieve incluida (un ítem destacado es el diseño sonoro que recrea el clima, en todos los sentidos de esta palabra). Son tiempos de ocupación y escasean recursos básicos, como la harina o algunos medicamentos. Los hombres son explotados en las fábricas y, tarde o temprano, mueren. Las mujeres esperan. Hay persecuciones políticas y prohibiciones. La pena, por ejemplo, está abolida; como la compasión. “No lucho por mí misma”, “no me defiendo, nunca lo hice”, dicen personajes femeninos comunes y corrientes. No se alude solamente a la violencia física; hay de todo. El pasado familiar se instala como trasfondo. No es un texto simplista. En la obra también hay mujeres machistas.
En términos de actuación, es un espectáculo coral, con desempeños equilibrados aunque con pequeños desajustes por el registro ambiguo. Componen el elenco Rocío Muñoz, Laura López Moyano, Ana Garibaldi, Maby Salerno, Mónica Raiola, Mariel Fernández, Marcelo Mariño y Hernán Melazzi. Por otra parte, resultan extensas las transiciones y apagones entre escena y escena, por el reacomodamiento que el dispositivo escenográfico exige. Lo sorprendente de Turma es su rabiosa actualidad, la decisión de hacerse cargo y dar voz a la mujer. Las resonancias de un texto que llega desde una geografía lejana y entabla un diálogo intenso con este contexto, tanto por similitud como por contraste.
“El texto surgió cuando hace dos años Croacia empezó a irse muy a la extrema derecha y los organismos católicos empezaron a involucrarse en la política local, y a definir lo que es la mujer en la sociedad y la familia”, le dijo Keplica al Suplemento NO de este diario. En el contexto de origen de Turma, se avecinan posibles cambios en la legislación sobre el aborto (es legal desde 1978), entre otras cuestiones. Allí, el movimiento feminista entiende que el país retorna a sus orígenes patriarcales y que se acrecienta la violencia hacia las mujeres. Tal vez por estas razones, lo que la obra no destaca es la salida a toda la oscuridad que plantea. La que las mujeres del mundo están tratando de encontrar, juntas, en las calles.