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Desde Barcelona
Pedro Sánchez se estrenó en el Consejo Europeo y entró bien acompañado, de la mano de los mandatarios de Francia y Alemania, Emmanuel Macron y Angela Merkel, en la defensa de una gestión conjunta y más humana de la llegada de refugiados. La cumbre que tuvo lugar ayer y hoy en Bruselas reúne a los 28 líderes europeos para debatir dos temas que tienen en jaque al continente: la inmigración y la sostenibilidad económica de la Zona euro. En un momento de profunda división –entre los países de- sarrollados del norte y la llamada “periferia” del sur, entre las fuerzas progresistas y las de derecha cada vez más fuertes, entre quienes creen en la Unión Europea (UE) y los euroescépticos, entre los Estados y las naciones que quieren separarse de ellos–, la reunión de estos días no promete llegar a grandes acuerdos. Pero, al menos, supone un atisbo de respuesta a la demanda constante de organismos humanitarios de una acción política contundente para hacer frente al drama de millones de desplazados por las guerras que arriesgan sus vidas para entrar a Europa.
Mientras que desde el nuevo gobierno ultraderechista italiano se clama por el cierre de fronteras y la expulsión del mayor número posible de refugiados y desde Europa del Este –Hungría, Eslovaquia, República Checa y Polonia– se niega la colaboración con sus vecinos del sur para recibir a los migrantes, Pedro Sánchez llevó a Bruselas la intención de desarrollar una “política migratoria común basada en la solidaridad, en el respeto a los Derechos Humanos, en los seres humanos que tienen que huir de su país en busca de un futuro mejor”, tal como lo expresó esta semana tras su encuentro con el jefe de Estado francés. Después de haber ofrecido el Puerto de Valencia para el atraque del barco Aquarius con 630 personas rescatadas de las costas de Libia, el presidente socialista cobró un papel significativo en un área en la que su antecesor, Mariano Rajoy, había destacado por, entre otras cosas, ordenar las llamadas “devoluciones en caliente”, expulsiones inmediatas de aquellos que cruzaban ilegalmente las fronteras de España con Marruecos.
El presidente socialista empezó su camino hacia Bruselas una semana atrás, cuando visitó a su homólogo francés, Emmanuel Macron. Luego acudió a una cumbre informal entre 16 Estados miembro de la UE que también se celebró en la capital belga para hablar de migración y, finalmente, el pasado martes se reunió en Berlín con la canciller alemana, Angela Merkel. De todos los encuentros Sánchez salió contento, confiado en que una postura conjunta sobre la recepción de refugiados es posible y que sus propuestas consensuadas con Francia y Alemania podrán sobreponerse a las del “otro bloque”, formado por los países del Este –y ahora también Italia– a favor del endurecimiento de la política fronteriza.
De Angela Merkel, el mandatario español obtuvo su voluntad de darle mayor liderazgo a países que, como el suyo, tienen una relación más estrecha con países de tránsito para buscar acuerdos bilaterales en materia migratoria. España podría así representar a la UE en las negociaciones con Marruecos- desde donde, por ejemplo, solo en el fin de semana cruzaron 830 personas en 38 embarcaciones- y otros países directamente implicados como Italia y Grecia con otros puntos claves de Africa como Senegal o Argelia. “La responsabilidad se puede repartir entre líderes europeos, de tal forma que cada socio miembro hable con uno o dos países de origen”, explicó Merkel durante la rueda de prensa posterior al encuentro con Sánchez.
La ayuda, en cualquier caso, es mutua. A la canciller alemana el apoyo del presidente español le viene de maravillas en un momento en que su coalición de gobierno pende de un hilo, precisamente debido a discrepancias en torno al tema migratorio. Merkel necesita demostrar que no está sola en su política de acogida de refugiados (bajo sus directrices Alemania asumió el mayor número de refugiados de la UE desde que en 2015 se dispararan las llegadas). Ante la amenaza de Horst Seehofer –ministro alemán del Interior y líder de la CSU, el partido de Baviera aliado de los democristianos de Merkel– de tomar medidas unilaterales y expulsar a los refugiados, la canciller confía en hacer contrapeso con figuras como Sánchez o Macron e impedir que la ruptura en el seno de su gobierno llegue a mayores.
De su paso por París, el líder socialista también se llevó gestos alentadores. Junto a Emmanuel Macron en el Palacio del Elíseo, Sánchez escenificó la alianza de quienes creen en el proyecto europeo frente a la creciente voz euroescéptica que resuena por el continente. Los dos mandatarios se mostraron completamente de acuerdo en promover una respuesta común a la crisis migratoria, basada en la propuesta de Macron de crear “centros cerrados” en la UE donde se resuelva si los recién llegados pueden obtener la condición de refugiados o deben ser expulsados, algo no demasiado novedoso ya que en la actualidad existen centros de identificación y gestión de los trámites de las solicitudes de asilo –los denominados “hotspots”– en Grecia e Italia.
Estos espacios a día de hoy son verdaderos campos de detención superpoblados, en los que miles de personas permanecen atrapados, incluso por años, en condiciones inhumanas. La idea de los “centros cerrados de desembarco”, a la que también suscribe Angela Merkel, cosechó críticas entre las ONG por considerarla como un paso más hacia enormes cárceles de migrantes en las fronteras y Pablo Iglesias fue uno de los políticos en rechazar este plan, tal como lo manifestó en el debate del Congreso español un día antes de la cumbre europea. El líder de Podemos le recriminó a Sánchez que se intente establecer en suelo europeo “el modelo australiano, inhumano y en contra de los valores democráticos”, en referencia a los centros de ultramar que el país de Oceanía dispuso para los solicitantes de asilo y que son sujeto de numerosas denuncias por abusos.
Sánchez salió al paso de las críticas y matizó que la propuesta de Macron “está en pañales” y solo se refiere a la creación de “puertos seguros” para quienes llegan a Europa en situación de emergencia, como sucedió con el buque Aquarius y esta semana con el barco Lifeline, cuyos pasajeros tuvieron que esperar seis días en el mar hasta que el gobierno de Malta les permitió atracar. El presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, el del Parlamento Europeo, Antonio Tajani, y el primer ministro italiano, Giuseppe Conte, ayer se mostraron sin embargo partidarios de una opción más tajante, que las “plataformas de desembarco” se sitúen directamente fuera del territorio europeo y desde ahí se decida de antemano quién tiene derecho a entrar a “la tierra prometida”.