Tomando prestado el título de un film previo, dirigido por Juan Pablo Martínez y Jazmín Stuart en 2011, en Desmadre la realizadora Sabrina Farji (Cielo azul, cielo negro; Eva y Lola) se pregunta por la relación entre madres e hijas. Lo hace, tal como indica el subtítulo, de modo deliberadamente fragmentario. El eje es un autodocumental, como suele llamarse a los docs en los que los realizadores se incluyen como protagonistas. En él, Farji expone la conflictiva relación con su madre y dos hijas. A ese eje se suman otros dos hilos narrativos: una serie de flashes en los que mujeres anónimas definen su relación con madre e hija, y otra serie, en la que la realizadora entrevista brevemente a especialistas en el tema, que van desde psicólogas y estudiosas de género hasta biólogos, que se refieren al rol de madres y crías en el reino animal. No es que estas líneas narrativas perturben, pero la pregunta es si no hubiera sido preferible dedicar el total del metraje al autodocumental, que contiene algo de lo que los otros fragmentos carecen: drama en vivo.
“De 100 veces que te llamo por teléfono, 99 no atendés”, reprocha Leonor Schlimovich, alias Chochi, a su hija Sabrina, ante el estupor de ésta, que ríe de asombro. Lo de abuela Chochi es un reproche permanente, hasta el punto de que está siempre trompuda. Imperdible la escena en que durante unos cinco minutos le impugna, a una señora a la que el cronista no pudo identificar, cada palabra emitida. Los padres como espectáculo cómico son una tradición de este subgénero: recordar a los de Woody Allen en Wild Man Blues (1997) y a los de Martin Scorsese en Italianamerican (1974). Más atribulada que cómica se la ve en cambio a la realizadora, en su papel de mamá de la veinteañera Zoe y la teenager Joelle (¿no se le trabará la lengua a Sabrina Farji cuando quiere llamar a sus hijas a la mesa?). Está todo bien con Joelle, que en alguna escena abraza fuerte a su madre. El conflicto es con Zoe, que discute, refuta o se burla de todo lo que su madre hace o dice. Otra buena escena: una en la que ambas concurren a un tarotista, para ver si pueden destrabar un poco la relación. No pueden.
En su rol de hija, Farji decide llevar a todo el grupo familiar (padre no hay, como en nueve de cada diez películas contemporáneas) a Paraná, Entre Ríos, donde Leonor nació y vivió su infancia. En otro sketch involuntario, la realizadora intenta pescar en el Paraná y no puede ni desenredar el hilo sisal. Lo cual dará ocasión a Zoe, claro, de sugerir que mamá no hace nada bien. Sabrina Farji: una mujer en la línea de fuego del doble reproche. “En casa es distinta a como se muestra en público”, advierte su mejor hija-enemiga, abriendo el juego a otra clase de relaciones –entre lo visible y lo verdadero, entre el campo y el fuera de campo, entre lo documental y lo ficticio– que Desmadre también trata. A su turno, las entrevistas a especialistas no van más allá de las teorizaciones esperables, mientras que la de los testimonios es seguramente la zona más endeble del documental. Sentadas frente a cámara sobre fondo negro, las mujeres anónimas que definen en una o dos frases su relación con madres o hijas se parecen demasiado a esos “tipos” y generalizaciones con las que suele trabajar la televisión, no el cine.