I.
Una de nosotras raramente ve alguna cosa sin sentirse lo mirado. También, puede ocurrir, que una de nosotras sienta que puede ser mirada más allá de lo que cualquiera pueda ver. Pero las experiencias no le sirven para nada. Ésa es la razón por la cual a una de nosotras le gustan tanto las pinturas de Matisse.
II.
Hay un espejo frente al cual, los minotauros se comen lentamente su corazón de medianoche hasta pulverizarse el sexo.
III.
Una de nosotras podría morirse de una vez, pero como siempre pasa, una de nosotras juzga que merece una vida nueva y no obstante, una de nosotras no hace más que meter la pata y conducir la nueva vida hacia la más deslumbrada transparencia.
IV.
Uno de nosotros ha de volver con sus huesos a la memoria del cuerpo y la noche temblará jubilosa. Nada de fotos íntimas en la portada del diario. Uno de nosotros cree que deberían estar prohibidas las noticias pero igualmente consume la exhibición del dolor y la sangre. El alma humana es una bomba de tiempo. Sin embargo, mientras uno de nosotros pague los impuestos y calce sus zapatos habrá paz en el living de la casa, aunque no haya amor en el mundo.
V.
Y una de nosotras no tiene más que ese momento aniquilado. Incluso aquel error. Incluso aquel gesto insignificante. Porque en ese momento una de nosotras que hasta entonces había mirado con los ojos, había caminado con los pies y había espantado el alma con las manos, se orienta hacia lo diametralmente opuesto, como una corriente cálida atravesando de lado a lado todo el invierno. Entonces, en lugar de escapar corriendo, en lugar de emprender la huida en puntas de pie, una de nosotras se arranca las puntas de los pies y entra levitando a su propia vida.
VI.
Uno de nosotros dice que se ahogó, como Sansón, en un rodete de su propio pelo. Dice que, como una reina loca, aulló desnudo y solo en una noche sobrehumana.
VII.
Y una puede pensar que la culpa es suya, por haberse acostado con el lobo, porque sabe que ese desastre no pudo haberse hecho con otro precio. Pero la palabra morir no es exacta, porque la muerte, en este caso, ha existido tan levemente que es mucho menos que indiferenciable, y una se confunde con el lobo.
VIII.
También, uno de nosotros podría elegir no morir. Apenas si existe, por momentos, la diferencia entre el morir y el no morir. Pero el no morir nos arroja nuevamente a la vida.
IX.
Uno de nosotros, en sus horas profanas de bestia anónima, ejerce el oficio de sonámbulo y de transparente. Desacostumbrado ya del aleteo que lo lleva a sucumbir como un hombre, apenas si logra rememorar aquellos momentos en que el minotauro gozó la luna tanto como quiso.
X.
Qué broma cuando uno de nosotros nunca se decide a hacerse hombre. Uno de nosotros tiene que ser sutil, tiene que reservarse los calificativos porque de lo contrario uno de nosotros sería tan ínfimo que ni siquiera podría emparentarse con el último aullido del último lobo.
XI.
Naturalmente, aquí no está la verdad, pero a veces una pone la cabeza en la boca del lobo como un hábito adquirido. Sabe que la cabeza del lobo no es un lugar seguro, sabe que será irremediable el desgarrón, la corredera de sangre, pero se mete de lleno precisamente porque una lo sabe, porque lo conoce. Y es más fácil sentir otra vez el desgarrón conocido, que frenarse. Hay cierta seguridad establecida.
XII.
Uno camina por los bordes de un círculo. Uno camina como paseante, no se sumerge en lo profundo. Uno está perdido.
Uno queda al margen de su propia vida y nadie lo sabe pero a uno lo tratan como si todos lo supieran.
XIII.
De vez en cuando, una cree que sabe a quién tiene delante del espejo. Pero una no es ésa. Y una recién lo sabe cuando se encuentra desnuda en otro espejo, rodeada por brazos que no se mezclaron en el solvente del mundo, o que, como una, están tratando de recuperar la luz interna.