El mayor problema que vislumbra el equipo económico para lo que resta del año es el faltante de 10.800 millones de dólares para cumplir con los pagos de la deuda. De los 15 mil millones de dólares que envió hasta ahora el FMI, 7500 millones son para cerrar la brecha fiscal e intervenir en el mercado de cambios, mientras que otros 5500 millones deben reforzar las reservas de libre disponibilidad del Banco Central que el organismo considera debilitadas, por lo que quedan solo 2000 millones para atender vencimientos. Para el 15 de septiembre y el 15 de diciembre están pautados otros dos desembolsos del Fondo Monetario por 3000 millones de dólares cada uno. Sin embargo, la imposibilidad del Gobierno de detener la hemorragia de divisas para formación de activos externos –lo que antes se llamaba dólar ahorro o dólar para atesoramiento– forzaría a las autoridades a destinar esos recursos a abastecer esa demanda. Como se indicó en esta columna la semana pasada, la fuga de divisas entre enero y mayo que informó el BCRA fue de 13.602 millones de dólares, lo que proyectado al mismo ritmo hasta fin de año arroja una salida adicional de 19.040 millones. La experiencia de los dos años y medio de Cambiemos en el poder demuestra que cada vez que se produjo una disparada del dólar, las compras del público también se catapultaron. En mayo fueron 4616 millones de dólares en términos netos. Junio anotará cifras similares. En conclusión, las fuentes de dólares a las que puede echar mano el Gobierno en este momento no alcanzan para cubrir los requerimientos de divisas del mercado y para la amortización de la deuda. Hay un agujero cercano a los 15 mil millones de dólares. A esto se suma el déficit comercial record, en torno a los 9000 millones de dólares proyectados para el año, y otro tanto en turismo y gastos de argentinos en el exterior. La contundencia de las cifras explica por qué el anuncio de un crédito del FMI por 50.000 millones de dólares, el aumento de la tasa de interés de las Lebac al 47 por ciento, la suba de los encajes bancarios para la compra de Lebac, la imposición a los bancos a desprenderse de divisas, el reemplazo de Federico Sturzenegger por Luis Caputo en el Banco Central, las subastas de 100 a 450 millones de dólares diarios y la recategorización de Argentina a mercado emergente no lograron regenerar la confianza y el dólar sigue volando como si nada. Como en la película Sexto Sentido, todos saben que el esquema que montó el gobierno de Mauricio Macri desde diciembre de 2015 está muerto y ya no alcanza con blindaje mediático ni consejos de Durán Barba para darle apariencia de vida. Solo resta que el Presidente lo asuma.
Eso lleva a una segunda evidencia: el Gobierno deberá terminar con la avalancha de importaciones, tendrá que cortar el flujo de gastos de argentinos en el exterior, estará forzado a regular las compras de moneda extranjera en el mercado cambiario y no podrá mantener la libre entrada y salida de capitales especulativos. De lo contrario, el dólar seguirá subiendo y la crisis se tornará incontrolable. El fantasma que aparece en el horizonte cada vez con mayor nitidez es el riesgo de default. Macri, sin embargo, insiste en atribuir la crisis al déficit fiscal. Y promete ajustar a una economía en shock por la devaluación y la aceleración inflacionaria, después de un contundente paro general. Del déficit record del sector externo, ni palabra.
–“¿La corrida contra el peso terminó?”
–“Creo que puede parar con este nivel de tasas en 40 por ciento. Tal vez haga falta un poco más pero ya estamos casi diría. Lo importante es cómo sigue para adelante. El Banco Central no tiene que vender más dólares ya. No tiene que arrancar otra vez el mismo proceso que culminó en la corrida. Si dejan nuevamente el tipo de cambio en este nivel por un período de meses otra corrida ocurrirá más adelante, y con más intensidad”.
–“Pero la inflación entonces no bajaría”.
–“Entendamos algo. La Argentina hoy tiene problemas más serios que la inflación. No podemos tener otro default y eso es mucho más primordial. Argentina creció muchos años con inflación alta. Quiero que se me entienda bien: no es que subestimo la cuestión inflacionaria a la que dediqué gran parte de mi trabajo de investigación. Pero el país hoy está ante problemas más importantes que corregir precios relativos”.
Las preguntas son del periodista Ezequiel Burgo del diario Clarín, en un reportaje que le hizo al economista ortodoxo Roberto Frenkel el 6 de mayo pasado. Frenkel fue un miembro destacado del equipo económico de Juan Vital Sourrouille en el gobierno de Raúl Alfonsín, cuyo plan económico terminó en la hiperinflación de 1989. Lo que planteó en esa entrevista, más allá de su expectativa frustrada de detener la corrida con la tasa de interés al 40 por ciento (en ese momento el dólar cotizaba a 22,30 pesos), es que el partido que debe jugar el gobierno de Cambiemos, llegada esta instancia de fracaso sin miramientos de su estrategia económica, es evitar la insolvencia de pagos. Tuvo el mérito de ser el primero en decirlo con todas las letras.
Ahora que ya nadie se atreve a tapar el sol con la mano aparecen más descripciones descarnadas del proceso en marcha. Alejandro Tagliavini, del Center on Global Prosperity, de Oakland, California, escribió ayer en Ambito Financiero un artículo bajo el siguiente título: “Pareciera que finalmente empezó el estallido”. Allí advierte que “más que recesión, quizás tengamos una importante y sostenida caída de la economía en general” en los próximos meses. Guillermo Calvo, a quien se le atribuye haber anticipado la crisis mexicana de 1994, también sostuvo que la economía nacional caerá en un pozo profundo: “Los déficits gemelos (fiscal y en cuenta corriente) y los errores de política económica cometidos recientemente ponen a la Argentina en una situación muy vulnerable”, alertó. “La experiencia me lleva a pensar que es muy probable que la economía entre en una marcada recesión: no podría descontar una caída del producto de al menos dos por ciento en los próximos meses”, agregó. Desde el mismo enfoque ortodoxo, el ex integrante del equipo económico de José Luis Machinea en el gobierno de la Alianza, Guillermo Rozenwurcel, escribió lo que sigue esta semana en Clarín: “El proceso de corrección actual -de magnitud y duración todavía desconocidas- hará que el segundo semestre de este año y, casi seguramente, el primero del año próximo sean de recesión y aceleración inflacionaria, en un contexto de alta conflictividad social”. “Desde esta perspectiva -siguió- el acuerdo tendrá un alto costo para Argentina. Fija metas macro muy difíciles de lograr, subordina la política económica a un férreo control del FMI y deja la economía sumamente debilitada. Más aún, no contempla ninguna medida paliativa para el caso de un agravamiento de la recesión. Por el contrario, establece que si la recesión afecta los ingresos fiscales, deberá reducirse aún más la inversión pública”. Por último, el economista de la ultra liberal Universidad CEMA ataca con dureza la política económica y dice que “el horizonte sigue negro”. Entre sus pronósticos, sostiene que “teniendo en cuenta el valor del tipo de cambio futuro a diciembre de este año, la inflación al finalizar 2018 no podrá ubicarse por debajo del 40 por ciento anual”. Ni 30 ni 35, 40.
La gran apuesta de Cambiemos de lograr el éxito de su política económica a partir de la regeneración de la confianza tras la noche populista, como se ve, la perdió en toda la línea.
En resumen, para expresarlo de modo más poético, como lo escribió el Flaco Spinetta en La bengala perdida: “Tu jeep no arranca más, ni siquiera un milagro lo haría salir, del barro no volverá”.