-Hola, Antón. ¿Cómo estás? Soy Javier Lanza, un periodista argentino.
-Hola, me dijo Santiago que me ibas a escribir. ¿Qué quieres específicamente?
-Me gustaría hacerte una entrevista para hablar un poco de lo que viven las personas homosexuales en un país tan abiertamente homofóbico como Rusia.
-Ok. No hay problema, pero primero quiero confirmar que eres periodista y quiero saber cuál es el foco de tu entrevista. Mandame una foto de tu credencial.
-Ahí fue Anton.
-Ok. Dejame hacer una videollamada para saber que no perteneces a ningún grupo.
Recibí la videollamada de Anton enseguida. Solo activo mi cámara. Me pidió que le muestre la credencial para demostrarle que soy periodista y así poder darme el sí final. Duró exactamente 12 segundos. No habló. Solo me miró mostrarle la credencial. Y cortó.
-Está bien. Te espero a las 16 en las escaleras de Mendeleevskaya.
Eran las 15.10 y la distancia entre el lugar donde yo estaba y Anton me esperaba era más o menos de unos 45 minutos. Así que agarré la mochila y salí. Después de quince días en Rusia, y en el día que se festeja el Orgullo Gay, había podido cerrar uno de los objetivos periodísticos del viaje: entrevistar a un homosexual para que me cuente cómo es su día a día en un país que no los deja ser libre. No están penados por el Estado, pero si por la sociedad, que todavía no entiende -como en muchas otras partes del mundo- en el amor entre dos personas del mismo género.
Llegué a la estación. Son las 16.01. Llega un mensaje de Anton. “Estoy del lado de afuera de la estación, enfrente de una cafetería. Estoy con una remera negra y voy a tener el celular levantado”, dice. Imposible no reconocerlo cuando exactamente enfrente de la salida principal de una de las 212 estaciones del Metro de Moscú está ese rubio desgarbado, esperando que fueran a su encuentro. Crucé, me saludó cordialmente y justo en ese momento llegó Santiago, el contacto que me había permitido llegar a su contacto.
Apenas se sienta en la única mesa del local de comida rápida que había disponible, Anton nos cuenta que es oriundo de Mursmansk, una ciudad ubicada en el noreste ruso, que está cerca de Noruega y Finlandia. También nos cuenta que estudiaba allá y que se vino a Moscú a ganar más dinero. El relato sigue diciendo que es periodista, que trabajó en una televisora local, pero cuando empezó el tema de la censura por parte del gobierno dejó todo y empezó en esta organización que protege a la comunidad LGTB con abogados para cuando ocurre alguna violación de los derechos ciudadanos. Reconoce que al comienzo no era el trabajo que vino a buscar a Moscú, pero que cada día le gusta más lo que hace.
-¿Tenés miedo de decir que sos gay en Rusia?
-Sí, tengo miedo. Sé que es muy peligroso decirlo porque hay mucha gente agresiva en Rusia en contra nuestra. A mí no me pasó nunca nada grave, pero sí conozco casos de discriminación severos que terminaron con gente muy lastimada en un hospital por culpa de la homofobia. También hubo demasiados casos en los que golpearon a miembros de LGTB en manifestaciones públicas y ese es un claro mensaje del Gobierno. Hay personas que tienen problemas en sus trabajos, por eso no dejan clara su condición sexual abiertamente.
-¿De qué es lo que más se tienen que cuidar?
-Hay grupos ‘fakes’ que crean perfiles falsos en Tinder y se meten a buscar gays para después de conectar y de chatear te citan en un lugar para ir a atacarte en grupo. Lo que hacen es poner fotos del menor del grupo o del más apuesto para que hagamos match. Después te citan en un lugar y una vez que fuiste te atacan. Por eso hay que tener cuidado. En cada pandilla que hacen esto de pegarle a los gays.
-¿Pero hay una manera de que ustedes se den cuenta de que están por caer en una trampa?
-No es fácil darse cuenta cuando te quieren engañar, pero siempre que chateas con alguien y te invita a conocerse rápidamente, apenas comenzaste a chatear hay que tener cuidado. En la organización en la que trabajo tenemos un libro de las cosas de las que tenés que tener cuidado. Cuando me citan en un lugar, siempre trato de estar seguro de que alguien de mi entorno más cercano sepa dónde estoy y con quién me voy a ver. Trato de que sea en un lugar público, pero no se puede andar demostrando libremente que eres gay. Puede no pasar nada, pero yo no me arriesgo.
La charla es eso. Una charla. Las preguntas decantan solas ante una problemática notoria en un país en el que la comunidad LGTB lucha mucho por sus derechos. Anton cuenta que ha tenido suerte, con ese inglés por demás rústico y sin conectores entre sus palabras, y que solo una vez tuvo miedo de que le pasara algo grave. “Fue después de tener una relación ocasional. Fui a la casa de un hombre, tuvimos sexo y cuando quise salir de su casa me quería obligar a que le pague por haber tenido sexo conmigo. Me dijo que si no le pagaba llamaría a la policía y después llamó a sus amigos para que me vengan a golpear. Por suerte pude zafarme y fui a lo del vecino a que me esconda ahí. ¿Quieres saber cuál fue mi venganza? Le dije que su vecino era gay y que acababa de tener relaciones con él”.
En los tiempos de la URSS era ilegal tener relaciones homosexuales entre hombres. Era penado hasta con cárcel. Desde que en 1991 se creó la Rusia que conocemos actualmente esa ley proscribió por lo que el Estado no te pena por ser homosexual. “Pero la sociedad sí”, señala Anton al terminar de explicar un poco las leyes.
-¿Crees que cambiará en algún momento este panorama?
- Putin está en contra de los gays y nos considera enemigos dentro del país. Encontró enemigos públicos dentro de la comunidad gay. En Rusia hay gente homofóbica como en el resto de los países del mundo. Pero acá en Rusia quizás es más notorio públicamente. Igualmente la llegada de Internet hizo que el informarse sobre todos los temas sea mucho más sencillo que antes, sobre todo para los más jóvenes. Antes se socializaba solo en tu grupo de amigos, hoy puede hacerse un poco más abiertamente.
-¿Cómo fue el momento en que asumista que eras gay?
-Me di cuenta hace relativamente poco. Tengo 28 años y empecé a salir con chicos hace tres años. Lo más duro de descubrir que me atraían los hombres fue el momento en el que le conté a mi mamá. Teníamos una relación muy cercana. Pero cuando se lo conté yo lloraba desconsoladamente pensando que estaba haciendo algo malo y ella solamente se reía. Pensé que me entendería, pero al contarle las primeras salidas homosexuales me hizo caras que me dieron el indicio de que ya no le causaba tanta gracia y, entonces, decidí no contarle más nada sobre mi vida personal. Antes de ser homosexual nuestra relación era super abierta, pero todo cambió. Hoy mi relación no es una de madre a hijo. Solo nos decimos “te amo, o ten cuidado”. Está prohibido tácitamente hablando de LGTBI en mi casa, solo de temas superficiales.
El destino quiso que la entrevista con Anton se diera en el día Mundial del Orgullo y la pregunta fue inevitable. “¿Cuándo creés que en Rusia la comunidad LGTB podrá salir a las calles libremente a festejarlo?”. Su respuesta lo dejó muy claro. “No lo sé. Creo que será en mucho tiempo. El último día del trabajador (1 de mayo) hubo varios grupos de LGTBI que salieron a la calle a celebrar su día del trabajador con las banderas gays y fueron reprimidos, y encarcelados. Para celebrar el día de hoy falta mucho, pero no me importa eso porque hay peleas mucho más importantes que esa. En pequeños pueblos hemos intentado celebrar el día del orgullo gay, sin el apoyo del gobierno y lo único que logramos es que metan en la cárcel a todos. Eso genera un clima de odio ante la comunidad homosexual”.
La charla llega a su fin porque Anton debe volver a su oficina a seguir peleando por sus derechos, y el de los suyos. Pero antes de cruzar las calles y de posar para la foto correspondiente me dijo algo que me quedará grabado para siempre: “¿Sabes lo que le diría a un jovencito o jovencita que descubre que es homosexual? Le diría que si no te importas vos mismo, no le vas a importar a nadie”. Y con una sonrisa, la misma que tuvo durante toda la entrevista, se dio media vuelta y se fue. A seguir peleando.