“¿Por qué viniste a los Estados Unidos?” Ésa es la primera pregunta del cuestionario de admisión para los niños indocumentados que cruzan solos la frontera. El cuestionario se utiliza en la Corte Federal de Inmigración, en Nueva York, donde trabajo como intérprete desde hace un tiempo. Mi deber ahí es traducir, del español al inglés, testimonios de niños en peligro de ser deportados. Transcribo en inglés sus respuestas, hago algunas notas marginales, y más tarde me reúno con abogados para entregarles y explicarles mis notas. Entonces los abogados sopesan, basándose en las respuestas al cuestionario, si el menor tiene un caso lo suficientemente sólido como para impedir una orden terminante de deportación y obtener un estatus migratorio legal. Si los abogados dictaminan que existen posibilidades reales de ganar el caso en la corte, el paso siguiente es buscarle al menor un representante legal.
Pero un procedimiento en teoría simple no es necesariamente un proceso sencillo en la práctica. Las palabras que escucho en la corte salen de bocas de niños, bocas chimuelas, labios partidos, palabras hiladas en narrativas confusas y complejas. Los niños que entrevisto pronuncian palabras reticentes, palabras llenas de desconfianza, palabras fruto del miedo soterrado y la humillación constante. Hay que traducir esas palabras a otro idioma, trasladarlas a frases sucintas, transformarlas en un relato coherente, y reescribir todo eso buscando términos legales claros. El problema es que las historias de los niños siempre llegan como revueltas, llenas de interferencia, casi tartamudeadas. Son historias de vidas tan devastadas y rotas, que a veces resulta imposible imponerles un orden narrativo.
“¿Por qué viniste a los Estados Unidos?” Las respuestas de los niños varían, aunque casi siempre apuntan hacia el reencuentro con un padre, una madre, o un pariente que emigró a Estados Unidos antes que ellos. Otras veces, las respuestas de los niños tienen que ver no con la situación a la que llegan sino con aquella de la que están tratando de escapar: violencia extrema, persecución y coerción a manos de pandillas y bandas criminales, abuso mental y físico, trabajo forzoso. No es tanto el sueño americano en abstracto lo que los mueve, sino la más modesta pero urgente aspiración de despertarse de la pesadilla en la que muchos de ellos nacieron.
Las preguntas cinco y seis del cuestionario son: “¿Qué países cruzaste?” y “¿Cómo llegaste hasta aquí?”. A la primera, la mayoría responde “México” y otros también incluyen “Guatemala”, “El Salvador” y “Honduras”, dependiendo de donde haya empezado el viaje. A la segunda pregunta, con una mezcla de orgullo y horror, la mayoría dice: “La Bestia”.
Más de medio millón de migrantes mexicanos y centroamericanos se montan cada año a los distintos trenes que, conjuntamente, son conocidos como La Bestia. Se sabe que a bordo de La Bestia los accidentes –menores, graves o letales– son materia cotidiana, ya sea por los descarrilamientos constantes de los trenes, o por caídas a medianoche, o por el más mínimo descuido. Y cuando no es el tren mismo el que supone un peligro, la amenaza son los traficantes, maleantes, policías o militares, que a menudo intimidan, extorsionan, o asaltan a la gente que va a bordo. “Entra uno vivo, sale una momia”, se suele decir sobre La Bestia. Algunas personas la comparan con un demonio, otras con una especie de aspiradora que, desde abajo, si te distraes, te chupa hacia el fondo de las entrañas metálicas del tren. Pero la gente decide, no obstante los peligros, correr el riesgo. Tampoco es que tengan muchas alternativas.
La pregunta siete del cuestionario para menores dice: “¿Te ocurrió algo durante tu viaje a los Estados Unidos que te asustara o lastimara?”. En la primera entrevista con el intérprete, los niños rara vez entran en detalles particulares sobre experiencias de este tipo (...) Lo que les ocurre durante el viaje, en México, es casi siempre peor que cualquier cosa.
Violaciones: el 80% de las mujeres y niñas que cruzan el territorio mexicano para llegar a la frontera con EE.UU son violadas en el camino. Las violaciones son tan comunes que se dan por hecho, y la mayoría de las adolescentes y adultas toman precauciones anticonceptivas antes de empezar el viaje hacia el norte.
Secuestros: en 2011, la Comisión Nacional de Derechos Humanos de México publicó un informe especial sobre casos de secuestros de migrantes, en donde reportó la escalofriante cifra de 11.333 víctimas de secuestros ocurridos entre abril y septiembre de 2010, un periodo de solo seis meses.
Muertes o desapariciones: aunque es imposible conocer la cifra real, algunas fuentes estiman que desde 2006 han desaparecido más de 120 mil migrantes en su tránsito por México.
Estos fragmentos pertenecen a Los niños perdidos, un ensayo en cuarenta preguntas (Sexto Piso), el libro de la mexicana Valeria Luiselli sobre los menores migrantes en EE.UU. que desde hace pocos meses se distribuye en nuestro país con prólogo de Jon Lee Anderson. Y que acaba de adquirir una repentina y desdichada vigencia.