Hace unos días, en los minutos previos al arranque de Argentina-Islandia en Rusia 2018, a no pocos les llamó la atención la remera que lucía Diego Armando Maradona, presente en el estadio. De lentes negros y en constante arenga hacia los jugadores, el Diez exhibía orgulloso su casaca con el conocido logo del ‘78, aquel de las franjas verticales sosteniendo en la cima una pelota, que para no pocos quedó cristalizado como símbolo del “Mundial de Videla”. Hay motivos justificados para esta asociación: efectivamente Videla gobernaba a sangre, perversión y crimen aquellos años de terrorismo de estado; y la selección de Menotti, Passarella y Kempes ganó el título del mundo, el primero para el país, bajo ese contexto. Pero aquel famoso logo tiene un origen anterior: fue un diseño confeccionado en realidad varios años antes, durante el tercer gobierno de Perón, que buscó emular los famosos brazos en alto del líder justicialista. Al punto de que la dictadura hasta evaluó reemplazarlo por considerarlo contaminado de connotaciones peronistas.

Xavier Martín
Matías Bauso, autor de 78, historia oral del mundial.

“Carlos Lacoste, hombre de Massera y titular del EAM, ente a cargo de la organización del Mundial, intentó cambiar el logo durante los primeros meses de asumida la Junta hasta que la FIFA le dijo: ‘No, mire, ya están los derechos vendidos, tiene que ser ése’. Y ahí quedó. Pero no se habló más de las manos de Perón”, explica Matías Bauso, autor de 78, historia oral del Mundial, un monumental libro de mas de 800 páginas con un impresionante y metódico trabajo de archivo, donde a través de documentos y testimonios de época se recuperan historias olvidadas como la del logo mundialista. “Organizar un mundial y eventualmente ganarlo era un anhelo postergado durante casi 50 años, durante los cuales siempre se falló en la obtención de la sede y cundió el pensamiento mágico de que éramos los mejores del mundo pese a que no lo comprobábamos casi nunca. Entonces se hace imposible explicar el Mundial sin la dictadura, pero también explicarlo sólo desde ella”, remarca Bauso, cuyo trabajo no se tapa los ojos ante la utilización que la dictadura terminó haciendo del Mundial, pero sí permite repasar algunos lugares comunes que pasaron a considerarse como verdades asociadas a aquellos días. 

Por ejemplo: que hacer el Mundial fue una decisión del gobierno militar (no: la sede fue otorgada a la Argentina mucho antes, a mediados de los sesenta, y las primeras obras las ordenó hacer Isabel Perón); que el Mundial permitió tapar en el exterior los crímenes de la dictadura (dado el efecto amplificador del evento, la opinión pública europea empezó a prestarle atención e incluso a organizar las primeras campañas de boicot); que las manifestaciones en todo el país surgidas al finalizar cada partido fueron planeadas por la dictadura (en realidad, el fenómeno los tomó de sorpresa y en un principio hasta lo miraron con desconfianza, por considerarlo de raigambre populista y por ende peligrosa); que estaba prohibido criticar a Menotti o al equipo (para nada: tanto el DT como varios jugadores sufrieron encarnizados cuestionamientos durante los años previos y hasta bien entrado el Mundial, que sólo se acallaron cuando se logró el título); que el equipo fue beneficiado por los árbitros dada su condición de local y por miedo a una dictadura sangrienta (no: Argentina sufrió fallos arbitrales en la misma o similar medida que los demás y desde la FIFA no se observaron favoritismos particulares); que la salida de Maradona provocó polémica y quejas generalizadas (no: el clamor era por el Beto Alonso y antes por J.J. López o Pernía, el aguerrido lateral de Boca); que Argentina ganó el torneo y la final con Holanda gracias al doping y un control posterior nada estricto (en realidad por esos años en el fútbol internacional el doping se había generalizado, con denuncias contundentes en el caso justamente del fútbol holandés, y en todo caso lo que estuvo es a la altura de la época). Y así. 

“Mucho de lo que se cree saber sobre el Mundial 78 es erróneo. No se ajusta sobre lo sucedido”, escribe Bauso en el arranque del libro, que por otro lado no se priva de analizar otras situaciones de resolución menos tajante como la real significación de aquellas manifestaciones populares (¿implicaron un verdadero apoyo a la dictadura en un irreflexivo cóctel de fútbol y nacionalismo exacerbado?). También la famosa goleada 6 a 0 contra Perú que hoy casi que se da por fraudulenta cuando no hay evidencia taxativa: Bauso ahonda en el análisis y no clausura las dudas, aunque sí desestima mitos aledaños como la supuesta entrega de un cargamento de trigo al estado peruano que, argumenta, nunca existió. “Yo creo que, más allá de los mitos refutados, lo que aporta el libro respecto al Mundial en general es poder reabrir la discusión”, dice Bauso tras cinco años de dedicación y escritura. “En ese sentido, no intenta ser un trabajo definitivo sino mostrar cómo este Mundial puede mostrar distintos planos o matices o incluso contradicciones que impiden que tengamos un relato cerrado”. 

TIREN PAPELITOS

En las más de 800 páginas del libro de Bauso hay lugar para todo y para todos. Por ejemplo, para el lío y las eternas colas por conseguir las entradas, con gente acampando en sillas playeras y armadas de termos, frazadas, bolsas y comida, postales hasta ese momento inéditas para un partido de fútbol. La insólita censura de Avivato, tradicional tira cómica de Lino Palacio en La Razón, que dejó de salir por considerarse “una mala imagen del porteño”. El misterio de la renuncia de Carrascosa, un jugador símbolo en el esquema de Menotti que, a la manera de un Bartleby, se alejó sin dar demasiadas precisiones poco tiempo antes de conseguir la gloria. 

Es especialmente apasionante la reconstrucción de una las controversias de la época: el lugar que se le dio en la prensa a la rivalidad Menotti-Toto Lorenzo. Una parte del periodismo apoyaba e impulsaba a Lorenzo, técnico de Boca, que era el hombre del momento. Tan lejos se llegó que la disputa alcanzó un clímax hoy inimaginable: la Selección nacional jugó un amistoso insólito en el torneo de verano de Mar del Plata, con Gatti atajando para Argentina. El legendario periodista Carlos Juvenal aparece citado diciendo, en 1977: “Ha ido cobrando cuerpo y agresividad la polémica que enfrenta a Lorenzo con Menotti como adalides de dos opuestas concepciones futbolísticas. La frase de Lorenzo, un gol y a cobrar, que no me vengan a hablar de toque ahora, dicha después de la final del Nacional en el 76 contra River, no fue un tiro por elevación a Menotti, fue directamente un disparo a quemarropa. Menotti aparece como el arquetipo del lirismo. Lorenzo estaría personificando el realismo absoluto”.

   También aparecen, por supuesto, los controvertidos relatos oficialistas de José María Muñoz y la polémica alrededor de los “papelitos”, con el Clemente de Caloi imponiéndose al aseo y las conductas “civilizadas” alentadas por Muñoz y la Junta. Caloi recuerda en el libro, en un testimonio rescatado a partir de fuentes gráficas: “Desde un tiempo  antes, una campaña muy agresiva por televisión aconsejaba a los hinchas no empujar a los turistas, a los taxistas, no cobrar de más, en fin, cosas que hacen los ladrones en todas partes del mundo. Nos trataban a todos como inadaptados. El subtexto de eso era acá son todos unos hijos de puta, pero que no se note. Era una campaña muy agresiva, en radio, en televisión, en la prensa, bien organizadita por la Secretaría de Difusión Pública. Agregado a eso, por la de él, Muñoz decía: No hay que tirar papelitos. Porque ensucian la cancha y vamos a dar la imagen de un país sucio. Como si la suciedad estuviera ahí. Y yo me decía, ¿dónde está la gente? Porque el fútbol no son sólo los jugadores, es todo, es el marco, los cantitos, y también el botellazo, es cierto. Es la participación activa y creativa de la hinchada, que tiene como rasgo distintivo el tirar papelitos cuando sale su equipo. Esa es una emoción muy grande, es más que el aplauso. Entonces empecé con Clemente una campaña que decía que había que tirar papelitos”. 

   Es extenso el episodio dedicado a la olvidada música oficial compuesta nada menos que por Ennio Morricone y luego opacada por la esquemática marcha oficial y el cantito “Vamos, vamos Argentina, que esta barra quilombera...” que debutó aquel año en las tribunas. Y también el de la recordada ceremonia inaugral, realizada con chicas y chicos de colegios secundarios, que para muchos marcó un impacto de inflexión respecto a la adopción emotiva del evento. Además de recuperar las impresiones originales,  (“Se le dio una atención desmesurada”, sostiene), Bauso va en busca de los anónimos protagonistas hoy: cómo fue que esos profesores y estudiantes amateurs lograron preparar en menos de un año –y sin poder decir que no– una coreografía gimnástica a la altura de un Mundial. “No recuerdo que alguien me preguntara: ¿querés ir? Era medio obligatorio”, dice por ejemplo una ex estudiante del Casal Calviño de Flores. Mientras que un ex alumno del Hipólito Vieytes de Caballito le encuentra la vuelta: “Al principio lo tomamos como una joda. Un programa muy divertido con un evidente punto de atracción: la oportunidad de buscar chicas. Pero después la cosa se puso mucho más seria. Nos empezamos a dar cuenta de la responsabilidad, a dónde se apuntaba”.

   Todo este fresco está basado en esas 150 entrevistas originales realizadas durante los años de investigación pero las voces se multiplican porque el texto incluye citas de época, de revistas, de la televisión de la radio –hay relatos desgrabados–, de libros. Desde la transformación para Buenos Aires que significaron las autopistas construidas violentamente por Cacciatore hasta la escasez de estrellas internacionales presentes: por algún motivo, la organización esperaba a Jerry Lewis, Liza Minnelli, Vittorio Gassman y hasta la realeza, porque estaban invitados el Rey de España y el príncipe Rainiero junto a Grace Kelly. A las celebrities se le sumarían, en la imaginación de medios y organizadores, una masa de turistas. Pero pocos se animaron a bajar hasta Argentina salvo Julio Iglesias –dio varios shows en cada sede–. Las presencias más destacadas en el palco oficial durante la final fueron Henry Kissinger y Hugo Bánzer Suárez, el presidente de Bolivia. Volvamos a la cantidad abrumadora y deslumbrante de voces. Una enumeración mínima incluye a Menotti, Caloi, Bochini, Valdano, Luque, Macaya Márquez, Kempes, Pablo Alabarces, Juan Sasturain, Tute, Pablo Llonto, Eduardo Sacheri, Hermenegildo Sábat, Nora Cortiñas, Hebe de Bonafini, Ezequiel Fernández Moores, Johann Cruyff, Martín Kohan, Hugo Gatti, Osvaldo Ardiles, Norberto Alonso, Roberto Fontanarrosa, Juan José Panno, Carlos Ulanovsky, Beatriz Sarlo, Alcira Argumedo, Taty Almeida, Miriam Lewin (“vi el partido con Perú en la Pecera con Astiz al lado”, dice), Lila Pastoriza, Martín Caparrós, Adolfo Pérez Esquivel , Juan Carlos Dante Gullo, Eduardo Anguita, Roberto Perdía, Fernando Vaca Narvaja y un larguísimo etcétera para repasar las sedes, la “erradicación” de las villas miseria, cada uno de los partidos, el protagonismo de las mujeres, la actitud de Montoneros, la vivencia en el exilio, la Gran TV Color y los partidos en el Luna Park y los cines, los gastos del Mundial y más. Mucho más.

Título del diario Crónica de los días previos al polémico partido con Perú.

PROPAGANDA, MASAS Y UNANIMIDAD

Con el Mundial emplazado en el centro mismo de la infancia del autor (“Tenía casi 7 años y como ya era un enfermo del fútbol, al punto que aprendí a leer para poder leer El Gráfico, lo viví con mucha intensidad: casi todos los partidos en la pantalla del Luna Park”, cuenta), concretar este librazo le significó también a Bauso una puesta al día de su propia memoria y las sensaciones y sentimientos que vivió entonces, tan distintos a a veces a cómo se relató o se recordaron algunos hechos después. “Me llamaba la atención que un evento relativamente reciente y que había sido absolutamente popular como aquel Mundial fuese recubierto tan rápido de verdades aparentes que nos dejaban tranquilos pero no eran fieles a lo que pasó.”

Incluso esos mismos actos de tergiversación son borrados también...

–Claro. Son tergiversaciones bien intencionadas: no es que quienes recuerdan están mintiendo sino que realmente recuerdan los hechos de esa manera y piensan que sucedieron de ese modo.

   Bauso cita en el libro una investigación del politólogo Guillermo O’Donnell en la que le pregunta a unas personas sobre el Mundial en el momento que sucedían los hechos; y luego repite la experiencia con el mismo grupo de gente, pero ya en 1984, con la democracia. Las respuestas no pudieron ser más diferentes: “Al parecer, como sociedad hemos reescrito las memorias individuales. Da mucha culpa la manera en que se actuó”, fue su conclusión. Tres décadas después, ese mecanismo “corrector” es muchísimo mayor. “Se suelen mezclar los hechos estrictamente del ‘78 con otros posteriores como el partido aniversario contra el Resto del Mundo (con Ernestina Herrera de Noble aplaudiendo en el palco) o el Mundial juvenil del ‘79 en Japón cuyo logro la Dictadura también trató de utilizar. Pero no sólo no tuvieron que ver sino que la reacción popular genuina estuvo ausente: no se pudo replicar”.

   Para los intelectuales de aquella época, pero también para los que analizaron el fenómeno años después, aquellas manifestaciones masivas del 78 fueron difíciles de desentrañar. Bauso muestra cómo en varios casos se pasó de la correcta separación de términos (“una cosa es el sentir nacional, otra muy distinta el apoyo a un gobierno dictatorial”; mirada que era compartida por no pocos militantes en el exilio) al enamoramiento irreflexivo, fuera de escala. “Por supuesto grité por Argentina hasta alarmar a mí tía, que me imaginaba más recoleto”, contó por ejemplo el escritor Abelardo Castillo (una alegría parecida expresaron Sábato y Félix Luna) mientras que por otro lado, una vez caída la Dictadura, la reacción contraria llevó el péndulo al otro extremo y se volvió lugar común asimilar aquellos festejos espontáneos a un apoyo irrestricto al terror. La socióloga Alcira Argumedo analiza con acierto en el libro: “En los festejos hubo una especie de código masivo que de alguna manera descomprimía el terror. Veías a los tipos con vinchas, toda la simbología de lo que habían sido las marchas de la Juventud Peronista, pero sin consignas a la vista, tocando el bombo y cantando ‘dale campeón, dale campeón’”. 

   Treinta días también donde casi todos, y de manera no necesariamente buscada, parecían pensar lo mismo. Bauso lo describe así: “Si hubo un dato fascista relacionado con el Mundial 78 fue el grado de unanimidad que en esas semanas se logró. Porque hasta ese momento la Dictadura era un régimen autoritario, represivo. Pero no fascista: no tenía masas, casi no tenía propaganda, y no era corporativista sino neoliberal”. Durante ese mes, sin embargo, la ecuación cambió. “El Mundial le otorgó a la dictadura propaganda, masas y vocación de unanimidad”, señala. Los militares no esperaban ese regalo, pero lo aceptaron sonrientes. “Masas unánimes: todo lo que uno aborrece”, califica Beatriz Sarlo en el libro.

   Y si bien los visitantes, deportistas y periodistas extranjeros que pisaron el país no encontraron la escena “de trincheras y guerra civil” prevista, la dictadura fracasó en su intento por mostrar un país “normal”: la prensa internacional reforzó sus contactos con los organismos de DD.HH. y el horror se magnificó a niveles no previstos: el mundo se enteró que la Argentina vivía una dictadura sangrienta y que había que hacer algo al respecto. Al mismo tiempo, y pese a lo que se creyó después, no hubo futbolistas extranjeros visitando a las Madres. Ronnie Hellström, legendario jugador sueco, no sólo no visitó nunca a ninguna organización de DD.HH. como se creyó luego sino que incluso declaró: “No he visto cadáveres por las calles. La Argentina me parece un lugar más seguro que la propia Suecia”.  

“Está muy cristalizada la idea de que el Mundial sólo sirvió para tapar lo que pasaba en materia de DD.HH., cuando lo que ocurrió fue que el mundo, gracias al Mundial, se enteró de la existencia de esos crímenes. Porque el fútbol tiene un doble efecto que es medio paradójico. Por un lado es un enmascarador: durante un mes parece que sólo habláramos del Mundial. Pero por otro lado es tremendamente multiplicador: todo lo que toca lo difunde a niveles inconcebibles. Pone luz sobre cosas que de otra manera pasarían inadvertidas”.  El autor –que viene de publicar en 2013 un destacado libro sobre Dante Panzeri, periodista legendario de El Gráfico e ideólogo de cierta manera de entender el fútbol rioplatense– sostiene que hasta ese momento la atención al “caso argentino” estaba siendo postergada por lo que pasaba en Chile y que el Mundial 78 cambió esa ecuación. “Para la prensa, la cuota sudamericana estaba cubierta: Pinochet era un villano sin matices y el modus operandi de sus crímenes era conocido. Acá, en cambio, Videla tenía fama de moderado. La naturaleza clandestina de los crímenes hacía que no se supiera bien lo que pasaba. El Mundial 78 logra que el caso argentino pase a la primera plana de los principales diarios de Francia, Holanda, Alemania, Suecia. Y que empiece ser considerado y discutido en la opinión pública de esos países, con episodios emblemáticos como el de los botones del Hotel Meurice, el más caro de aquellos años en París, que se rehusaron a llevarle las maletas a dos visitantes de la Armada, lo que provocó que los echaran y hubiera una gran campaña pública para reincorporarlos.”

De todo lo que estudiaste e investigaste, ¿qué fue lo que más te sorprendió?

–Muchas cosas. Una fue la actuación de Menotti. Yo entré en el libro con una idea mucho más matizada de él, seguramente influenciada por esa imagen soberbia y estructurada, dogmática e impermeable, que tuvo después. Pero antes, cuando arrancó con este ciclo de preparación de cuatro años, su liderazgo fue fundamental. Y pese a todo tipo de complicaciones y críticas que debió afrontar, no hay duda de que logró modernizar la Selección. Convertirla por primera vez en un valor.

   A Bauso le costó bastante contactar con los jugadores del ‘78, que aún hoy siguen considerando a Menotti una figura paternal (“Y eso que entonces sólo tenía 38 años”, subraya). Jugadores estrella como Kempes, Tarantini o Ardiles aportan su mirada en el libro, pero también otros de más bajo perfil como Daniel Valencia, Jorge Olguín u Omar Larrosa. “Por ejemplo, antes de contestarme, Larrosa estuvo tres minutos tomando agua porque se emocionaba y no podía hablar. Pero fue difícil entrevistarlos porque están y siguen estando muy dolidos. Ellos sintieron que tocaron el cielo con las manos pero que no recibieron ese mismo reconocimiento. Al revés: recibieron un escarnio”, explica. ¿Habrá una forma de recordar el triunfo deportivo y sus protagonistas sin que eso implique una adhesión al contexto? A cuarenta años es algo que sigue pendiente.