En la lujosa sala María Guerrero del Teatro Nacional Cervantes, las tardes del fin de semana, las butacas se llenan de niños y el escenario de sombras: es que comienza la adaptación de la novela La maravillosa historia de Peter Schlemihl de Adelbert von Chamisso, creada por la coreógrafa Eleonora Comelli y la artista visual Johanna Wilhelm. El texto original, escrito en 1814 por este célebre autor del romanticismo alemán, cobra vida y se convierte en una deslumbrante pieza de danza, música y refinadas ilustraciones en vivo orientada al público infantil. 

El título de la obra es El hombre que perdió su sombra, porque resumidamente lo que ocurre es eso. En la novela del escritor y naturalista von Chamisso, su protagonista es Schlemihl, un joven soñador que carece de fortuna. Es su falta de experiencia en el mundo, su ingenuidad, la que origina sus infortunios. En una reunión sumamente paqueta, mientras queda flechado por una mujer hermosa e inalcanzable, conoce a un hombre de traje gris que le propone un trato: él le dará una bolsa de oro inagotable a cambio de algo supuestamente insignificante: su sombra. Schlemihl acepta encantado, pero poco después se da cuenta de que cometió un grave error. El escarnio público no tarda en llegar y debe ocultarse. Por más rico que sea ahora, Schlemihl no puede tener a la mujer que ama porque, como dice el padre de ella, “ni a un perro le falta la sombra”. El hombre de gris lo asedia con la oferta de devolvérsela si Schlemihl le cede ahora nada menos que su alma. Aquí, la versión teatral toma un giro por el cual Schlemihl acepta el desafío de recorrer el mundo para realizar distintas proezas que le exige el hombre de gris. El objetivo de su vida es ahora recuperar su mitad oscura perdida. Se convierte en un nómade, un viajero ávido de conocimientos, fuerte, austero y finalmente, experimentado. 

Pero, ¿qué es exactamente una sombra? ¿Y cómo mostrar, en todo caso, una sombra fugitiva en teatro? La respuesta es esta obra, una original reversión del viejo teatro de sombras. Todo su arsenal de recursos visuales, actorales y musicales vuelven al espectador un poco un niño: nuevamente deslumbrado ante el poder del teatro para hacer magia ante nuestros ojos. 

A DOS VOCES

El origen de esta pieza fue una convocatoria del propio Teatro Cervantes para obras infantiles que tocaran la temática del doble. Luego de una exigente selección, el proyecto de Eleonora Comelli y Johanna Wilhelm fue elegido. Ellas ya se conocían y admiraban mutuamente pero nunca habían trabajado juntas. Varios elementos de sus trayectorias las acercaban a esta particular consigna, como a un cruce de caminos. Comelli es una coreógrafa y bailarina de lo más destacado de la escena local. Tiene en su haber las obras Domingo (2007), Linaje (2010), la muy premiada Qué azul es ese mar (2014) y Él (2017). En algunos de esos trabajos venía experimentando desde la danza con la temática del doble, a través de diversos tipos de dicotomías. En Qué azul... por ejemplo, reflexionaba sobre la relación pasado-presente y presente-futuro a través de los cuerpos de bailarines de edades muy distintas: desde la extrema juventud, hasta la extrema vejez. Por su parte, Wilhelm es diseñadora gráfica, artista plástica, ilustradora especializada en papel calado. Ha llevado su oficio a diversos escenarios, siempre acompañando espectáculos musicales. Ella también venía pensando distintos tipos de duplicaciones y dobleces relacionados con la técnica que trabaja, el papercutting. Allí delicados diseños cortados con bisturí se proyectan generando sombras y contrastes en una pantalla (como sombras chinescas, pero realizadas con papel y movidas con las manos). En ambas artistas, sea con bailarines o con cartulinas recortadas, sus preguntas parecían ir hacia qué es lo que hay más allá del cuerpo y su materialidad. ¿Hay un afuera del cuerpo, un más allá, que habla de nosotros? ¿Una energía que nos rodea y se fuga, quizás oscura, quizás luminosa?

Eleonora cuenta acerca de la elección de la novela del romántico alemán: “Sabía que para armar la sociedad con Johi había que pensar en un cuento o novela que plantee la temática del doble bajo la idea de un cuerpo desdoblado entre su yo y su sombra. Para eso investigué muchos cuentos relacionados a la sombra. Me interesaba pensar en un cuento antiguo y plantarnos desde la idea de un cuento representado. Trasladar el relato a un lenguaje y a un tiempo y espacio distinto del que vivimos inmediatamente, algo que nos lleva a imaginar. La de Adalbert Von Chamisso es una novela del género fantástico y me pareció el más adecuado, al leerlo inmediatamente le vi potencial de representación. Es una novela generosa en imágenes poéticas.” Eleonora explica que en el cuento se describen viajes por diferentes partes del mundo. Con las proyecciones de Johanna sabía que era posible pensar diferentes contextos donde sucediera el relato. “También desde el punto de vista coreográfico era el adecuado porque el protagonista de la novela tiene que estar en constante movimiento ya que si se establece en un lugar los demás advierten que no tiene su sombra.”

El protagonista de esta historia pierde su sombra y con ella, una parte de sí mismo. De buenas a primeras se debe enfrentar a lo desconocido: espectros, figuras fantasmales, hasta el horror que produce su propia figura en los demás. A partir del motivo del doble, omnipresente en la literatura europea del romanticismo, esta obra concibe una realidad multiplicada donde coexisten y se hermanan distintos lenguajes. La colaboración dramatúrgica de Isol Misenta ayudó a cohesionar, y la música –la otra clave– es de Axel Krygier, que además de haberla compuesto, toca en vivo, acompañado del clarinetista Alejandro Terán, dándole al conjunto una vitalidad insuperable.

 

EL ROMANTICISMO ARGENTINO

Sobre el autor del texto, Adelbert von Chamisso (1781-1838), hay que saber que fue un escritor y naturalista nacido en Champagne, Francia y radicado en Alemania. Fue una de las grandes figuras del segundo romanticismo alemán. Además de escribir poesía y esta novela que pasó a la historia, estuvo embarcado en un buque ruso con el que dio la vuelta al mundo con carácter científico. Al regresar fue designado conservador del Jardín Botánico de Berlín, espacio privilegiado de la belleza natural, donde cada bioclima del planeta tiene una representación natural a escala. Ese interés por el arte y la naturaleza se vislumbra sin mucho esfuerzo en su obra. 

Y un viaje parecido al de su autor ocurre con el protagonista de esta obra. Comienza en un palacete Hamburgo y termina trasladándose desde América Central a la China, buscando una flor esquiva o un pájaro casi imposible de ver por el hombre. Schlemihl y su sombra se separan al inicio de la pieza dividiendo la escena en dos: el mundo de las sombras se proyecta atrás, y el mundo de los seres de carne y hueso ocurre adelante. Por supuesto que esto también se rompe y de pronto la escena se llena de hombres y mujeres de negro que repiten exactos los movimientos de los bailarines. De todos menos, claro está, de Schlemihl, que perdió su sombra. Los actores y bailarines –Pablo Fusco, Sebastián Godoy, Griselda Montanaro, Santiago Otero Ramos, Gastón Ezequiel Sánchez, Gastón Exequiel Sánchez / Pablo Emilio Bidegain– actúan alternativamente como seres o como sombras. Después de mucho luchar, y casi al borde de la ancianidad, el joven inexperto logra recuperar su sombra sin “negociar” con el diablo. Simplemente lleva su cuerpo a un extremo, y se vuelve solidario con el mundo.

 Johanna cuenta sobre la mezcla tan particular de la obra: “Sabíamos que los ejes fundamentales tenían que ver con la música, la danza, las artes visuales y las artes literarias, la combinación en vivo era la propuesta más fuerte sobre la cual queríamos trabajar.” En ese sentido, Eleonora agrega que para ella la obra es un híbrido. “Aunamos varias artes con elementos de la comedia musical pero sin ser de ese género. No tiene un solo lenguaje sino varios que coexisten y conviven bajo un relato. Mis trabajos siempre son pensados desde ese lugar. Dependiendo de la escena a veces el disparador era la música, a veces el movimiento, a veces la imponencia visual o el texto y de ahí se acomodaban las demás. En los ensayos fue fundamental el trabajo de los intérpretes que materializaron nuestras ideas. Fuimos construyendo las escenas todos juntos. Fue un trabajo muy de puesta que requirió de su creatividad, inteligencia, talento y paciencia para el armado final.”

Entre coreografías en blanco y negro, paisajes de selvas y montañas confeccionadas en sombras, cielos que se vuelven rojos o azules con tinta, actores que bailan y hacen reír al mismo tiempo, ocurre la obra. Concebida por dos artistas singulares y un equipo que renueva la tan vapuleada noción de teatro infantil, con una obra de una belleza que puede ser percibida y disfrutada por personas de cualquier edad. ¿Cómo lo logra? No siendo ni condescendiente ni didáctico con su público. Trayendo una obra del romanticismo y volviéndola asequible para los ojos contemporáneos. 

En el final, la música se acelera, los pasos armoniosos de danza clásica se vuelven más cortados y rítmicos. El estribillo conmovedor de la canción final que dice “todos somos luz y sombra” se convierte en un rap. El sortilegio por el cual los espectadores estábamos atrapados en la obra, como nuestros antepasados espectadores lo hicieron frente a espectáculos de feria, se rompe. Volvemos a estar en el Teatro Cervantes, en la sala María Guerrero, un sábado o domingo a la tarde. Todos hacemos palmas, los actores bajan del escenario y se mezclan entre los chicos. No hace falta que aclaren quién es el malo o el bueno, tampoco que unos reciban escarmientos y otros recompensas. Todos somos luz y sombra, cantan los actores y nos invitan a bailar.

El hombre que perdió su sombra se presenta sábado y domingo (de miércoles a domingo durante las vacaciones de invierno) en la sala María Guerrero del Teatro Cervantes. A las 15.