Es este un libro sobre un montón de cosas desparramadas a lo largo del tiempo cultural y científico universal que forma un país. Proviene de curiosear, de permanecer y de reflexionar (estas tres palabras son sinónimos de investigar) en el Museo de Ciencias Naturales de la ciudad de La Plata. Hay poesías, restos de reseñas sobre especialistas en el tema, planos arquitectónicos, dibujos, memos gubernamentales en versión facsimilar y mitologías. Son partículas de una partitura sobre la relación entre trabajo y memoria. Está estructurado como una bitácora. Es el desparpajo de una autora racional. Tiene una forma ordenada que proviene de ideas disparatadas. Mariana López estuvo dos años con el museo como aliado y enemigo para sacarle agua a las piedras que lo cubren. De este experimento proviene este libro.
Es difícil narrar lo que investigamos, porque narrar es parte de la investigación. Cualquier búsqueda es un ensayo sobre la verdad de lo buscado y cualquier acercamiento a lo que hay tiene la arbitrariedad del arte. Museo se establece en estas premisas, respira la idea de informe estético. Un libro es un momento del movimiento permanente de las verdades. Esto quiere decir que un museo es como un libro y viceversa: dice lo que puede con las reglas de su intención, miente para poder argumentar. Esconde lo que no pudo encontrar.
Es un informe enigmático que no devela sus fuentes hasta el posfacio y que no evidencia su objeto hasta la última página, donde se reproduce la tapa de la “Guía para visitar el Museo de La Plata”, editada en 1927. Previo a estas dos informaciones se suceden narraciones indígenas de toda laya sobre la forma del cielo. Chusmeríos de los trabajadores estatales resignados en el museo pero apoderados del último suspiro de misterio que tiene. Las aventuras pedagógicas de Leopoldo Lugones como profesor de historia del arte en el propio museo hacia 1915. Un breve diccionario biográfico imaginario sobre vidas muertas y vivas que ilustran lo que puede ser la existencia de ciertas personas asociadas al museo, que se convierten ahora en personajes.
Mariana López es artista plástica y poeta. Pero ante todo es una mujer curiosa. Es la inventora de un género literario bien reciente, justamente llamado “Anécdota”. Pero a no sorprenderse, porque si bien la anécdota es una figura hablativa cotidiana por demás, por más que tenga algo de espectacular y bello, por más que a veces tape la posibilidad de referirnos a personas u acontecimientos de manera “compleja”, puede convertirse en una forma estética verdadera. Estamos ante eso.
Una muestra es la parte de algo mayor, inmedible y general. Es el yacimiento para los datos. Es el material, el objeto de lo que se estudia. Museo es entonces la partícula donde estuvo López para proyectar imágenes escritas sobre dos cuestiones del imaginario argentino: el rol del Estado en el discernimiento popular sobre lo que somos y lo que fuimos antes de serlo, pero también la manera en que esa intervención cultural de la Generación del 80 deja rastros en lo más menor, en la pavada cotidiana o las malformaciones materialistas de lugares así, donde formamos y deformamos lo que somos desde niños. ¿Qué somos? Vidas múltiples lanzadas a la “realidad” a la manera de quien es puesto en un museo para entretener a los cautivos de las instituciones y reflejar el carácter frágil de esas instituciones. Institución puede ser un organismo público, una manera de mover el cuerpo, una prudencia y una negociación moral para no mandar todo al muere. Resuenan entonces acá las pequeñas anécdotas de las instituciones.
En Museo no importa tanto la historia del museo sino sus movimientos internos, las historias cotidianas plegadas a la grandilocuencia del discurso positivista que lo había fundado 1884. Esa fundación estuvo preñada de disenso entre sus dos funcionarios iniciales. Es que el perito Moreno y Florentino Ameghino bregaban por un dilema. El primero quería un museo masivo, lleno de datos escolares y espectacularidad que atraiga a los habitantes de un país en formación, por eso no dudaba en comprar piedras y delirar sobre su origen. El segundo quería un museo de claustros, gabinetes y desafíos científicos organizados observando huesos y sedimentos para saber realmente la edad del territorio, la lógica material del suelo que estaban por habitar millones de personas. Ameghino es autor de un estudio anormal que se llama Filogenia, donde insinúa que el mundo empezó cerca de la ciudad de Luján, o sea de su propia casa. Un nacional trayendo agua para su molino. Es justamente Lugones quien pondera el estilo particular de este, su exceso patriótico necesario, en un libro pequeño llamado Elogio de Ameghino. Pretende reivindicar la figura del visionario, el que sabe antes: “El genio es aquella presencia que entiende antes de la demostración y formula antes del análisis, manifestando así una identidad evidente entre las leyes de la lógica humana y las direcciones del universo fenomenal”. Lo que hace López parece influenciado por esto.
En la escritura aparecen distintos modos de expresar lo visto y oído. Incluso hay lenguaje por imágenes: caligramas, fotografías y descripción de cuadros que son el resultado del uso de su propio estilo. Las disquisiciones diversas que forman Museo parecen las conversaciones de Lucio V. Mansilla consigo mismo, pero en el escenario pedestre y desencantado de esta detectiva cultural, de su capacidad de atrapar misterios. De la lectura asentada sale una nueva estructura para pensar la museografía como intervención en la idea de nación. De este rulo que hará cada lector, probablemente florezca el método de López, que parece distinto según la sensibilidad de cada uno. La función social de los museos está en crisis, un poco porque las imágenes gobiernan la vida y le quitan exclusividad al discurso institucional y otro poco porque cada vez más los museos intentan explicar. Esto se nota mucho más en el arte. El día que los especialistas que montan carteles y cuentan la historia pedagógicamente en las salas tengan más lugar que las obras, las obras van a cobrar vida y se van a escapar hacia espacios donde lo que son se exprese. Este libro enseña no a través de protocolos, sino de sensaciones. Se parece mucho a una obra de arte. ¡Qué paradoja!, es también un museo. Podría incluirlas cuando pierdan la paciencia.