En pleno proceso de escritura de mi novela Lumbre, me asaltó la necesidad de romper no sólo con el orden de la historia sino con el tono. Salir de la voz que gobierna la narración para gritar otras voces posibles. Encontré en lo que sería después el cuaderno de un personaje la posibilidad de que entrara en la novela ese grito: son pequeños relatos que, aparentemente, nada tienen que ver con la novela, historias ubicadas en Austria o en Bulgaria, espacios lejanos. Se trata de una voz que busca torcer un estilo y, a su vez, abrir otras posibilidades. Se trata de una voz incrustada. Me gusta Beckett. Me gusta esa potencia que vibra en la lengua desencantada que maneja. Es una lengua desencantada pero, curiosamente, vital al mismo tiempo. Cada vez que leo a Beckett me dan ganas de escribir. Cada vez que leo a Beckett se potencia esa intención: la de torcer un orden y abrir otras posibilidades. En “A orillas del río Dyje” –uno de los relatos que aparecen en Lumbre– la voz que narra, siento, va por ese camino.