El proyecto macrista acentuó la vulnerabilidad de la economía. La insustentabilidad del modelo se refleja, entre otras cosas, en el fuerte déficit de cuenta corriente. La corrida cambiaria desnudó la fragilidad del esquema económico. La errática administración de variables sensibles (tasa de interés, reservas internacionales, tipo de cambio) agudizaron los problemas. Por caso, el BCRA abandono su prédica en favor de la libre flotación para enfrentar la corrida cambiaria. La intervención de la autoridad monetaria implicó la pérdida de 9000 millones de dólares de reservas en apenas dos meses.
El desconcierto del “mejor equipo en los últimos 50 años” fue en ascenso desde comienzos de abril. El jueves 3 de mayo, la cotización del dólar saltó 1,5 pesos para cerrar en el límite máximo “Carrió” (23 pesos). Ese día, la revista Forbes sentenció que “puede que sea momento de salir de la Argentina”. Al mismo tiempo, el entonces ministro de Finanzas y hoy presidente del Central, Nicolás Caputo, sostenía que “el movimiento del dólar no nos agarró desprevenidos. La Argentina esta muy preparada para estos shocks”.
Lo cierto es que la autoridad monetaria afirmaba lo contrario apenas unos días atrás. A mediados de abril, la entidad pronosticó que el “nivel relativamente elevado que alcanzó el tipo de cambio real y la propia acción del BCRA llevan a no prever en los próximos meses depreciaciones significativas del peso”. El viernes 4 de mayo, Nicolás Dujovne anunció un ajuste fiscal de 3200 millones de dólares. El ministro de Hacienda “recalibró” la meta de déficit fiscal para 2018: de 3,2 al 2,7 por ciento del PIB. Los funcionarios explicaron que un tercio del “ahorro” se lograría con mejoras de la recaudación. Las dos terceras partes restantes saldrían del recorte al gasto público. Dujovne precisó que habría 30.000 millones de pesos menos para obras de infraestructura.
El anuncio oficial no alcanzó a tranquilizar al “mercado”. La cotización del dólar continuó escalando mientras se sucedían las reuniones en los despachos oficiales. El 7 de mayo, las acciones argentinas en Nueva York cayeron hasta 6 por ciento. Por su parte, la Bolsa porteña retrocedió 3,6 por ciento mientras retrocedían las reservas internacionales. El 8 de mayo, el gobierno anunció que haría uso de la “bala de plata”. “He decidido iniciar conversaciones con el Fondo Monetario Internacional para que nos otorgue una línea de apoyo financiero”, informó Mauricio Macri.
Las consecuencias de esa jugada son previsibles. Las condicionalidades exigidas por el FMI, en los acuerdos stand by, son conocidas. En su último informe sobre la economía argentina, los técnicos fondomonetaristas plantearon que “la reducción del gasto público es esencial, especialmente en las áreas donde aumentó muy rápidamente en los últimos años, en particular los salarios, las pensiones y las transferencias sociales”.
Esa agenda del ajuste siempre desemboca en un círculo vicioso: caída de la actividad, menor recaudación impositiva, más recortes y vuelta a empezar como perro que intenta morderse la cola.
Las señales al mercado siempre son insuficientes. La última etapa de la convertibilidad fue un ejemplo acabado de esa dinámica perversa. El principal objetivo del gobierno de De la Rúa fue restaurar la confianza internacional en la capacidad de repago de la deuda pública. El diagnóstico oficial era que eso daría lugar a un círculo virtuoso: caída de la prima de riesgo soberana, declinación de las tasas de interés y recuperación de la demanda doméstica. El resultado de esa política se reveló infructuoso: los “mercados” no se cansaron de pedir nuevos ajustes. El 23 de julio de 2001, el Congreso Nacional aprobó la ley de “déficit cero”. El 2001 culminó con equilibrio fiscal primario y un país explotando por los aires.
@diegorubinzal