La Selección llegó hasta donde pudo. Hasta donde se lo permitió su inconsistencia futbolística, la falta de una idea nítida de juego, los emparches constantes de su técnico. Sólo una fe testaruda permitía suponer que la Argentina podía ir mucho mas allá en el Mundial de Rusia. Porque el fútbol es un juego ilógico en el corto plazo pero lógico en el largo. Casi siempre ganan los mejores. Y en todo momento de sus cuatro partidos, el equipo de Jorge Sampaoli estuvo muy lejos de ese registro de excelencia.

Ni siquiera la genial presencia de Lionel Messi logró ocultar los remiendos de una selección armada a los ponchazos. Que se clasificó angustiosamente ante Ecuador y que en estos ocho meses que fueron entre aquella noche alegre de Quito y la tarde triste de Kazán, no pudo dar el salto de calidad indispensable para poner en la cancha bastante más que la gloria de su camiseta y de su historia. Acaso porque tenemos menos de lo que creemos, Messi y poco más. Y porque Sampaoli se equivocó mucho más de lo que acertó a la hora de armar los equipos y plantear los partidos. Lo que supuso en la previa, rara vez terminó sucediendo en el verde césped. Y eso le limó la confianza de un plantel que rápidamente, dejó de creerle y comprenderlo.

Más allá de los desaguisados políticos de la AFA y de cuatro años en los que todo lo que podía hacerse mal se hizo peor, más allá de las decisiones espasmódicas que primero llevaron y luego eyectaron de la dirección técnica a Gerardo Martino y a Edgardo Bauza, Sampaoli tuvo un problema al que en todo este tiempo, no le pudo encontrar solución: le faltaron los jugadores para hacer lo que él pretendía hacer. Entonces, empezó a improvisar, a sacar, a poner y a ensayar. En ninguno de los 15 partidos que lleva al frente de la Selección, el técnico pudo estabilizar una base, definir una idea, trabajar sobre seguro. Y eso le fue mermando autoridad ante el grupo de los jugadores históricos, quienes tras el naufragio ante Croacia intentaron el rescate de la situación.

Tal vez allí, en las idas y las vueltas de Sampaoli y en las concesiones cada vez mayores que les fue haciendo a Messi y Mascherano para tratar de contenerlos, haya estado una de las grandes razones del cimbronazo que se terminó de consumar en Kazan. Al fin y al cabo, la Selección fue un híbrido. No representó el estilo del entrenador, no sirvió para potenciar las virtudes y compensar los defectos de un equipo gastado y tampoco logró gestar empatía con los jugadores. No defendió con rigor (le marcaron 9 goles en 4 partidos), no generó fútbol de calidad, no tuvo poder de gol y encima, no le posibilitó a Messi entregar su mejor versión. El final infeliz estaba cantado. Y a nadie debería sorprenderlo.