La identidad futbolística se borronea fácil. Es como una huella en el viento. El problema radica en cómo reconstruirla cuando se destruye. Nuestro país es un laboratorio de identidades. Pasamos de Menotti a Bilardo sin escalas. Ganamos con los dos y seguimos. Acaso por eso nos fragmentamos, nos partimos en múltiples interpretaciones de esas mismas identidades. Exportamos cada vez más técnicos –hubo cinco en el Mundial y queda solo uno, Pekerman–, pero ya no exportamos tantos jugadores fuera de serie. De eso podría dar cátedra el entrenador de Colombia, múltiple campeón mundial con selecciones juveniles argentinas hoy en ruinas y último hacedor de una camada que inicia el retiro. El punto de partida para analizar la derrota y eliminación con Francia debería ser ése. La restauración de una identidad. A la que debería anteceder una discusión sobre ella. De proyectos, no de cortoplacismos, ni de urgencias.
En esta tierra donde se respira fútbol nos enamoramos con rapidez de las fórmulas mágicas. Rendimos culto a la inspiración, pero navegamos en la improvisación, que es muy distinta. Fascinados con la posesión, la elevamos a credo insustancial. De qué vale tener la pelota más tiempo que el rival (como pasó con Francia) si no hay verticalidad o determinación de ir para adelante.
En fútbol la materia no es impenetrable. Puede penetrarse si se impone la dinámica de lo impensado de la que hablaba Panzeri. Argentina no intentó ni eso. Lateralizó, se prestó la pelota, fue inocua. Esta caída se explica a partir de Messi y su falta de rebeldía futbolera o de cualquier otra cosa. Pero la verdad no tiene remedio. A la Selección le dieron una lección de audacia los jóvenes que tenía enfrente liderados por Mbappé. No fue solo una cuestión de velocidades, de poner quinta y correr a lo loco. La cancha hay que saberla correr. Cuando se ataca al espacio vacío, por ejemplo.
Sampaoli adhirió al sofisma del falso 9 y así nos fue. Ahí está Uruguay en cuartos de final con dos 9: Suárez y Cavani. Argentina cuando los tuvo se entretuvo en polémicas estériles sobre si Batistuta y Crespo podían jugar juntos. El técnico prescindió en este Mundial de Icardi, Lautaro Martínez y algún otro. Volvió a profundizar la falta de identidad de la Selección. Se equivocó en determinadas convocatorias, persistió en el error de inventar posiciones (¡con Messi!), improvisó, cambió, rebobinó y terminó confundido y confundiendo a sus jugadores. Es el principal responsable en el desenlace de un extenso proceso que anticipaba este final, triste y solitario, como lo describiría Soriano. Es la foto, pero no hay que olvidar la secuencia completa de los desaciertos y sus autores. Mascherano anunció su retiro de la selección. ¿Cuántos más deberían seguirlo con mayor poder de decisión y que se equivocaron más fiero?