“El mancala es un juego muy raro. En mi escuela nadie lo conoce. Es una madera larga con dos filas de agujeros y unas piedras que hay que ir pasado de uno a otro, siempre en ronda. El quiere que yo lo aprenda pero es difícil. Y a mí las cosas difíciles me encantan”. Quien habla es el protagonista de Mancala, un niño del que el lector no llega a saber su nombre, ni su edad exacta, y a quien sin embargo termina conociendo muy bien. Y “él” –tampoco hará falta saber su nombre para imaginarlo muy acabadamente– es una figura escasamente tematizada en la literatura infantil y juvenil: la del padrastro. Natalia Porta López encontró en la relación entre ambos una oportunidad para contar una historia de amor, que marca para siempre a sus protagonistas, cruzada por la ternura, la nostalgia, y también la tragedia y la esperanza. Y Daniel Rabanal completó el cuento con ilustraciones en blanco y negro, con leves toques de color, que sitúan la historia en un pasado que acentúa ese fondo de nostalgia.
Editado en tapa dura y blanda por Gerbera ediciones, el libro es un objeto bello en sí mismo, y la “lectura” que hizo desde sus ilustraciones Rabanal ubica a la historia en la década del 60 o del 70, aunque eso tampoco esté explicitado en el texto. Hay, sí, un relato en primera persona que termina siendo un recuerdo. El de un niño al que le pasan cosas, como a tantos: su mamá tiene una nueva pareja, se mudan con él, cambian de lugar, cambian de casa y cambian las costumbres en esa casa. Ahora son tres. El tercero en cuestión -”él”- es escritor, y no se esfuerza especialmente en caerle simpático a ese niño con el que empieza a conocerse, ni por tratarlo de ninguna forma “especial”. Ni siquiera lo llama por su nombre: le dice, simplemente, “pibe”. “Parece que cuando él tenía mi edad a los chicos les decían pibes. Y a él le quedó. Porque las pocas veces que me habla, me dice así: ‘pibe, vení a ayudarme’ o ‘a las mujeres hay que tratarlas bien, pibe’. Después me vuelve a contar la historia de la fábrica de galletitas que tenía su papá”, relata el protagonista. Desde los ojos de ese niño, vivir con él comienza a ser algo tan resistido como fascinante. Le provoca celos, claro; también lo hace famoso en la escuela, adonde va a presentar su libro. Y, sin proponérselo, termina aprendiendo con él muchas cosas. Sobre los libros, o sobre las hormigas. También palabras.
El modo en que se va contando cómo nace y crece esa relación entre un niño y un adulto (algo tan sencillo, y tan complejo), es uno de los encantos propios de Mancala. También su ritmo, en el que todo se cuenta contando, sin adjetivos de más, sin dar explicaciones (algo que los lectores, niños y adultos, agradecen). Aunque este es el primer libro publicado de Porta López, la escritora santafecina radicada en Chaco tiene una larga experiencia cerca de los libros y la lectura, tanto en su trabajo en el Plan Nacional de Lectura (donde estuvo ocho años), como en la Fundación Mempo Giardinelli, una de las más laboriosas instituciones de promoción de la lectura en el país. Todo ese trabajo, cuenta, le sirvió mucho, también como escritora. “Siempre me tocó observar la recepción de los textos, eso me mostró mucho sobre los chicos y sus gustos, lo que casi nunca coincide con lo que los adultos dicen que sería bueno para los chicos, inclusive muchos especialistas. Creo que hay una brecha grande entre lo que leo de especialistas y lo que realmente sucede en las experiencias de lectura. Seguramente es un generalización injusta, pero en muchos casos, es así”, observa.
Y cuenta sobre su experiencia con su propio libro: “Leyéndolo con los chicos –que es la parte que más me importa– me di cuenta de que nunca nadie les pregunta por el padrastro, que es una figura muy importante en la vida de demasiados chicos, porque hay muchas familias ensambladas. Entonces, cuando aparece, ellos quieren conversar sobre eso. No es algo que hubiera observado antes, me di cuenta ahora, leyendo Mancala con los pibes. También hablamos mucho sobre lo que pasa cuando uno atraviesa un duelo, por el motivo que sea. Y lo que pasa es que cuando levantás la vista en medio de ese dolor, siempre encontrás a alguien que está dolido por lo mismo, que le pasa o le pasó lo mismo, y que puede entenderte y estar con vos. Todo eso que surge en la lectura, a mí me apasiona”.