Desde Ciudad de México
Andrés Manuel López Obrador podría revertir el giro a la derecha que ha vivido Latinoamérica en los últimos tres años y reavivar la oleada de centro-izquierda que gobernó la región hace una década, si hoy resulta electo como presidente de México en la culminación de un proceso marcado por la descomposición de los partidos políticos nacionales.
Las últimas encuestas daban hasta un 54 por ciento de las preferencias para López Obrador por sobre el derechista Ricardo Anaya (26 por ciento) y el oficialista José Antonio Meade (21 por ciento). Al cuarto candidato, el gobernador de Nuevo León con licencia Jaime Rodríguez Calderón, le estiman un marginal cuatro por ciento.
El líder del Movimiento de regeneración Nacional (Morena) y ahora tres veces candidato a la Presidencia de la República, se ha mantenido como puntero durante todo el proceso, básicamente con un discurso repetitivo en contra de las políticas neoliberales y la corrupción encarnadas por los gobiernos del PRI y del PAN.
Para la izquierda latinoamericana López Obrador se ha convertido en su mejor apuesta para detener las derrotas que les significaron la elección de Mauricio Macri en Argentina (2015) y Michel Temer en Brasil (2016), así como de Sebastián Piñera en Chile e Iván Duque en Colombia, ambos este mismo año.
Por lo pronto, López Obrador ha generado el respaldo de dirigentes políticos latinoamericanos y europeos que, desde sus redes sociales, anticiparon el triunfo del líder carismático mexicano (ver nota aparte). Por ejemplo, Rafael Correa, expresidente de Ecuador, dijo que un triunfo de López Obrador “será un vendaval de frescura, una gran esperanza para Iberoamérica y México”, mientras el expresidente de Honduras, Manuel Zelaya, dio su apoyo al dirigente de Morena y anticipó que su elección como presidente de México significa que “la pesadilla neoliberal y los crímenes contra el pueblo mexicano están a punto de terminar”.
Pese al entusiasmo de los progresistas en el mundo, en realidad no es tan claro el giro a la izquierda que significaría una presidencia de López Obrador. De hecho, los principales analistas financieros internacionales descartan giros bruscos. Por el contrario, esperan un López Obrador con políticas moderadas, más cercanas a Luiz Inácio Lula da Silva y a Ollanta Humala, y con una interlocución más natural con los centroizquierdistas Lenín Moreno, de Ecuador, y Tabaré Vásquez, Uruguay, que con Nicolás Maduro en Venezuela.
López Obrador ya gobernó la Ciudad de México (2000-2005) con políticas sociales claras, pero sin afectar intereses del gran capital. Un ejemplo es la entrega de prácticamente todo el centro de la capital del país a Carlos Slim, uno de los hombres más ricos del mundo, quien adquirió decenas de los más importantes edificios de la zona e inició un agresivo proceso de gentrificación.
Más aún, estas elecciones sometieron el espectro ideológico nacional a las alianzas pragmáticas. Así, el centroizquierdista López Obrador mantuvo su alianza con el Partido del Trabajo (PT) pero incluyó al Partido Encuentro Social, de corte retrógrado e intolerante, identificado con las iglesias protestantes y con posturas abiertamente homofóbicas y antiabortistas. Entre esos tres partidos conformaron la alianza “Juntos Haremos Historia” para postular a López Obrador.
Otra alianza imposible es la que forzaron el derechista PAN, que gobernó al país entre 2000 y 2012 con Vicente Fox y Felipe Calderón, y el izquierdista PRD, alguna vez dirigido por el propio López Obrador, pero que cada vez más se aleja de su esencia. A ellos se unió el oportunista Movimiento Ciudadano para crear la alianza “Por México al Frente”.
En cuanto al PRI, recurrió al Partido Verde y Nueva Alianza, sus viejos patiños, para crear “Todos por México” y postular a José Antonio Meade, que fue secretario de Hacienda del panista Felipe Calderón y del priísta Enrique Peña Nieto, en cuyas administraciones también fue secretario de Relaciones Exteriores, de Energía y de Desarrollo Social. La paradoja es que Meade no milita ni en el PAN ni en el PRI, pero es el candidato de la continuidad de estos partidos en el poder. La pérdida de referentes ideológicos no impidió identificar a López Obrador con amplios grupos de izquierda y centro-izquierda. A fin de cuentas, el PRI y el PAN son la misma derecha, con distintos colores.