La crisis que vivimos es producto del creciente resultado adverso en el sector externo, la política monetarista en materia de lucha contra la inflación y el desenfrenado ritmo de crecimiento de la deuda externa. Eso fue posible por el viento de cola generado por la una alianza con el capital financiero internacional que financió el desaguisado establecido en el poder. Esto parece haber llegado a su fin y el costo fue autoinflingirse una solución yendo al FMI.
La economía argentina presenta síntomas de agotamiento del modelo económico de Cambiemos. Desde el 28 de diciembre de 2017, y particularmente desde abril-mayo de 2018, ha mostrado una enorme volatilidad cambiaria y el empeoramiento de los indicadores macroeconómicos y financieros. A esos problemas hay que adicionarle una devaluación del peso mayor al 50,3 por ciento. En este marco la deuda externa alcanza relevancia central: las emisiones de deuda totales para el período 2016/2018 ya alcanzan los 153.437 millones de dólares, y el stock de deuda total para el cuarto trimestre de este año puede estimarse en 348.990 millones de dólares. El porcentaje de deuda sobre el PBI para diciembre se puede estimar en un 82,2 por ciento, respectivamente, siempre que el tipo de cambio se mantenga en las cotizaciones actuales. En paralelo, el déficit comercial y la fuga de capitales siguen en ascenso: al día de hoy acumulan para todo el ciclo de Cambiemos 11.608 millones de dólares y 73.754 millones de la misma moneda.
A la política aplicada por el Gobierno desde el principio se le sumó como agravante un cambio de posición de los agentes financieros externos. Los propios aliados más fanáticos del gobierno tomaron distancia menguando su apoyo en febrero de este año cuando el ministro de Finanzas escuchó que la Argentina estaba fuera de mercado. Durante la última semana de junio de 2018 terminó el viento de cola que alimentaba el precario modelo de financiamiento con recursos externos que describimos desde nuestro primer Informe del Observatorio de la Deuda Externa de la UMET.
Los actores externos y locales advirtieron, como banqueros que son, que una economía que no reduce su déficit fiscal financiero de 6 por ciento del PBI y tampoco un déficit en el sector externo de 5 por ciento del producto bruto, tiene problemas de sustentabilidad.
La fiesta terminó de la manera más cruda, sin anestesia. Los funcionarios fueron directamente al FMI para pedir una asistencia inmediata sin medir las consecuencias que esa decisión tendrá en la economía nacional y en la sociedad. Seguramente el viaje apresurado fue porque los lideres de Cambiemos querían hacer lo que manda el Fondo sin pagar los costos políticos de ese paso. Lo cierto es que lo que vemos los argentinos es el mismo escenario que observan los que fugaron sus capitales especulativos y los directivos del FMI.
A buen entendedor pocas palabras. Se endeudaron hasta no poder seguir esa fiesta. Empujaron a las provincias a hacer lo mismo. Hoy sufren las mismas o peores limitaciones que el soberano. Los siguió el sector privado corporativo, hoy con credenciales de mercados emergentes pero sus acciones cayendo en los mercados internacionales a más del 12 por ciento. Si sube el riesgo país supera los 600 puntos y la cotización del dólar continúa incrementándose, el mensaje será contundente para el gobierno y para todo el sistema político.
¿El Gobierno tenía otras alternativas? Obvio que había otras salidas, pero hubieran sido costosas para el marco de alianzas económicas que se planteó desde la campaña electoral, y más aún después de reacomodar intereses para no desarticular la acumulación de capital. Promediando el año previo a las elecciones, curiosamente, son los operadores que forman las expectativas económicas y sociales quienes anuncian a los cuatro vientos que tendremos varios meses de resultados negativos, con recesión, desempleo, perdida de bienestar.
La gestión al frente del BCRA fue incapaz de administrar las reservas en forma transparente empujando al gobierno a hacer explicito ante el FMI que estábamos en un nivel crítico que no sostendría una crisis cambiaria futura. La fijación de metas de inflación con tasas exuberantes y el traslado de las Lebac para que las absorba el Tesoro, no fueron otra cosa que descargar sobre la sociedad las pérdidas del BCRA.
¿Será este un período de crisis en el modelo de acumulación de la economía de Cambiemos? Ciertamente sí. Cuando el FMI dice equilibrio fiscal y flotación libre, dice devaluación compensada. Y eso al campo no lo altera.
Los pilares sobre los que pivotea el modelo consensuado con el FMI son: superajuste fiscal, baja de salarios reales, menores gastos y reducción de la obra pública provocando caída de la producción, el consumo y la inversión. También, ya se avanza con la venta del patrimonio en acciones del FGS de la ANSES. En el plano financiero y cambiario: dólar con flotación libre y Banco Central independiente. El cuadro de ajuste y contracción colocará al país en dura recesión, con perdida de ingresos y la retracción del aparato productivo. No sabemos si este cuadro se traducirá en mejores números comerciales por exportaciones.
La globalización está dando muestras de un cambio disruptivo en los paradigmas de crecimiento, industrialización, comercio y desarrollo nacional. No se puede atrasar tres décadas y encima ignorar para dónde marcha el mundo.
* Economista. Director del Observatorio de la Deuda Externa, UMET.